30/12/13

UN AÑO. UN APUNTE DE VIDA.

Fotografía tomada de la red.


     Mientras en Irak se sigue muriendo y El Gran Criminal duerme sin conciencia, voy de casa al trabajo y del trabajo a casa, con un embrión de carta en mi cabeza. Tecleo, borro, vuelvo a teclear. Vuelan pájaros de largo recorrido.
     Mientras los muertos se secan al sol, mi hermana y yo celebramos nuestro cumpleaños alrededor de una paella.
     Mientras un ojo a ras de suelo sólo ve barro, yo veo estrellas corridas y metamorfosis en parras.
     Mientras una niña saca de un pozo un cubo de agua enlodada, yo abro el grifo, lleno un vaso y lo dejo cerca de la pantalla del ordenador donde Estrella vende los mejores percebes del mercado.
     Mientras África llora, yo río la ocurrencia de una chica de mi centro de trabajo.
     Mientras la soberbia intenta cargar sus muertos sobre otras espaldas, yo cocino frutos del mar.
     Mientras asaltan un barco de ayuda a Gaza, doy los últimos toques a una historia de mares embravecidos y naufragio de pateras.
     Mientras la burbuja inmobiliaria estalla y vuelan los buitres con los bolsillos llenos, yo me enfado con las palabras que no quieren venir en mi ayuda.
     Mientras unos cuerpos revientan con la metralla y sus madres lloran, yo sonrío cuando sorprendo al mayor acariciando al menor de mis hijos.
     Mientras un niño tira de la teta desinflada de su madre, yo preparo unas verduras al vapor.
     Mientras un indigente es fagocitado por sus costras en California, yo me manifiesto contra la reforma laboral y la privatización de la sanidad.
     Mientras cada segundo mueren niños de hambre, yo intento calcular en la cola de la pescadería por cuánto me va a salir el arroz con bogavante de fin de año. 
      Un año. Un apunte de vida. 

22/12/13

LA COMPRA

Imagen tomada de la red.


Siento el brazo largo de la Navidad el día en que voy a comprar a mi súper y en el lugar donde estaban los boquerones, hay una montaña de langostinos tigres y gambas. Adiós a mi pescado favorito hasta el nuevo año, me digo. Empujo el carro por el pasillo en busca del pan Bimbo y las tostadas integrales, pero me encuentro con los turrones, los mantecados, las almendras, los bombones y las frutas escarchadas. Me acerco entonces a la carnicería, pido mi tapilla de siempre y el carnicero me dice que de eso no hay, que me lleve medio cordero lechal o cochinillo. Tiene el mostrador atiborrado de carne muerta. Me encamino hacia la charcutería, pero antes de llegar veo que han quitado los codillos de jamón y venden patés y fiambres de pavo relleno, lechón asado y otros delicatessen que me echan para atrás. Salgo con la cesta vacía cuando, al pasar por consigna, observo  un portacedés abierto sobre el mostrador. Me acerco y leo: “Selección de los mejores villancicos”.  Cojo el portacedés, lo guardo en el bolso y cuando estoy en la calle lo tiro en una papelera.

14/12/13

LAS PARTÍCULAS EN LA MICROBIBLIOTECA

 
Tomada del blog.



Voló y se posó entre otros grandes-pequeños libros mi Partículas en suspensión.

Y para quien quiera leer la excelente entrada que ha hecho La Microbiblioteca, puede pinchar aquí.

12/12/13

ZOMBILANDIA

Tomada de la red.


Desde el ventanuco, señaló con un dedo huesudo el esqueleto  abandonado en la calle y me acusó de asesinato y resistencia a la autoridad sin prueba alguna. Desfogó sus problemas de bragueta con una andanada de golpes. Olisqueé el sudor de su camisa de segurata. Babeé de gusto. Su boca, rojo chillón, me sedujo como el más jugoso de los alimentos de aquella ciudad devastada por el virus. Sólo quería probar. Un mordisco, luego otro... No pude parar hasta el final. ¡Y cómo gritaba de gusto el condenado!

7/12/13

COMUNICACIÓN

 
“¿Quieres que te cuente el cuento de pan y pimiento y de rábano asado?”, me preguntaba mi abuelo. “Sí”, le contestaba yo. “No te digo ni que sí ni que no. Lo que te digo es que si quieres que te cuente el cuento de pan y pimiento y de rábano asado”, insistía. Entonces contestaba no y él repetía lo mismo hasta que me cansaba y me iba. Aquello no tenía ningún sentido para mí pero siempre le seguía el juego un rato. Mi abuelo vivía solo, con mis padres, mi hermano y yo, y era el único cuento que sabía.

26/11/13

RELATO GANADOR DE ESTA SEMANA EN WONDERLAND




RIVALIDAD

Ya no me importa que despuntaras mi lápiz preferido. Tampoco que te chivaras a la señorita Amparo de que copié el examen. Lo del pisotón en mis zapatos nuevos estuvo mal, pero ya pasó. No gastaste la paga que nos daba mamá durante semanas para comprarle aquel balón de cuero a Nico. Mis cómics no eran nada comparados con tan buen regalo. Los tiré a la basura y no fui al cumpleaños. Sin embargo, y pese a que aún me enrabia recordarlo, también te lo he perdonado. ¡Anda, abre los ojos y levanta, que no te he hecho tanto daño!

Para escuchar la grabación podéis pinchar aquí. La lectura comienza a partir del minuto 54:24.

24/11/13

ELECCIÓN

Fotografía tomada de la red.

Papá tenía una arqueta de madera donde guardaba su librito de papel, su petaca y un mechero; además de otras cosas que mantenía bajo llave. Mamá tenía un costurero de anea sin cerradura ni llave, donde guardaba bobinas de hilos de todos los colores, canillas para la Singer, unas tijeras, la cajita con los automáticos y los corchetes, la cinta métrica, y un corazón de fieltro relleno de algodón, asaetado por agujas y alfileres. Papá abría su arqueta todas las tardes después de la siesta, echaba tabaco en un papel, lo liaba y encendía el extremo con el mechero, luego la cerraba y se iba al bar a tomar un café y jugar a las cartas con sus amigos. Mamá se sentaba todas las tardes en el patio, abría el costurero y cosía nuestros vestidos hasta que no había luz y entraba en la cocina para hacer la cena. Cuando papá murió, yo me quedé con la arqueta. Cuando murió mamá, mi hermana se quedó con el costurero.

14/11/13

TATUAJE

Fotografía tomada de la red.

Con catorce años mis primos me contagiaron la varicela y, aunque tomé cápsulas de aciclovir, la erupción se extendió por el pecho, la espalda, el cuero cabelludo, las orejas, los genitales y entre los dedos de los pies. Todo lleno de vesículas que mi madre trataba con polvos de talco. A pesar de sus recomendaciones para que no me rascara y de mis esfuerzos para hacerle caso, al final infecté unas cuantas con las uñas y me quedaron varios círculos en el hombro izquierdo, como un huecograbado. Procuraba taparlos con mangas y tirantes anchos hasta que conocí a mi marido. A él le gusta pasar por encima la yema de los dedos. Dice que parece un racimo de uvas, pero yo presumo de mimosas porque brotaron en primavera.

3/11/13

LADRONES ESENCIALES

Fotografía tomada de la red.


Mientras desayuno, los  gorriones van y vienen y picotean el arroz tostado que dejo sobre el alféizar de mi ventana. Los veo cortar el aire, libres, arriba, abajo, a un lado y a otro, con sus alegres trinos, y me convierto en Peter Pan y vuelo entre sus alas.
     A mediodía, observo a mi padre sacar un tirabuzón de piel de la fruta, trocearla y dejarla en el plato. Voy a mi habitación y me transformo en el joven Robin Hood que corretea por el bosque y ensarta manzanas.
     A la caída de la tarde, mi madre me baña, viste, peina y echa colonia. Luego viene mi amigo Roberto a buscarme y me enseña las entradas. De camino al cine, no para de hablar mientras empuja mi silla. Entonces yo soy Mario Santos, un chico de barrio dispuesto a absorber y dejar sin protagonista una nueva película.

31/10/13

PRESENTACIÓN DE LA SEGUNDA EDICIÓN DE FUERA DE TEMARIO

Quien quiera echarse unas risas y mojarse el gaznate con unas cervezas entre temario y temario, tiene que pasarse. ¿Te lo vas a perder?

26/10/13

CAMPO DE BATALLA

Tomada de la red.

 “Haces mejor el amor que la guerra”, dijo. Se levantó, fue al cuarto de baño y yo me quedé observando cómo las palabras subían, se estrellaban en el techo y después caían y entraban envenenadas en mi boca. Volvió y se dedicó a vestirse. Yo me di media vuelta en la cama y cogí un cigarrillo de la mesilla. Solté una primera bocanada de letra gris y luego una tras otra, hasta completar las cinco. Intenté espantarlas con la mano, pero no se iban. Al fin dije: “¿Cuántas veces tengo que pedirte que no me digas eso, Manuela. Mejor es regular como mucho.” “¡Que te jodan Pepe!. Aprende a follar como Dios manda y te daré el aprobado”. Y salió dando un portazo.

17/10/13

ENTREVISTA EN EL HERALDO DEL HENARES





Entrevista en el periódico digital El Heraldo del Henares. Para leerla pinchad aquí.

Y yo muy contenta y agradecida a Miguel Baquero.

8/10/13

INTOLERANCIA- RELATO GANADOR DE LA SEMANA DE WONDERLAND


http://www.rtve.es/alacarta/audios/wonderland/wonderland-conte-politicament-incorrecte/2052929/   A partir del minuto 56.

Durante el recreo, se sienta en un banco del patio. Yo lo observo desde una distancia prudencial, ni muy cerca ni muy lejos, para no agobiarlo. Pasa una chica por su lado. Me preparo para intervenir. Se levanta. Le toca el culo. Y se arma. Porque ella le da un empujón, lo insulta y grita, y él le levanta la mano. Entonces voy y le digo al chico que no pegue. Entra en un bucle. No me quiere. No me quiere. No me quiere. De nada sirve que le explique mil veces que no puede obligar a nadie a quererlo.

6/10/13

APRENDIZAJE Y ADOLESCENCIA

Tomada de la red.

Todos los meses de agosto, mis padres alquilaban una habitación en una casa de un pueblo de la sierra. A la hora del café, las mujeres escuchaban Ama Rosa en la radio mientras Paquito, el hijo de la dueña, y yo, nos escabullíamos hacia la puerta. Con él aprendí a coger renacuajos con la mano de la charca del tío Bernardo y a esperar a la caída de la tarde, escondidos entre los juncos, a que bajaran los pájaros a beber agua al río para dispararles con la escopeta de perdigones.
Cuando tenía quince años, encontré un día a Paquito con el ojo pegado a la cerradura del cuarto de baño comunitario donde, en lugar de llave, se utilizaba un cerrojo. Los muslos desnudos y las bragas enrolladas en los tobillos de la hija de los otros veraneantes de la casa eran una tentación muy fuerte y yo también miré. Después vinieron los encuentros del padre de la niña con el volumen de tetas de la vecina de enfrente y los desahogos del hermano de Paquito mientras hojeaba una revista guarra.
Un día pillé a mi amigo con el ojo aplicado a la cerradura y una mano dentro del bañador. Se azaró y sacó la mano enseguida. Me acerqué, miré, me volví rojo de ira y le di un puñetazo. Con el alboroto, salió mi madre del cuarto de baño y, aunque no le dijimos por qué peleábamos, un clavo del que colgaba una cuerda con un cartón, cegó desde ese día el hueco de la cerradura. Después de aquello, evité la compañía de Paquito y frecuenté más el casino y las chicas. Uno de aquellos veranos, robé un beso con sabor a Cola Cao a mi primera novia.

28/9/13

EL VIAJE. JUNTOS PASO A PASO. RNE.



Juntos paso a paso

http://www.rtve.es/alacarta/audios/juntos-paso-a-paso/juntos-paso-paso-28-09-13/2034874/

A partir del minuto 25 podéis escuchar la dramatización de "El viaje", relato ganador del V Concurso de Relatos escritos por personas mayores.

26/9/13

UN SUEÑO DE HOMBRE

Fotografía tomada de la red.


Para María Jesús. En su cumpleaños, dulces sueños.

   
 Dicen que Napoleón dormía tres horas diarias. Supongo que eso lo trastornó. Yo temía que me ocurriera igual y comenzara a volar por un cielo inventado. Todas las noches escuchaba el golpeteo del segundero del reloj, a mi derecha, la respiración fuerte, amenazando ronquidos, a mi izquierda, el cuco de la vecina dando las horas y las medias, y las risas adolescentes en el parque. Crecían los ruidos, y se desbordaba el caudal de mi imaginación en aguas turbias de las que salían monstruos de gelatina.
     Me compré un mp4 y a través de los auriculares me llegaba el espanto de la noticia. Veía amanecer acurrucada y temblorosa. Busqué nuevas emisoras y encontré: una tertulia que terminaba a voces, música enlatada y la voz lúgubre de un paranormal que hablaba con la tía muerta de una radioyente. Ya no dormía. Y al levantarme, olvidaba apagar el café y cruzaba mal los semáforos. Comencé a llorar a todas horas y por cualquier cosa. Así fue como lo conocí. Que no encontrara el tarro de helado de chocolate belga en el frigorífico del supermercado fue un nuevo revés de ese dios infame que me robaba el sueño. Tuve un ataque de ira y comencé a darle puñetazos al cristal mientras lloraba. “Señoga”, dijo con la voz más bonita que había oído nunca, “acompágñeme”. Y lo seguí convencida de que me entregaría al encargado, pero me llevó a tomar un café. Mientras me hablaba, entré en una nube rosa, como de algodón dulce. Recostada en el sillón de la cafetería, eché una cabezadita. 
     Ahora nos vemos todas las tardes. Él intenta convencerme de que deje a mi marido y me instale en su apartamento. Yo digo que sí, que uno de estos días; después le pido que me cante Le´Meteque, y enseguida me quedo dormida. Un domingo por la mañana fui a su casa, había decidido irme a vivir con él. Y entonces la vi abandonar el portal. Una morena muy guapa. No voy a hablarle de ella. Naturalmente diría que no tengo ninguna prueba, que podía salir de cualquier piso. Pero a mí no me engaña. Él vale mucho, se merece esa mujer. Voy a continuar viendo a mi querido Alan y dándole largas. Estamos en paz: yo tengo a mi marido y él a su morenaza.

20/9/13

NECESIDAD SUPREMA

Fotografía tomada de la red.

A Juan y su nostalgia.



Y la bomba, tictac, tictac,  debajo del asiento de la niña pija. Desvío la mirada al paisaje que vuela en la ventanilla. Divide el viento una nube torpona, cuerpo de Botero que no hace nada por defenderse, y ya son dos figuras: galgo y Quijote arrastrados. Un carraspeo me hace volver la cabeza, esperanzado.
— ¿Decía algo, caballero?— pregunto al tipo de corbata-soga anudada a la nuez del cuello.
— Nada — contesta él con cara de asombro. Luego vuelve a lo suyo.
     Y la bomba, tictac, tictac, debajo del broker con parentesco incipiente con el jorobado de Notre Damme. ¿Por qué, dios mío, por qué?, me pregunto.
     Vuelvo a entretenerme con el paisaje que corta el aliento. El mío. Y me entra un mareo de vómito. Estaría bien echar el café con leche sobre el hábito inmaculado de la sor que sorbe mocos sin tenerlos pero sigue a lo suyo, con la cabeza gacha. Tictac, tictac, la bomba debajo de su pañuelito que esconde vete tú a saber qué dulzuras o perversiones.
— Perdón. Perdón. Perdón...— reparto por el pasillo mientras, sin miramiento doy un codazo aquí, un pisotón allá. Y ellos, un gruñido, un cambio de postura, un leve alzamiento de ojos y luego el clac,clac, la última horterada que se bajó la niña de uniforme con falda a cuadros plisada y calcetines. Una monada que mastica un mechón de pelo mientras ilumina el tren con una sonrisa que quiere decir : ¡Por fin, alguien me llama!
      Me acuartelo en el servicio. Tictac, tictac, ahora la dejo en medio del pasillo. ¡Ojalá revienten todos de un atracón de radiaciones! Un viaje te vendrá bien, Matías, eso me dije. En los viajes la gente habla, se cuentan sus penas y alegrías, disfrutan de una buena comida. ¡Menuda comida la bazofia de plástico que me han dado! Y ni siquiera el hecho de tener que usar el cuchillo y el tenedor los ha distraído de su  vicio. Es una epidemia. Un bicho que los ha picado a todos y los dejó atontados, pegados los dedos a los teclados. Y a mí ni puto caso.
     Salgo con la cara mojada, a ver si alguien dice algo.  Pero qué van a decir si no levantan la cabeza de sus máquinas infernales. Y si ahora mismo gritara, tampoco me escucharían porque tienen las orejas atascadas con los pinganillos. La bomba, tictac, tictac, la pongo ahora al lado de ese al que le cuelgan dos bolsones debajo de los ojos. Vuelvo a mi asiento. Me seco con un clínex. ¡Qué cosas!, todo es desechable. Añoro el pañuelo de tela con olor a jabón y plancha. Suspiro resignado. Las Wonder girls irrumpen de repente con todo el brío de las potrillas pateando un jardín de flores. Y la del uniforme suelta un gritito y salta un poquito en su asiento. La señora, arreglada pero informal, que está a su lado y que supongo que será su madre, deja de teclear en su ipod y la llama al orden. ¡Elvira!, dice y vuelve a bajar la cabeza y mover los pulgares.
     Intento distraer mi desconsuelo mirando por la ventana, pero ya la noche se ha llevado galgos, Quijotes, Boteros, carrozas, algodones dulces y cualquier forma del exterior. No puede ser. No puede ser. No puede ser. Meto la cabeza entre mis manos, desesperado. Yo quería un viaje como los de antes. Incluso de carbonilla en el ojo. Pero esto es un vagón de zombis que son trasladados de un lado a otro. Miro mi mochila. Dentro llevo mi cerveza y mi bocaza. Pero ellos qué saben. Me levanto.
— Señora, apague el móvil—ordeno a la abuela, quitándole de golpe el pinganillo de las orejas,  que no ha dejado de hablar con sus nietos, sobrinos y vecinas todo el rato.
— Pero ¿qué se ha creído?— se escandaliza ella.
— Me creo que llevo aquí- palmeo la mochila—una bomba que voy a hacer estallar si no hace lo que le digo. Y chitón. Nada de compartir la noticia con el resto. Además, ya lo ve usted, todos enganchados, como drogadictos.
— ¡Qué va a tener usted una bomba!—me dice ella, haciéndose la valiente.
— ¿Quiere comprobarlo?—la reto con la mirada fría, inconfundible, de la determinación, mientras hago intención de pulsar un botón que no es otra cosa que la argolla de la cerveza.
— ¡No por dios!— dice ella, con el gesto descompuesto- ¿Qué quiere?
— Conversación, señora, sólo eso— la tranquilizo yo.
     Me arrellano, dentro de lo que puedo, en mi asiento, y comienzo a contarle mi vida, toda mi vida. ¡Hace tanto que nadie me escucha! Ella al principio se queda rígida y sólo cabecea de vez en cuando para darme a entender que me está atendiendo. Pero después de una hora interviene para hablarme de sus cosas también. Queda poco para Sevilla cuando saca un pañuelo de los de antes y se enjuga las lágrimas. Muy triste su historia del perro que le destrozó a Mari Pili, su linda gatita. Pero cuando le cuente lo mío con los vecinos, esos degenerados que me tiraban las colillas por la ventana y al final incendiaron mi casa, verá, entonces será un llanto a mares. ¡Y qué a gusto nos habremos quedado!

14/9/13

MAREAS- MENCIÓN DE HONOR DEL lV CERTAMEN DE RELATOS CORTOS CARCELARIOS "CONRADA MUÑOZ"

Tomada de la página web de Acaip
I

Cuatro paredes arañadas. Se cerró la puerta a mi espalda y el tintineo de llaves se alejó por la galería. Sin escapatoria posible, tuve mi primer ataque de pánico. Un ahogo que cerraba mis pulmones. Pensé en Abril y enseguida comenzó el alivio. Aguantaría el tiempo infame del destierro. Mi madre alimentaría mi espera hablándome de mi niña en sus cartas. Yo le daría esperanza con las mías. De frente, la ventana enrejada. De ella me llegó el rumor del mar, el olor intenso de sus aguas. Dejé mis cosas sobre la cama y me asomé a la vida. El sol se levantaba en el horizonte y en la línea del cielo navegaba aquel barco.
     Dentro iría yo.
     Saqué las postales, el bolígrafo y los sobres preparados. Acerqué la silla a la mesita y me senté a escribir.
    
Querida hija:
     Apenas hace unas horas que estaba contigo y ya te echo de menos. Seguro que te gustaría mucho estar aquí, en este barco tan grande y bonito. No pudo ser. Pero no quiero que te pongas triste, yo te iré mandando postales de los sitios por los que pasemos y será como si estuvieras conmigo. Volveré pronto, ya lo verás.
     Muchos abrazos para ti y para la abuela.
Mamá.
    PD. Se corrió la última palabra por una gota de mar que salpicó.

    Cuando dejé de escribir volví a asomarme a la ventana. El barco desaparecía tras el pabellón dos. Levanté la mano y saludé. Me imaginé trajinando en la cocina. Macarrones y hamburguesa. Ese sería el menú, así se lo contaría a mi hija. Porque era su comida favorita y yo la que decidía. Libre para imaginar guisos entre cacerolas y sartenes. Un bonito cuento de viajes que la abuela le leería a Abril antes de dormirse para que tuviera felices sueños.


II

     Estaba decidida a hacer todo lo que estuviera en mi mano para salir de aquel encierro cuanto antes. Me apunté al taller de cerámica; también a uno de escritura que acababa de empezar. Al principio sólo pensaba en reducir mi condena y poder abrazar a mi hija. Tendría con ella una nueva vida.  Conforme fueron pasando los días, comenzó a gustarme moldear barro, pintarlo, cocerlo, sacar cuencos del horno cada vez más bonitos, mejor acabados. El taller de escritura fue algo especial. Aprendí a contar una historia, mi historia vestida con ropajes que disimulaban su origen. Solté amarras, como el barco que cada mañana, a primera hora, cruzaba mi horizonte. Las letras aligeraban mi pasado, el temor con que anduve por el mundo.
     Y luego estaba la lavandería. Mientras doblaba toallas y sábanas, mi cabeza no dejaba de crear relatos que luego plasmaba en el papel. Unas veces para las clases, otras para Abril.

Querida hija:
     Ayer recalamos en esta isla. Había palmeras y cocos. El capitán nos dejó un tiempo para recoger raíces y tallos muy buenos para la comida y los mareos. También corté unas flores muy bonitas que cambian de color, según les dé el sol.
     Muchos abrazos y besos para ti y la abuela.
Mamá.

     En la biblioteca había muchos libros y atlas donde encontrar sitios fantásticos. Solía ir allí a menudo con el beneplácito de Alicia, a quien le había caído en gracia. Siempre que me veía mustia, me animaba con aquello de que por buena conducta, y la mía era irreprochable, reducían mucho la condena. Alicia tenía una hija, más o menos de la edad de Abril, y conversábamos a veces sobre ellas, cómo eran, qué problemas tenían, qué le había dicho yo a mi niña, qué le contaba ella a la suya. Era una persona enérgica que espantaba sus demonios canturreando por las galerías ante la irritación de Encarna, una mujer triste que se deslizaba por los rincones como una sombra.
    Los días caían del almanaque, lentos y pesados unas veces, más livianos cuando recibía carta de mi madre y me relataba lo mucho que le había gustado a mi hija la última postal, cómo presumía de su mamá ante sus nuevas amigas. Nuevas porque tuvimos que cambiar de domicilio para que a la niña no le salpicara lo ocurrido. Nuevas como la vida que íbamos a construir en cuanto cumpliera mi condena.
     Y todas las mañanas, aquel barco cruzando ante mi ventana me llevaba de viaje a donde yo quisiera. Ayer a una isla. Hoy a una ciudad bulliciosa con mercados rabiosos de color y del olor fuerte de las especias. Mañana a una playa infinita de arena dorada. Llegó un momento en que me vi con el delantal y el gorro de cocinera haciendo un arroz o una lasaña en una estampa más real que la que vivía en aquel lugar de purgatorio.
 

III

     La primera vez que aquella presencia me sacó del sueño, tuve otro de mis ataques de pánico. Me costó conseguir que mis pulmones se abrieran al aire fresco de la noche. Miré alrededor. Sólo yo. Una visita del pasado. El frío me entró, violento, hasta los huesos. Tiritaba. Me cubrí hasta la cabeza con la ropa de cama. Aquella otra noche parecía tan lejana que pensé que nunca volvería a tocarme con sus dedos de hielo. Él ya estaba fuera de mi vida. Para siempre. Para siempre. No dejé de repetirme hasta volver a entrar en un sueño agitado.
     Por la mañana, Alicia me dijo que tenía muy mala cara y me quitó de la lavandería sin hacer caso de las protestas de Encarna que no veía con buenos ojos nuestra amistad. Necesitaba ver a mi hija. Me dolió tanto esa necesidad que acudí a enfermería para que me dieran un calmante. Dije que eran los huesos. Dije que también estaba mareada y me dejaron tumbada un rato en la camilla. La enfermera trasteaba y hablaba a la vez. Al poco me quedé dormida. Un zarandeo me devolvió a la realidad. Pero ya estaba mejor. Y cuando entré en el taller de cerámica y hundí los dedos en el barro, fue como un bálsamo para mi desesperación.
     En el taller de escritura di forma a la historia de una aparición en un cuarto cerrado.
     La segunda vez que desperté a medianoche, el pánico duró menos y mis pulmones respiraron antes en plenitud. Y el aire espeso, con su olor moribundo, se lo llevó la brisa marina.

IV

Mi querida niña:
     Ayer hubo tormenta. El cielo se encendía con descargas eléctricas que morían en el mar. Algunos tenían miedo, yo no. Me senté en cubierta y disfruté del espectáculo. Te habría gustado ver la pirotecnia blanca rasgando la negritud de la noche.
    
     Un abrazo inmenso para ti y otro para la abuela. Te echo muchísimo de menos.
Mamá.

     Las postales se me estaban agotando. Se lo dije a Alicia y me trajo unas muy bonitas que tenía guardadas en un cajón de su armario, de cuando soñaba con visitar esos lugares. Ese día dejamos de hablar de nuestras hijas y  nos ocupamos de nosotras. Así supe de su adicción a los fármacos. Porque Alicia también era una persona herida por la mala suerte que llevó a su niño tras una pelota rodando bajo las ruedas de un coche. Y después los silencios. Y más tarde las peleas. Se levantó un muro de incomprensión entre su marido y ella. Inexpugnable, afirmaba, sin solución. Le costaba decidirse a acabar con aquella agonía.
     De mí sabía lo que todo el mundo, que no soporté más sobresaltos, más huidas, más miedos a doblar una esquina y encontrarme con la amenaza cumplida. Ahondé poco en lo ocurrido. Sí en el poso amargo que me había quedado, en el estremecimiento que me provocaba el simple roce de una mano en mi espalda. La presencia que venía a buscarme algunas noches.
     Desahogos que, al igual que el barro y las letras, dieron forma a un proyecto común, a lo largo de aquel tiempo de encierro para mí, de rutina carcelaria para ella.
    
Mi querida hija:
     He hecho amistad con Alicia, que trabaja conmigo en la cocina. Es española como yo y tiene una hija de tu edad. Nos damos compañía y charla y así los días se hacen más cortos.
     Ya queda poco para vernos. Estoy deseando abrazarte.
     Muchos besos para ti y para la abuela.
    Mamá.

Conforme se acercaba el día de mi regreso, mi temor a la libertad aumentaba. Después de tanto tiempo viviendo dentro de aquellos muros, sin más contacto con el exterior que las cartas de mi madre y el barco que todas las mañanas me llevaba de viaje a los destinos elegidos en un mapa, comencé a sentirme cómoda allí dentro, como si el castigo hubiera sido en definitiva una medida para protegerme. Pero ahí estaba Alicia para hablarme de las calles infinitas por las que podría andar sin toparme con una pared de hormigón, de mi libre albedrío fuera, sin más límites que aquellos que yo pusiera; de la importancia de tomar mis propias decisiones.
     El cielo se aclaraba antes y desde mi ventana podía ver el barco con mayor claridad, intuía la vida dentro, bullendo. Cerraba los ojos cuando desaparecía detrás del pabellón dos y ya estaba llegando a puerto, mi puerto, el que me dejaría en tierra para volver con Abril. Porque el almanaque agotaba las hojas del destierro y ya me veía en un tren de regreso a mi casa con las baratijas que podría comprar con el dinero que me había mandado mi madre.

Querida hija:
     Ayer, en el paseo marítimo de este pueblo blanco y azul al que arribamos, compré pañuelos y pulseras de colores. Ya verás qué bonitos son. Apenas quedan unos días. Estoy impaciente por abrazarte.
     Hoy, desde la cubierta vi una lluvia de estrellas. Fue como si del cielo se desplomaran collares de cristal. 
     Abrazos para la abuela y para ti.
Mamá.


V

     La mañana en que la puerta se cerró detrás de mí y el sol hirió mi mirada, sentí el desamparo de un mundo abierto y tuve el impulso de regresar sobre mis pasos. Pero allí estaba Alicia y su promesa. Arreglaría su vida y después iría a mi encuentro con su hija Eva. Entonces vi volar aquella gaviota y me volví hacia el mar. No era mi barco. No podía serlo, pero eso daba igual. Parecía tan cerca que casi podía tocarlo con la mano. Saludé hasta verlo desaparecer en el horizonte. Sentí algo de pena. Con él se iba mi cocina, mis viajes; todo lo que me ayudó a soportar la condena. Apreté fuerte la carpeta con mis escritos contra mi costado, levanté la maleta del suelo y comencé a andar por la calle, desierta a esa hora de la siesta cuando los duendes duermen bajo las sombras de sus setas.

   

    







12/9/13

BREVE ENTREVISTA EN LA INTERNACIONAL MICROCUENTISTA








La Internacional Microcuentista ha publicado una breve entrevista que me hicieron. Si queréis leerla, podéis hacerlos pinchando aquí. Mil gracias al Comité Editorial.

10/9/13

ACCIDENTE CASERO EN LA INTERNACIONAL MICROCUENTISTA











Mi agradecimiento a la Internacional Microcuentista por la publicación de mi micro en su revista. Si queréis leerlo, pinchand aquí.

6/9/13

NUEVA RESEÑA DE PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN EN VEGES TU DE ELENA CASERO





Elena Casero hace una reseña de las que te dejan con la moral por las nubes, rosas, rosas. Para acceder a ella aquí

5/9/13

PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN EN LA LIBRERÍA DIARIUM






Mi agradecimiento a la librería Diarium por editar esta entrada en su blog y darle publicidad a Partículas en suspensión. Para leerla, pinchad aquí.

3/9/13

LECTURES D'ESPAGNE

Caroline Lepage, catedrática de la Universidad de Poitiers, ha publicado  LECTURES D'ESPAGNE, une anthologie vivante, con los microrrelatos de los autores españoles que fueron traducidos para el blog Tradabordo

 Tres de mis microrrelatos forman parte de la antología.

 Mil gracias, Caroline.

 

http://es.calameo.com/read/002617799ccde6a836ed5

 

 

26/8/13

ENCAJES

Fotografía tomada de la red.

El boticario de mi pueblo atendía detrás de unos cristales con una puertecita con ribetes de latón dorado. La abría, cogía la receta, y entregaba los medicamentos después de rasgar con un abridor de cartas las etiquetas de las cajas. Tenía la cara verdosa, como si tuviera las bilis revueltas, los labios amoratados y extraños, y un eterno olor a formol. Cuando sacaba a bailar a alguna chica, ninguna quería acercarse a él. Hasta que llegó el veterinario. Su hija llevaba pegado a la ropa un tufillo medicamentoso que enseguida encajó con el del boticario. Nunca más se separaron. A veces los imagino desparramando sobre el mostrador de mármol de la botica, pastillas, cápsulas y píldoras de todos los colores y sabores, con los ojos brillantes de excitación.

19/8/13

PALERMO EN LA NAVE DE LOS LOCOS






Mi agradecimiento a Fernando Valls por darle cuartelillo a mi Palermo en su Nave. 
Para leer la crónica pinchad aquí

16/8/13

CÓMO CRUZAR UNA CALLE DE SICILIA SIN MORIR EN EL INTENTO



Si usted viaja a Sicilia con ganas de pasarlo bien: reír hasta dolerle el estómago, soportar un calor del infierno, acabar con pies y piernas como patas de elefante, y dejarse vaciar los bolsillos con el pago de cuatro cervezas, usted, sufrido turista, debe leer con atención este manual de supervivencia vial.
1). Nunca, nunca, confíe en que un muñequito verde le va salvar el pellejo.
2). Sitúese en el bordillo de la acera frente al semáforo (ojo que no he dicho de cara al paso de cebra, porque puede que no exista ya que los recortes no dan para pintura).
3), Vigile que, en el momento del cambio de color del semáforo, no tenga un coche a menos de tres metros, pues el automóvil seguirá su camino pudiendo ocurrir que le pase por encima y le agüe la fiesta.
4). Una vez que no vea moros cercanos en la costa, encomiéndese a su madre (todas estamos dispuestas a interponer nuestros cuerpos entre agresor e hijo, o a echar mal de ojo a quien intente hacer daño a nuestro retoño), y láncese a la aventura, sin perder de vista ni su izquierda ni su derecha.
5). Si ve aparecer un morro asesino, no se fíe si detecta la presencia de un coche de la policía municipal y no siga a su ritmo, como si nada, con la creencia de que  esto lo va a detener, al contrario, y si usted protesta porque casi lo atropella, lo más probable es que se lleve el susto y una bronca por parte de la autoridad competente por entorpecer el tráfico. Eso si sobrevive.
6). Por tanto, si ve acercarse un vehículo estando en mitad de la vía, rece porque el conductor tenga los reflejos de un chico de veinte años, no esté hablando por el móvil, y su vida sea una maravilla. Usted, además de balbucear una oración o un epitafio, lo mismo da, ponga a trabajar sus músculos, calcule la distancia, y colabore con el quiebro que le va a hacer el coche cuando pase a un par de centímetros de su cuerpo.
7). Ya en la acera contraria, con el corazón repicando alegremente en su pecho, busque la manera de dar un rodeo para evitar cruzar otra calle. Y si es un anciano, o tiene artrosis u otra dolencia que le dificulte andar, mejor no salga a la calle; limítese a dejarse llevar por un autobús al que subirá bien provisto de agua, a la misma puerta del hotel.

    12/8/13

    LA RESEÑA DE DAVID MORENO DE PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN





    En microSeñales de Humo nueva reseña de Partículas en suspensión. Mi agradecimiento por su generosidad a David Moreno. Podéis leerla aquí.


    8/8/13

    RESEÑA EN LA REVISTA LITERATURAS.COM DE PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN

    Miguel Baquero ha hecho esa reseña de mi libro con la que cualquier autor sueña. Gracias, mil. Si queréis leerla podéis hacerlo aquí.


    21/7/13

    CARBÓN




    Chicas y chicos, no entraré en el blog durante unos días. Mientras, os dejo este relatito refrescante.
    Dibujo tomado de la red.


    "Pagarán caro lo del año pasado", pensaba mientras perpetraba su venganza. A media noche, lo despertó un grito y el ruido del motor del coche. Bajó la escalera y miró debajo del Árbol. Había un rastro de sangre hasta el jardín. ¿A cuál de los tres le habría tocado? Encendió el televisor y, a la espera de la noticia, se durmió. “¡Despierta, pequeño cabrón!”. La voz de su padre lo sobresaltó. Abrió los ojos y vio el pie vendado y el cepo para ratones colgando de una mano.

    13/7/13

    TODOS MUERTOS-GANADOR DEL XXVI CONCURSO INTERNACIONAL DE RELATOS POLICÍACOS SEMANA NEGRA DE GIJÓN 2013

    Tomada de la red.

    Cuando apenas llegaba a sus rodillas, mamá trazó una línea bajo el dintel de la puerta de mi habitación, con un jaboncillo gastado de los que hacía con aceite rancio y sosa cáustica. "Hasta la hora de la cena, no puedes pasar la raya", dijo. De nada sirvieron mis ruegos de perdón. Pasé la tarde ovillada en la cama, llorando. De todos los castigos que ella inventó para mí, aquél era el que más me dolía. Pero con el tiempo, la angustia dio paso al rencor y, de la mano de éste, a la venganza imaginativa.
         Recuerdo mi primera muerte. Fuera llovía con rabia y los cristales de la ventana parecían a punto de estallar. Yo estaba tumbada en la cama como siempre. Estiré las piernas y las manos, cerré los ojos y dejé de respirar. "Muerte por sufrimiento", leí en mi lápida, y vi a mi madre de pie junto a mi tumba, toda de negro, consumida por el remordimiento, mojando pañuelos anudados unos a otros como los que sacaba de su bolsillo el mago de la televisión; infinitos. Eterno su dolor. Cuando no pude aguantar más sin atrapar el aire pastoso del cuarto, dejé de estar muerta. La había castigado durante unos segundos y eso me hizo sentir mejor y secó para siempre mi llanto.
         Cada una de mis muertes posteriores superó a la anterior. Se sumaron al cortejo fúnebre algunos compañeros de colegio que se burlaban de mi cojera y una tía que me llamó estúpida cuando se deshizo en el agua la cara de mi muñeca de cartón. En mi último entierro, la comitiva de dolientes plañideras y ultrajadores de mi persona llenaba toda la calle, desde mi casa hasta la iglesia. Dentro, el altar rebosaba de cirios encendidos, y las coronas y las flores enroscadas en las barandillas de hierro forjado, asfixiaban el aire con su olor a compota. Llenaban mi fantasía las súplicas de perdón y los desmayos entre los bancos de madera y los reclinatorios forrados de terciopelo morado, cuando de repente escuché en un rincón la risa sofocada de mi compañera Berta y  toda la escena se derrumbó.

         Mamá había dejado de mover con un palo las grasas en el caldero, llenar las latas con la pasta hirviendo y cortarla en trozos cuando se enfriaban. No había líneas que me impidieran salir de mi habitación y la risa de Berta me puso al corriente de que ya no era una niña. A mis compañeros de Instituto, entretenidos en mirarse sus ombligos perforados,  mi posible muerte les importaba tanto como la de  las moscas que a veces hacían estallar entre las palmas de sus manos. Entonces encontré un nuevo camino de venganza. Ya no era yo la que moría, sino ellos. Sembré el Instituto de cadáveres: en las aulas, en los servicios, en los patios: cuerpos despanzurrados por doquier. A veces me daba algo de espanto ver cómo una chica pisaba a uno de mis muertos virtuales mientras se lavaba las manos. Su cabeza reventaba como una sandía y de las grietas  manaba la sangre como un surtidor. Pero en cuanto alguno se acercaba con una burla, se renovaba mi deseo de venganza.
         Mamá nunca sabrá la cantidad de dinero que le ahorré en psicólogos. Tenía una vecina que visitaba a un psicólogo todos los lunes y miércoles. Me lo dijo aquel día que llamó a mi puerta aterrada por su soledad y el acoso de sus demonios. La hice pasar y le hablé de cómo solucionaba yo mis problemas a golpe de pistola, machete o veneno, según el momento. Dijo que ya estaba más calmada y  volvió a su piso. Escuché desde el rellano cómo echaba la cadena y el cerrojo. Creo que incluso movió un mueble para apuntalar la puerta porque oí cómo arrastraba algo. Después de aquella tarde, cada vez que me la encontraba en la escalera, daba un respingo y aceleraba el paso.  Se llamaba Dolores y la tuve que matar.
         Un mediodía, al volver del Instituto, mamá me estaba esperando en mi habitación con muy mala cara.  Me dijo que la vecina le había contado a su madre todo lo que yo le había dicho. Cuando le expliqué que sólo era un juego, una manera de desahogarme, ella se echó a llorar, compadeciéndose de su mala suerte, y no me quedó más remedio que tranquilizarla con la promesa de que dejaría de matar de mentira. Ahí encontré el significado exacto de la  palabra venganza.
         Vencí el recelo de Dolores con invitaciones a merendar en casa y explicaciones de integrales que ella era incapaz de comprender. Se quedaba con el lápiz entre las dos paletas separadas, con la mirada vacía de entendimiento, como un muro de hormigón. Y yo seguí esforzándome en que cambiara el cero que el profesor de Matemáticas le ponía en sus hojas de exámenes por un número más alto, aunque fuera un dos. Mientras tanto, decidí que acabaría con sus terrores, el descalabro económico de la familia por el pago de las sesiones del psicólogo y su lengua demasiado larga, con unas cucharaditas de veneno en el tazón del Cola Cao que le preparaba mamá. Elegí esa forma de muerte porque yo la sangre sólo la soporto de mentira. Además de que era mucho más limpia. De suministrarme el veneno se encargó mamá, que odiaba a las hormigas y rociaba con aquellos polvillos el camino que iba de la puerta de la calle a la cocina. No le gustaban mis muertos virtuales, pero no le importaba dejar un reguero de patas y antenas retorcidas por el pasillo. Ahí estaba ella todas las mañanas con el recogedor y la escoba, quitando cadáveres. ¿Y por qué iba a ser más importante Dolores que una fila de hormigas? Ella tuvo mucho que ver con mi primer muerto de verdad.
         Matar a Dolores me costó muchas meriendas, porque aquella niña debía tener el estómago a prueba de veneno. Y eso que le cargaba bien la leche con el Cola Cao. Murió una noche y poco antes de morir fui  a verla a su casa. Estaba retorcida como uno de esos gusanos de tierra cuando los pinchas con un palo. Me miró con ojos de loca y, aunque no se le entendía lo que estaba diciendo, su madre me pidió que me marchara.  Fui al entierro. A fin de cuentas ella era mi primera víctima  y le tenía algo de apego.
         Después de aquello, mamá decidió que teníamos que cambiar, no sólo de casa, sino también de ciudad. No opuse resistencia. Me daba igual estar en un sitio que en otro. Mi única razón para haber continuado allí, acababa de morir. Porque, aunque yo fui la causante de los dolores de barriga y de su muerte, el día a día, la cucharadita de veneno con el Cola Cao, el pescozón cuando no entendía algo, que era siempre, el insulto intercalado con una palabra de ánimo, crearon un lazo de cariño y amistad. O así lo veía yo. Y aquel malestar de estómago que me acompañó durante una temporada, me hicieron prometerme que no volvería a las andadas, que solucionaría mis problemas de otro modo. Un puñetazo, bueno. Una zancadilla, no estaba mal. Y existían otros recursos no físicos. El insulto, la calumnia, el menosprecio, en fin algo menos definitivo.
         Durante una temporada larga fui feliz con la contemplación de los pajarillos, las mimosas, los peces en la pecera. Todo muy bonito. Y además me enamoré de un chico de mi nuevo Instituto. Era pelirrojo, con pecas y unos hierros en la boca que me encantaba repasar con mi lengua. Lo llevé a casa y se lo presenté a mi madre. Mamá tenía un aspecto de loca impresionante: pelos enmarañados, las bolas de los ojos girando dentro de las cuencas y una risa satánica que combinaba con un llanto manso, como de cordero degollado. Esperaba que la alegraría verme con un chico, porque me dijo muchas veces que yo  necesitaba  encontrar a alguien que espantara los pájaros de mi cabeza. Pero no fue así. Lo echó de casa a empujones mientras le decía que era por su bien. Y después de eso, él no quiso saber nada de mí. Supongo que no le hacía ninguna gracia salir con la hija de una loca. Así que mi madre tuvo la culpa de mi segunda muerte. Le hice llegar al pecoso una caja de bombones. Creo que fue una muerte muy dulce. Cuando mamá se enteró, recobró milagrosamente la cordura y dijo que me iba a denunciar. A mí, una víctima de sus manejos. La intenté convencer. Le dije que el nombre de la familia quedaría manchado para siempre si iba a la policía. Meterían las narices en nuestras vidas, rastreándolas hasta el lugar de donde vinimos y saldrían a la luz todos nuestros pecados, grandes y pequeños. Pero ella tenía la mirada dura, como aquella que yo veía cuando era niña mientras trazaba la raya con el jaboncillo hecho con jabón casero. Entonces lo vi claro: se trataba de una cuestión de supervivencia. Mamá, mi otra mamá, aquella que no dudó en solucionar los problemas con papá de manera expeditiva, esa que hizo una tarde un gran caldero con grasas y aceites y removió hasta la noche y salieron muchas latas de jabón y tuvo que venderlo porque no le cabía en la alhacena, esa era la mamá que me enseñó el camino. No comprendía por qué aquella señora venía con escrúpulos. Nunca lo entendí. “Niña, no hagas eso. Niña no hagas lo otro. Niña pórtate bien”.   Quizás fuera porque ahora me miraba con otros ojos, ojos de miedo, por lo que había decidido denunciarme, que era como denunciarse a sí misma.
         La cogí de la mano y la llevé a la terraza. Ella se dejó hacer. No opuso ninguna resistencia. A fin de cuentas, siempre dijo que era mejor morir en brazos de alguien querido. Bueno, no era exactamente así. No iba a morir en mis brazos, pero sí tendrían mucho que ver en la acción de mis dos manos. Le estuve hablando de nuestras cosas. De lo difícil que era conseguir que alguien te quisiera y no te dejase, como papá. Y ella asentía mientras lloraba mansamente, como yo lloré aquellas tardes cuando me encerraba en mi habitación. Le dije que entonces no la entendí, incluso llegué a odiarla, pero que ahora, con el paso del tiempo, veía las cosas de diferente manera. Quizás porque yo me sentía también como ella se debió de sentir: sin una emoción, sin un deseo de verme reflejado en otro, sin una necesidad de compañía. Nos quedamos frente a frente. Yo había dejado de hablar, pero no me decidía a terminar con aquella situación estúpida. Entonces ella sacó un pañuelo del bolsillo de su delantal y se lo llevó a los ojos. En una esquina, había una jota y una te bordadas y recordé los días de colegio y me vi con el bastidor en la mano, bordando con mucha ilusión aquellos pañuelos pequeños de mujer. Luego fui a la papelería y compré un papel con balones de colores y celofán y pasé  toda la tarde intentando envolver mi regalo para el día de la madre. Rompí el papel y tuve que volver a la papelería a por otro de lacitos lilas y rosas y volví a intentarlo. Y así hasta cuatro veces, porque yo no me sentía satisfecha con los picos y las arrugas que se formaban. La señora Pilar me preguntó para qué compraba tanto papel de regalo y yo le dije llorando que era para envolver el regalo de mi mamá a la que quería mucho, y que no me salía bien. Entonces ella dijo pobrecilla, cuánto quiere a su mamá, y me pidió que le llevara los pañuelos a la tienda. Sacó un papel brillante como el oro y con mucha destreza hizo un paquete perfecto. Luego lo cruzó con una cinta de color rosa, cortó las puntas en tiras pequeñas y las rizó con las tijeras. Por último le pegó una etiqueta con la palabra felicidades y me lo entregó y no me cobró nada. Y yo estaba muy contenta porque mi regalo iba a devolverle la alegría a mi madre y se olvidaría de que papá no la quería a ella ni a mí tampoco porque quiso dejarnos solas, aunque mamá no se lo permitió. Recordé lo feliz que fue mamá con los pañuelos y cómo lloraba y me abrazaba.
         Me acerqué a ella y no hizo intención de retirarse. Se quedó con el pañuelo estrujado entre los dedos, haciendo aquel duelo por su hija que tantas veces había imaginado. Abrí su mano, cogí el pañuelo y  enjugué su llanto. Después pasé mi brazo derecho por encima de sus hombros, rodeé su cintura con el izquierdo y le di un abrazo.



       

    10/7/13

    CARRETERA

    Fotografía tomada de la red.

    Cerca de la carretera que une mi pueblo con otro más grande, hay un edificio de ladrillo sin enlucir ribeteado de bombillas, con un tendedero en el lateral huérfano siempre de ropa, hecho con dos horquillas de madera y una cuerda de nailon. Cuando paso de día con el coche, lo miro de reojo hasta que desaparece tragado por la distancia. Nunca veo a nadie.
    Algunas noches de verano, cuando voy con mi marido a cenar a ese pueblo, veo el edificio desde lejos, rabioso de luces de colores que me recuerdan las de mi infancia colgando en la caseta de “El tren de la bruja”. El tendedero lo ha borrado la noche, pero la puerta brilla como si la acabaran de pintar de rojo. Cuando el coche está a su altura, siempre me pregunto qué estará ocurriendo dentro.

    5/7/13

    RESEÑA EN LA BITÁCORA DE ALENA COLLAR SOBRE "PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN"


    Imagen extraida de la bitácora de Alena Collar.





    Esta es la primera reseña de "Partículas en suspensión". Un regalo inmenso, por el que le estoy muy agradecida a Alena Collar. Porque ella escribe desde su verdad, sin dejarse llevar por simpatías o antipatías personales. Por eso tiene tanto valor para mí su crítica literaria que podéis leer aquí.

    Vaya para ti, Alena, un puñado de besos.




    29/6/13

    PRESENTACIÓN COMPLETA DE "PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN"



    Todas las presentaciones corren el riesgo de convertirse en un acto insulso en el que la gente está deseando que acabe cuanto antes. Ayer, este riesgo no existió desde el momento en que Manu Espada se puso al frente de la dirección. El guión que preparó fue, como siempre, un derroche de creatividad y afectividad. Personalmente lo pasé en grande. No faltó el buen rollo y el impagable sentido del humor, rasgos imprescindibles en el devenir de estos tiempos tan difíciles.
    Quiero darle las gracias a Manu Espada por ser como es: una gran persona ante todo; y por el gran esfuerzo que hizo para que todo resultase de lo más divertido. Y por supuesto, a todos aquellos que han participado en este montaje,  sin los cuales la presentación no habría sido posible.
    Mis mejores deseos para Lola y su libro: "Partículas en suspensión".

    Juan Leante






    Estas primeras fotos van dedicadas a los que prepararon e hicieron posible la entretenida presentación de: Partículas en suspensión.

    Manu el direstó, la Lola y el correcaminos, digo..., Mariano Vega, el editor (Regidor al fondo)
    Ernesto Ortega - El regidor en la sombra. Siempre al loro.
    María Jesús Baratas.  Un toque de distinción
    Yolanda Del Valle. La voz del pueblo.

    Medio tapado, Gonzalo Cordero. Un desparrame de humor del bueno.





    La emotiva lectura de María Jesús Espada

    Rosana Alonso, alias la Negra, siempre dando el callo y no protesta.