16/6/18

DIVERSIDAD


Tomada de la red.



Él es un tigre. El Tigre, no Down como lo llama el cartero del barrio. Pero no ataca. Del ataque se encargan otros. Él defiende. «Defiende, tú defiende la portería», le dicen. Le repiten en cada partido. Y él pone cara de fiera. Frunce las cejas y mira con mirada de mala leche. También el cuerpo. El cuerpo es importante, insiste el entrenador. Le rodea la cintura por detrás y lo obliga a separar las piernas y a doblarse: la cabeza adelantada, la espalda en tensión, los brazos despegados del tronco y las manos con las palmas levantadas, como si estuvieran dispuestas a atacar, aunque él no tiene garras. Él se come las uñas. Pero sirven a la hora de parar un balón. Eso dice el entrenador. Sin embargo él se aburre de estar todo el tiempo así. Su equipo es muy bueno. Eso dicen. La defensa no deja pasar ni un balón. Ni el aire roza la red de la portería. Aunque nunca baja la guardia y cuando el árbitro pita el final del partido y se endereza y relaja, le duelen los riñones y los ojos de tanto otear la evolución del esférico por el campo, de vigilar el avance del equipo contrario. Se le pasa en el vestuario, cuando el masajista viene con sus manos de curandero y le hace unos mimos en la zona agarrotada y le echa un colirio fresquito en el lagrimal. Y así todos los partidos.
            Hoy ha ocurrido. Los tigres se han relajado. No creían que aquel león fuera a llegar muy lejos. Casi han sonreído a su paso. Y uno tras otro, lo han dejado que fuera avanzando con el esférico porque ya lo detendría alguno con un simple regate en el último momento. Momento que no ha llegado porque el jugador ha esquivado con maestría el intento de arrebatarle el balón un contrario. Durante una eternidad de estupor congelado, los jugadores de ambos equipos han visto al león plantado frente a la portería. Tigre ha tensado todos sus músculos preparándose al máximo. Los dos se han mirado con sus ojos oblicuos, reconociéndose como iguales y a la vez diferentes, y retándose. El atacante ha calculado por dónde podía colar el balón. El portero ha aguantado firme hasta que el otro ha golpeado con la punta de la bota el esférico que ha descrito una parábola para intentar entrar en la red por arriba. Tigre, haciendo caso omiso del entrenador, se ha estirado y con un salto de animal salvaje ha parado el balón antes de caer sobre la hierba.
            Finalizado el partido, los dos contrincantes han sido paseados a hombros de sus compañeros. Y antes de volver a casa, han celebrado su gran actuación compartiendo una pizza con mucho queso y un par de refrescos de naranja y limón.

2 comentarios:

Cora Christie dijo...

Preciosa y estimulante historia de un tigre sin garras, con reflejos de contorsionista, y paciente con los diversos que no ven mas allá de sus narices.

Lola Sanabria dijo...

Me alegra tu visión de ese tigre sin garras.

Abrazos de terciopelo.