Fotografía tomada de la red. |
Queridos míos:
Era una tarde muy gris. Yo volvía triste del instituto: el examen de Literatura no me había ido muy bien. Pasé tan cerca, que limpié el cristal con la manga de mi chaqueta escolar. Os quedasteis como una partícula de luz dentro de mi retina. Giré la cabeza y os estuve mirando largo rato, repasando con el dedo vuestra silueta graciosa, intentando imaginar la suavidad de la piel en el tacto de mi mano.
Mamá dijo que no podía ser, que andábamos mal de dinero. Estuve a punto de renunciar. Pero seguíais ahí cada tarde sin que yo lograra comprender cómo nadie se fijó en vosotros, cómo podía ser que no hubiera quien os quisiera. Hasta que comprendí la razón. Me queríais a mí, y seguro que perdíais brillo, os arrugabais y os hacíais feos para que nadie se fijara en vosotros. Le dije a mamá que bordaría la sábana de la niña del médico y le puse precio. Nunca me gustó bordar, pero por vosotros estaba dispuesta a herir la tela con la aguja, arriba y abajo, con el bastidor sobre las rodillas. Puntadas pequeñas para el matizado de una hoja que tardaba días en acabar. Filtiré en una flor que se hacía eterna. Bodoques para las semillas. La vainica en el dobladillo que se alargaba como un río atravesando países en el mapamundi escolar. Infinita la labor, pero no me rendí.
Aún recuerdo la mañana en que os acaricié por primera vez. ¡Erais tan hermosos, tan delicados conmigo! Os llevé cuando conocí mi primer amor, y también en la despedida de mi abuela. Siempre hay una despedida. Como ahora. Os he tenido tanto tiempo conmigo que me duele la separación como si me arrancaran algo del cuerpo, igual que cuando me extirparon las amígdalas. Solo que entonces me entibiaron el dolor con natillas y helados. Porque sé que nunca encontraré ningunos como vosotros. Durante todo este tiempo no hubo ni un solo roce, y eso es tan difícil que ocurra nada más conocerse. Cuando no os llevo, añoro el abrazo de las pulseras bajo mis tobillos, cuando os llevo, no os siento de tan delicados que sois conmigo. Pero ha llegado el momento de decir adiós. Mamá dice que no hay sitio para vosotros en mi armario, que os caéis de viejos, que es hora de que os deje en el contenedor. Y así lo haré esta noche, a oscuras, para que nadie pueda ver mis lágrimas excepto vosotros, mis queridos merceditas.
Mamá dijo que no podía ser, que andábamos mal de dinero. Estuve a punto de renunciar. Pero seguíais ahí cada tarde sin que yo lograra comprender cómo nadie se fijó en vosotros, cómo podía ser que no hubiera quien os quisiera. Hasta que comprendí la razón. Me queríais a mí, y seguro que perdíais brillo, os arrugabais y os hacíais feos para que nadie se fijara en vosotros. Le dije a mamá que bordaría la sábana de la niña del médico y le puse precio. Nunca me gustó bordar, pero por vosotros estaba dispuesta a herir la tela con la aguja, arriba y abajo, con el bastidor sobre las rodillas. Puntadas pequeñas para el matizado de una hoja que tardaba días en acabar. Filtiré en una flor que se hacía eterna. Bodoques para las semillas. La vainica en el dobladillo que se alargaba como un río atravesando países en el mapamundi escolar. Infinita la labor, pero no me rendí.
Aún recuerdo la mañana en que os acaricié por primera vez. ¡Erais tan hermosos, tan delicados conmigo! Os llevé cuando conocí mi primer amor, y también en la despedida de mi abuela. Siempre hay una despedida. Como ahora. Os he tenido tanto tiempo conmigo que me duele la separación como si me arrancaran algo del cuerpo, igual que cuando me extirparon las amígdalas. Solo que entonces me entibiaron el dolor con natillas y helados. Porque sé que nunca encontraré ningunos como vosotros. Durante todo este tiempo no hubo ni un solo roce, y eso es tan difícil que ocurra nada más conocerse. Cuando no os llevo, añoro el abrazo de las pulseras bajo mis tobillos, cuando os llevo, no os siento de tan delicados que sois conmigo. Pero ha llegado el momento de decir adiós. Mamá dice que no hay sitio para vosotros en mi armario, que os caéis de viejos, que es hora de que os deje en el contenedor. Y así lo haré esta noche, a oscuras, para que nadie pueda ver mis lágrimas excepto vosotros, mis queridos merceditas.