EL
PASO
¿Qué
quieres, que te diga que no entres? Vas a hacer lo que te dé la gana. Tú eres
muy tuyo y no escuchas a quienes tienen los días contados y te suplican una
prórroga, mucho menos a mí que aún tengo cuerda para un ratito. Date un garbeo
por el hiperespacio. O mejor aún: unas vueltas por la Tierra, en sentido
inverso a las agujas de un reloj, y a lo mejor consigo el ovillo, si no
completo (no quiero pecar de pasarme en la ambición), a medias. Y lo pasado,
pasado. Nada de volver a pisar la hierba doblegada. ¿Que hubo mucho bueno? Ya.
¿Y qué? Un aburrimiento repetir lo mismo. No. Yo quiero encontrarme en mis
veintitantos años y decirme eso de: tienes toda una vida por delante. A ver
para dónde tiras esta vez. Así, con chulería. Con mucha arrogancia juvenil.
Cierro los ojos y me miro por dentro. Un
revoltijo de vivencias que podría guardar en una caja de cerillas es todo lo
que veo de este tiempo orbital que se consume como el fogonazo de un fósforo. Un
virus de acidez exasperante. El olor de la sal veraniega. El arañazo joven de
una muerte ajena. El tamborileo de un premio. Un caleidoscopio de amores. Y
mucho más. Pero lo pequeño se esconde en compartimentos sellados. Aunque no se
pierdan. Aunque un día, al buen tuntún, se abra una compuerta que libere esa
libélula. Y digas: ¡Anda, coño, si eso me ocurrió a mí! Pero hablamos de lo que
permanece. Lo que decide tu memoria que es importante. Yo procuro no darle
carrete a la nostalgia. No estar todo el día dale que te pego con el rollo del
abuelo cebolleta de en el año tal, ocurrió tal cosa. Penoso. Así que me quedo
con lo que registra mi disco duro. Y si viene un día diáfano de esos que
quieres retener porque la felicidad de ese momento pleno te da un revolcón de
paraíso, entonces haces un nudo, una lazada, cualquier cosa que trampee a la
desmemoria, y lo fijas ahí, para que perdure. De esos tengo unos cuantos. Joyas
que dejé escritas. Porque la escritura
me permite hacer lo que me dé la gana con las palabras. Ser libre. Recoger lo
que quiero en un folio. Ya ves. Ahora me da la gana entretenerte, no dejarte
pasar. Porque el tiempo es eterno aquí. Que sí, que tarde o temprano dejaré de
teclear. Pondré fin. Me levantaré a por ese café o esa cerveza y tú tendrás el
paso franco. No pongo en duda tu poder absoluto. Tampoco es que piense que vas
a traerme solo sinsabores. Espero alguna golosina. Pero lo cierto es que cada
vez que uno se avieja en el amarillo huevo de un calendario y entra un joven
imberbe como tú, es un adiós que se aproxima. Y a todo esto, ¡hala!, le damos
un bombo, un sinfín de atragantamientos, con los cuartos y las campanadas y las
uvas metidas a toda prisa en la boca, que parecemos hámsters llorones. Porque
jajá, jajá, que se me ha ido por el otro lado y estiro la pata aquí mismo. Y
luego el brindis y el champán. Y después
las felicitaciones. Que no puedes ni llamar por teléfono porque están las
líneas colapsadas. ¡Y venga estampidos de petardos y fuegos artificiales! Ya me
dirás tú qué hay que celebrar. No me vengas con la tontería de que la entrada
de un nuevo año es lo mejor. Nada, no me convence. Pero claro, hay que aturdir
la realidad de las canas, de los nudos venosos en las manos, de la artrosis que
se agarra como un perro rabioso a los huesos, con mucho ruido y mucha alegría
falsa. Pero no. Están los que acaban las reuniones familiares como el rosario
de la aurora, con cuchilladas traperas y algún insulto; están los que se meten
una botella de alcohol para ir contentitos a las cenas con cuñados, sobrinos, tíos
que no saben de dónde salen, etc, y pasan el trago medio regular aunque después
les dé la llorera; luego están los que
no tienen ni para tabaco y se pasan el tiempo disimulando lo mal que se sienten.
Algunos, los afortunados, huyen como conejos a cualquier lugar al sol lo más
lejos posible de la familia, procurando olvidarse de esas fechas tan señaladas.
¡Ah!, cómo me gustaría a mí hacer un viajecito de esos… No puede ser. Ya ves,
la crisis me ha dejado los bolsillos tiritando. Pero quizá lo consiga algún
día. La esperanza es esa vieja zorra plateada que mantiene a las personas
vivas. Porque si no hay deseos por cumplir, enseguida aparece la de la guadaña.
Ya, bueno, tienes razón. Si seguimos esa línea de pensamiento, llegaremos a la
conclusión de que tiempo detenido, tiempo muerto literalmente hablando. Porque
lo de andar hacia atrás era solo un juego de niños, como el escondite, el balón
prisionero o los cromos. Aún me acuerdo del bocado que me dio Fernando en el
brazo cuando peleamos por aquel cromo de dragón de komodo. Quedó destrozado. El
cromo, digo. Y a mi amigo le dejé unos moretones gloriosos en las espinillas.
¡Hay que ver cómo se pusieron nuestras madres! Unas fieras corrupias. Les duró
más el enfado entre ellas que a nosotros que al día siguiente ya estábamos
bailando la peonza juntos. ¡Eterno aquel tiempo infantil, interminables las
tardes de domingo! Que sí, que no pierdo el hilo. Está claro que no puedo
retenerte más. Vas a entrar y a lo grande. Está bien. Pero mira que no traigas
nada corrupto en la barriga de tu último número. ¡Porque hay un pestazo por
aquí! Ya. Que lo podrido está en el que se va. Bueno. Vigila que no te deje la
bolsa de la basura, que se la lleve con él, la tire en el contenedor y le eche
el candado para que nunca más vuelva a salir.
Y ahora tengo que dejarte pasar, porque me
está llegando el olor del café recién hecho desde hace rato y la tentación es
muy fuerte. Yo me vendo por un café, ya ves, con poquito me conformo. Voy a
dejar de teclear, no sin antes decirte que ojito con cómo te portas. Te estaré
vigilando.
¡¡Tengamos
una buena cosecha de año en paz!!