21/7/09

ESCARMIENTOS


Cuando era muy pequeña, las calles de mi pueblo no estaban asfaltadas. Corría cuando jugábamos al escondite. Corría cuando nos perseguían los niños. Corría para ahuyentar el frío del invierno. Y mis caídas eran muy frecuentes. Si sólo era un raspón en la rodilla, me la curaba yo misma con saliva. Pero a veces no era suficiente. Iba a mi casa llorando, con la piel desollada y la sangre corriendo por las piernas. Mi madre sacaba entonces el agua oxigenada, empapaba un algodón y lo aplicaba a la herida. Al retirarlo, quedaba una espuma, como gaseosa efervescente, que escocía. Lloraba más. Y entre soplido y soplido a las rodillas, mi madre decía: “A ver si escarmientas”.
No escarmenté entonces. Me gustaba correr por la calle a pesar de las muchas caídas. Y no escarmiento ahora. Ya no corro, pero sí confío o espero de los demás, y me llevo muchas decepciones. Pero no escarmiento. Siempre consiguen sorprenderme. Y lloro. Aunque ya no tengo a mi madre para que me sople en las heridas o me haga una caricia, o me diga: “A ver si escarmientas de una vez”. Creo que, como me dijo no hace mucho una profesora de un curso, alimento muy bien a esa niña que llevo dentro. Escarmentar sería como matarla, y yo no quiero.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Brujuleando por tu espacio, recalo aquí y cuando finalizo tu recuerdo, o tu fabulación de escritora, siento un deseo irrefrenable de decirte: "no acabes de escarmentar nunca"... "no acabes nunca de escribir."

Leo Vigilda

Lola Sanabria dijo...

Gracias Leo. En ello estamos.

Anónimo dijo...

No, no lo hagas. Yo tampoco lo hago pero creo que si lo hiciéramos adios a esa parte que nunca debe morir y menudo rollo la vida entonces.


Besos

R.A.

Lola Sanabria dijo...

Así lo creo yo también R.A.

Besos.