Doble alegría la de hoy. De nuevo en Wonderland. Y tres de mis relatos traducidos al francés.
A DOS MANOS
Entrabas en la sala comenzada la película y elegías tu presa. Admiraba la delicadeza de tu mano derecha deslizándose por la piel ávida de caricias, la agilidad con que sacabas limpiamente la cartera con los dedos de la otra.
Conmigo te costó algo más de tiempo, empeñada en implicar a tus dos manos en el gesto amoroso. Fracasé.
Sé de tu disgusto, el billetero es de plástico y sólo contiene esta nota. Pero puedes recuperar el tuyo, aligerado de peso, con toda la documentación, en la papelera que hay a la entrada de nuestro cine que, estoy segura, seguirás frecuentando.
Podéis escuchar el relato a partir del minuto 49
http://www.rtve.es/alacarta/audios/wonderland/wonderland-litoral-parlem-amb-director-raimon-molins-els-actors-marc-rodriguez-lluis-marco/1796372/
Os dejo el enlace a los relatos traducidos al francés, gracias a la intervención de Manu Espada.
http://lecturesdailleurs.blogspot.fr/2013/04/expulses-silence-dieu-lola-sanabria.html?m=1
Y aquí los relatos en castellano.
SILENCIO
Mis pies desmayados oscilan a dos centímetros del suelo, como peces moribundos, desde el precipicio de la cama. El esmalte de uñas se ha descascarillado. Muestra calvas blancas entre el rojo sucio. Muevo un poco los dedos hacia abajo a la búsqueda de aquella mañana, de aquella pelota rodando, rodando. Cierro los ojos y cuento hasta tres. Giro los tobillos y el hielo de la colcha me roza. Abro una rendija en los párpados. Levanto la mirada a la cómoda, al niño y al balón enmarcados. Un puñetazo que me corta el resuello. Bajo la cabeza. No encuentro las zapatillas.
DIOS
En el hospital, me espera la rutina. La bata blanca y los locos de siempre. Dejo de patear el andén, arriba y abajo. Tengo delante una cabeza rapada. A su derecha otra con coleta. A su izquierda, la de media melena. Chubasquero, blazer, abrigo, pantalón, falda, zapatos planos, de tacones, deportivas... Elijo a la chica de la coleta rubia, cazadora negra, pantalón vaquero y zapatillas. El tren asoma el morro por el túnel. Unos pasos, y me pego a ella. Acaricio su espalda con el dorso de la mano. Gira la cabeza y mírame; si sonríes, te perdono la vida.
DESAHUCIADOS
Las tres de la madrugada. Salgo con los zapatos en la mano, para no alertar al perro que dejaron de vigilancia. En el vestíbulo tropiezo con la maleta y las cajas. Unos segundos de espera, mordiendo el labio, para que se pase el dolor del meñique, siempre el meñique. Abro y cierro la puerta conteniendo la respiración. Me calzo. Bajo. Ni lobos en las aceras. Camino hasta el final de la primera calle. La corto con la radial, de lado a lado, a lo ancho, la voy enrollando como una alfombra, desandando el camino. Luego otra. Y después la siguiente. Así hasta no dejar ninguna de acceso a mi portal. Fuera de casa, el vacío. Sonrío satisfecho. Vuelvo a la cama. Duermo. Me despiertan los golpes. De un salto, me planto frente a la ventana. Han vuelto a poner las calles. Ya vienen. En las tiras blancas del paso de cebra, cuerpos estrellados como mosquitos. Aún no han tendido las redes. Rompo el cristal y salto. A medio camino me topo con el del quinto. Vamos cayendo, los desesperados.
Mis pies desmayados oscilan a dos centímetros del suelo, como peces moribundos, desde el precipicio de la cama. El esmalte de uñas se ha descascarillado. Muestra calvas blancas entre el rojo sucio. Muevo un poco los dedos hacia abajo a la búsqueda de aquella mañana, de aquella pelota rodando, rodando. Cierro los ojos y cuento hasta tres. Giro los tobillos y el hielo de la colcha me roza. Abro una rendija en los párpados. Levanto la mirada a la cómoda, al niño y al balón enmarcados. Un puñetazo que me corta el resuello. Bajo la cabeza. No encuentro las zapatillas.
DIOS
En el hospital, me espera la rutina. La bata blanca y los locos de siempre. Dejo de patear el andén, arriba y abajo. Tengo delante una cabeza rapada. A su derecha otra con coleta. A su izquierda, la de media melena. Chubasquero, blazer, abrigo, pantalón, falda, zapatos planos, de tacones, deportivas... Elijo a la chica de la coleta rubia, cazadora negra, pantalón vaquero y zapatillas. El tren asoma el morro por el túnel. Unos pasos, y me pego a ella. Acaricio su espalda con el dorso de la mano. Gira la cabeza y mírame; si sonríes, te perdono la vida.
DESAHUCIADOS
Las tres de la madrugada. Salgo con los zapatos en la mano, para no alertar al perro que dejaron de vigilancia. En el vestíbulo tropiezo con la maleta y las cajas. Unos segundos de espera, mordiendo el labio, para que se pase el dolor del meñique, siempre el meñique. Abro y cierro la puerta conteniendo la respiración. Me calzo. Bajo. Ni lobos en las aceras. Camino hasta el final de la primera calle. La corto con la radial, de lado a lado, a lo ancho, la voy enrollando como una alfombra, desandando el camino. Luego otra. Y después la siguiente. Así hasta no dejar ninguna de acceso a mi portal. Fuera de casa, el vacío. Sonrío satisfecho. Vuelvo a la cama. Duermo. Me despiertan los golpes. De un salto, me planto frente a la ventana. Han vuelto a poner las calles. Ya vienen. En las tiras blancas del paso de cebra, cuerpos estrellados como mosquitos. Aún no han tendido las redes. Rompo el cristal y salto. A medio camino me topo con el del quinto. Vamos cayendo, los desesperados.