12/2/16

SOSIEGO

Tomada de la red.

Para María José Leante, cuñada, amiga. Siempre.


Amanece a poquitos sobre la plaza. La luz avanza sobre las sillas y las mesas, y los últimos suspiros de penumbra se retiran, perezosos, con su cohorte de estrellas y luna. Pasa un joven corriendo y se aleja hacia el río sin cambiar el ritmo. De una bocacalle cercana comienzan a brotar las flores de la infancia. Caras de sueño con brillo de jabón y agua. Cabezas repeinadas. Andar cansino. Mochilas a la espalda. Y cuando la plaza resplandece y todo recupera su contorno, ella levanta la barbilla y mira al cielo mientras recoge una bocanada de sosiego con un suspiro hondo. Un almendro ha comenzado a florecer y extiende su fragancia y la mezcla con el aire húmedo de riego. Rasga el sobre por una esquina y echa azúcar en el café. Del fondo, a su derecha, le llega el repiqueo de las campanas de una iglesia. Mueve con la cucharilla y bebe un sorbo. Y aunque no puede escuchar la llamada del almuecín, sabe que, cercana a la autopista se erige la mezquita. Una paloma, que encabeza un grupo, se acerca a pasitos a la mesa que ella ocupa. De las ramas de los árboles y del azul blanqueado de nubes van bajando los gorriones. Palomas y gorriones compartiendo las migas de un cruasán.  Una hurraca hace su aparición, majestuosa y ladrona. Ella sabe que sí, que en otro lugar está la sinagoga. Pellizca trocitos de pan y los lanza al suelo como hacen los dueños de gallinas en el gallinero. Dos sorbos más de café. Un señor con perra se sienta al lado, saca unas gafas de un estuche y se las pone, luego pide café con leche y tostada y despliega un periódico sobre la mesa. La perra tira de la correa, ladra a las palomas, a los gorriones, a la hurraca, a la mañana, al sol, al timbre de una bicicleta que pasa. Que te calles Dorita, le manda el señor. Y Dorita lo mira y se queja; luego se tumba. Ella deja la taza vacía sobre el platillo, se inclina y le habla mientras la acaricia.  En la acera, un hombre arrastra un carrito de la compra.

     Es hora de levantarse. Es hora de seguir su paseo. Deja unas monedas sobre la mesa, se despide de Dorita con una última caricia y antes de comenzar a andar, mira a su alrededor y sonríe. « ¡Qué bonita se ve la vida!».

8 comentarios:

Juan Leante dijo...

Muy tierno. Creo que está muy en línea con la homenajeada. Felicidades por partida doble.

Lola Sanabria dijo...

Gracias por la visión de ternura, Juan.

Un abrazo tiernecito.

Luz Leira dijo...

Qué bonito escribes, dan ganas de pasar toda la vida en esa plaza. Besos!

Lola Sanabria dijo...

Mil gracias, Luz.

Un abrazo luminoso.

Nenúfar dijo...


¡Qué expresiones tan bellas, Lola! ¡Qué preciosidad de relato!
Me parece cargada de poesía la recreación de esa escena cotidiana, sencilla, vitalista… Además, el texto me transmite mucha sensibilidad y cariño. Un regalo lindísimo para tu cuñada.

Por último, solo quiero destacar dos fragmentos que a mí me dicen mucho y me encantan.

“…ella levanta la barbilla y mira al cielo mientras recoge una bocanada de sosiego con un suspiro hondo”

“Deja unas monedas sobre la mesa, se despide de Dorita con una última caricia y antes de comenzar a andar, mira a su alrededor y sonríe. « ¡Qué bonita se ve la vida!»”.

Muchas felicidades a las dos. Abrazos, también, para las dos.

Lola Sanabria dijo...

Gracias, mil, Nenúfar. Un placer recibirte por aquí, siempre.

Abrazos, muchos.

Cora Christie dijo...

Que emoción debe de sentir tu cuñada ante un regalo tan hermoso y pleno de ternura. Imagino que indescriptible. Verse por un momento reflejada entre fragmentos de vida tan bellos, tan plenos de sosiego y en comunión con la vida. Qué suerte tener tan cerca de si no solo a quien maneja las palabras con la precisión de un órfebre, sino y sobre todo a una persona que sabe transmitir el cariño más profundo, sin aspavientos.
Qué suerte, Lola Sanabria,tener una amiga como tú.

Lola Sanabria dijo...

Mil gracias querida Cora. El cariño va y se queda. Otra te da y te llega. Y eso es lo que hace que salgan las palabras y las letras.

Un abrazo bestial.