Fotografía tomada de la red. |
Mientras en Irak se sigue muriendo y El Gran Criminal duerme sin conciencia, voy de casa al trabajo y del trabajo a casa, con un embrión de carta en mi cabeza. Tecleo, borro, vuelvo a teclear. Vuelan pájaros de largo recorrido.
Mientras los muertos se secan al sol, mi hermana y yo celebramos nuestro cumpleaños alrededor de una paella.
Mientras un ojo a ras de suelo sólo ve barro, yo veo estrellas corridas y metamorfosis en parras.
Mientras una niña saca de un pozo un cubo de agua enlodada, yo abro el grifo, lleno un vaso y lo dejo cerca de la pantalla del ordenador donde Estrella vende los mejores percebes del mercado.
Mientras África llora, yo río la ocurrencia de una chica de mi centro de trabajo.
Mientras la soberbia intenta cargar sus muertos sobre otras espaldas, yo cocino frutos del mar.
Mientras asaltan un barco de ayuda a Gaza, doy los últimos toques a una historia de mares embravecidos y naufragio de pateras.
Mientras la burbuja inmobiliaria estalla y vuelan los buitres con los bolsillos llenos, yo me enfado con las palabras que no quieren venir en mi ayuda.
Mientras unos cuerpos revientan con la metralla y sus madres lloran, yo sonrío cuando sorprendo al mayor acariciando al menor de mis hijos.
Mientras un niño tira de la teta desinflada de su madre, yo preparo unas verduras al vapor.
Mientras un indigente es fagocitado por sus costras en California, yo me manifiesto contra la reforma laboral y la privatización de la sanidad.
Mientras cada segundo mueren niños de hambre, yo intento calcular en la cola de la pescadería por cuánto me va a salir el arroz con bogavante de fin de año.
Un año. Un apunte de vida.