17/12/10

VUELO DE LARGO RECORRIDO (incluido en el libro "10 CARTAS DE AMOR" )

Querida Eloísa:

Nunca me gustaron las palomas. Tampoco pensé que un día abandonaría mi casa. Tú siempre quisiste a las palomas. Yo odiaba el zureo en el alféizar de la ventana, su andar a pasitos cortos, la voracidad que las hacía pelearse entre ellas por una miga de pan, lo sucias que eran que lo dejaban todo perdido de porquería líquida. No acabo de comprender como tú, tan pulcra, puedes tenerles tanto aprecio. Al poco de mudarte, te vi en el rellano de la escalera de la mano de tu madre. Ibas con los zapatos brillantes, los calcetines rosas y el vestido de flores, que parecías una princesa. Miraste mis botas embarradas y arrugaste la boca con ese mohín que te sale cada vez que algo te desagrada. Fue la primera vez que me hiciste sentir mal. Luego vendrían otras. Pero esa la recuerdo porque conocí la vergüenza. Escupí sobre el cuero, saqué el pañuelo blanco del bolsillo y las limpié con él. Aquello me costó un fin de semana castigado en casa. Tuve tiempo para pensar en ti, también para ahuyentar a las palomas del alféizar de tu ventana con las piedras de mi tirachinas. Tú asomabas una mano con cuatro hoyuelos y muchas pecas, la abrías y dejabas caer las migas de pan. Luego ocurrió lo del accidente; porque eso fue Eloísa, un desgraciado accidente. Nunca quise darles. Pero ahí estaban, apelotonadas, voraces, picoteando tus migas. Tiré a bulto y la piedra le rompió una pata a la paloma. A ver qué otra cosa podía hacer ¿enterrarla? Eso hubiera sido un desperdicio. Ya sé que lloraste y que yo no debí decirte aquella estupidez de ave que vuela a la cazuela. Si pudiera volver atrás, no la cogería del parque donde cayó, ni se la llevaría a mi madre para que la guisara. ¡Hay que ver cómo son las madres! Todo lo cuentan a las vecinas. Me odiaste, lo sé. A mí, en cambio, cada día me gustabas más. Me distraje tanto contigo que no atendí a otros alicientes de la vida. No, no es un reproche. Pero quiero que lo sepas. Iba de la escuela a casa. Merendaba a bocados rápidos y enseguida estaba en la ventana, esperando a que tu mano saliera a alimentar a las palomas. No lo creerás, claro, porque tú no puedes ver maldad en ellas, pero yo observaba cómo se picoteaban unas a otras en la cabeza hasta hacerse sangre, todo por tener un sitio en ese comedero en que convertiste el poyo de tu ventana. Durante estos años, he visto asomar la piel suave de tus manos, con pequeñas pecas doradas, y los dedos largos aleteando como mariposas. Las he visto con manchas pardas, los nudillos hinchados y la piel abultada por ramificaciones azules. Siempre a las mismas horas. No podías descuidar a tus palomas. Tampoco yo podía descuidarte a ti. No puedes imaginar mi inquietud cuando no vi tu mano asomar a la misma hora de otros días. Se me hizo eterno el tiempo que tardó tu hija en venir a abrir la puerta. ¡Ay, Eloísa, qué testaruda eres! Tú y tus manías de poner cada cosa en su sitio de siempre. El tarro de las lentejas, arriba, en el último estante del mueble de la cocina. Y, claro, tuviste que subirte a la escalera. Date cuenta de que esa obcecación tuya te ha llevado a donde estás. Pero no, no quiero hacerte reproches. Siempre fuiste así: ordenada y pulcra. También muy testaruda. Yo en cambio. Bueno, ya lo sabes. Por eso no entendía lo de las palomas. Tampoco por qué te casaste con él. Os veía salir y entrar del portal, agarrados del brazo como dos amigos. No te ofendas, pero nunca vi ni un asomo de pasión entre los dos. Lo tuyo con los chicos era un ir y venir. Algo así como el cambio de vestido. Cuando tu madre dijo que te casabas, pasaron muchas cosas por mi cabeza y creo que llegué a odiarte un poquito. O mucho, no sé, ya no me acuerdo. En cambio sí recuerdo con qué fuerza deseé que lo aborrecieras como te había ocurrido con otros. Pero no, seguiste adelante. En medio de mi desconsuelo, saber que te quedabas a vivir un piso más abajo, fue un alivio. Continué espiando tus manos. Sólo tenía que asomarme un poco más. Luego nació tu hija y salías con ella al parque. Ahí cogiste la costumbre de llevarte el pan duro en una bolsa para seguir alimentando a las palomas. Te cubrían, insolentes y voraces. Picoteaban tus zapatos, incluso tus manos, conocedoras de que nunca les harías daño. Pero ellas a ti sí, porque pude ver alguna marca cuando las abrías para soltar la carga de migas en la ventana. Te seguí al parque y cuidé de tu niña. Porque a veces, ni cuenta te dabas de que ella se echaba de cabeza por el tobogán, tan ensimismada estabas con tus palomas. Luego él murió y volviste a ser mi vecina de planta. Vigilaba tus salidas a través de la mirilla para hacerme el encontradizo, sólo por escuchar tus buenas tardes; secas y distantes, sí, pero eran mías, las decías para mí. Te ayudaba a plegar el carrito para que pudieras bajar en el ascensor con la niña. “No se moleste”, decías, aunque me dejabas hacer. No sabes cuánto detestaba ese tratamiento de usted. Tú bajabas primero y luego yo, y aún quedaba un rastro de colonia en el ascensor. Fui a una perfumería y mareé a la dependienta con frascos y más frascos hasta que di con ella. Todas las noches echaba unas gotas en mi almohada y era un poco como tenerte a mi lado. Ahora ya lo sabes. Aunque yo creo que algo sospechabas. Porque a veces, cuando ibas sola y bajábamos juntos, olfateabas el aire y me mirabas a hurtadillas con una pregunta en los labios que nunca llegaste a formular. Yo seguía tus pasos, y cuando tu hija se fue y tu andar se hizo torpe, estuve atento a quitar cualquier estorbo en tu camino; pero no podía evitar lo que ocurriera dentro de la casa. Tu hija contrató a una sudamericana para que cocinara y te llevara al parque todas las mañanas, y yo me hice amigo de ella y así pude sentarme en tu mismo banco y competir contigo por las palomas. Tú abrías la mano y llenabas el suelo de pan; yo de arroz. Y ellas rodeaban mis zapatos. Supongo que estaban hartas de pan. Entonces quisiste saber qué les echaba y tuvimos nuestras primeras palabras más allá de los saludos fríos del portal y la escalera. Aquella noche puse muchas gotas de tu colonia sobre mi almohada y te sentí más cerca que nunca. Después vinieron otras mañanas y la señora nos dejaba solos en el banco mientras ella charlaba con sus compatriotas. Llegué a rozarte ¿recuerdas? Fue cuando me pediste un poco de arroz y puse mi puño sobre la palma de tu mano. Me demoré y tú no la retiraste. Desde entonces, fue como si tuviéramos una cita diaria en el parque. Te ibas a mediodía y ya sólo podía ver tus manos por la tarde, cuando le dabas de comer a las palomas en la ventana. Pero estabas tan cerca, a diez pasos de mi puerta, que cuando te acostabas, casi podía oírte respirar al otro lado de la pared. Tú y mi casa, eso era todo lo que yo quería. Porque ya te lo he dicho, nunca pensé en abandonarla. Mi vida, mis recuerdos, todo está entre estas paredes y me habría gustado quedarme hasta el final. Eso era lo que yo deseaba Eloísa, pero tú has tirado siempre de mí sin saberlo. Y ahora ha llegado el momento de seguirte al lugar donde tu hija te ha llevado para que no pases las noches sola, ni vuelvas a subirte en una escalera con un tarro de lentejas. Me voy contigo. Dejaré el piso cubierto de arroz y migas de pan y la ventana abierta para que las palomas puedan entrar y salir de mi casa. Y en unos días, cuando esté contigo, guardaré el pan de cada comida, bajaremos todas las mañanas y todas las tardes al pequeño patio de la residencia, tomaremos el sol y echaremos migas al suelo. Ya verás como en poco tiempo vuelves a tener a tus pies a tus amigas las palomas.

Tuyo: Alberto Rojas.

15 comentarios:

Torcuato dijo...

Si eso no es amor, entones nada lo será.
Felicidades por esta maravilla, Lola.
Un beso.

Lola Sanabria dijo...

Gracias, Tor.

Besos nocturnos.

David Moreno dijo...

Muy tierno Lola, amor del de verdad.
Enhorabuena.
Un saludo indio

AGUS dijo...

Ay Lola, casi se me escapa una lágrima. Menudo texto. Se me antoja dificilísimo escribir sobre el tema universal del amor sin incurrir en tópicos y noñerias. Y tú lo haces con una sencillez, ternura y perspectiva que hasta parece fácil. Qué más te puedo decir!!! Pues que es un lujo pasarse por aquí, leerte y aprender día a día. Y que espero - te leí en el blog de Rosana - que pronto te pongas con ese libro o con otro, para deleite y disfrute de todos.

Un abrazo, besos y disfruta del finde.

Lola Sanabria dijo...

El amor, ese sentimiento que tanto nos hace gozar y sufrir, Indio.

Sí,Agus, es difícil tocar el tema sin meter los pies (o la pluma) en el charco de la ñoñería. Un honor el que me haces tú al pasarte por aquí. Y de libros nada, que no tengo ganas de quebrarme la cabeza. Al menos de momento.

Besos volados a repartir.

La sonrisa de Hiperion dijo...

Realmente precioso el texto que nos has dejado...

Saludos y un abrazo.

Maite dijo...

Un text de altos vuelos, Lola, y con ese sentimiento que tú sabes imprimir en cada texto. Abrazos.

Lola Sanabria dijo...

Muchas gracias, paisano.

Besos y abrazos calentitos.

Lola Sanabria dijo...

Gracias Maite. Volar, lo que se dice volar, con la imaginación.

Abrazos al cubo.

R.A. dijo...

Lo que ya te han dicho de sortear con éxito la ñoñería y luego...no sé yo si existen amores así a estas alturas. Menos mal que estás tú para inventarlos y contarlos.

Bechos más

Lola Sanabria dijo...

¿Cronista del amor otoñal? Tampoco me importa. Gracias, guapa.

Besos embrujados.

Mónica Ortelli dijo...

Me encantó, Lola. Texto muy bien trabajado para un tema en el que ya todo está dicho. Pero lo tuyo da la pauta de que a partir de detalles o una perspectiva nueva, el mundo puede volver a recrearse.
Muy vívida aparece esa mano con el puñado de migas para las palomas.
Un abrazo dominguero.

Lola Sanabria dijo...

Me alegro de que te gustara, Mónica.

Besos a punto de nieve.

Un tipo dijo...

Qué maravilla. Qué encantado leyendo.
Tiene un secuencia capturadora, y las palabras adecuadas.
Hermoso.

"Fue la primera vez que me hiciste sentir mal. Luego vendrían otras. Pero esa la recuerdo porque conocí la vergüenza."

Claro.

Abrazos, Lola.

Lola Sanabria dijo...

Me alegra mucho que te guste, Edgar.

Besos con alevosía y nocturnidad.