18/3/10


ALMA EN PENA

Prisionero de su esfera, negro, brillante, lleno de vida; el caracolillo. Respirando sobre el escote en pico de Magdalena. Vestida de viuda eterna. Manosea entre sus dedos el relicario con mi rizo, cuando viene a visitarme, puntual, cada dos de noviembre, al destierro de los suicidas, y me dice mientras enseña con una sonrisa su colmillo derecho, montado y retorcido sobre la paleta: “Siempre estarás conmigo, Roberto”. Pero últimamente noto un cosquilleo de brisa entre los dedos de mi pie izquierdo. Quizá se lleve una sorpresa en su próxima visita.


MERODEADORES

Prisionero de su esfera de poder, contribuyente activo de la sociedad en la que vive, rebosan de su armario los trajes, las camisas y zapatos hechos a medida, los billeteros abultados de piel de serpiente y las joyas exclusivas. Y tiene a su servicio, a un desconocido con guantes blancos que le cepilla el frac antes de ir a una gala donde pasan el cepillo que engorda sus cuentas. Pero cuando llega la noche se remueve, inquieto, en su colchón de plumas. No puede dormir. Hace tiempo que los oye merodear, fuera.


DIÓGENES

Prisionero de su esfera de cristal opaco, como polilla de alas quemadas por la luz, golpeándose contra el cristal de la lámpara. Va pisando las pulpas, debilitado, borracho con los efluvios acres y dulzones, pero no quiere dejarse caer en el pasillo, ni en la cocina, tampoco en el baño. Pasa por el salón, sorteando una montaña de tinta y papel, vendimiando bolsas, deshechas, negras, donde crujen los caparazones de los insectos que se multiplican. Desfallecido, llega a la habitación, y se tumba en la cama junto a los huesos sepultados por tirabuzones resecos. Porque a ella siempre le gustó el zumo de naranja.

17/3/10

GRAMOS DE FELICIDAD (INCLUIDO EN EL LIBRO "CUENTOS ALÍGEROS")



El otro día tocaba revisión médica. Con los tubos de flujos y materias internas en mano, entré en un vagón del metro donde soporté mal el exceso de personas. Como una lombriz de tierra, el convoy se deslizó por túneles y más túneles hasta llegar a la estación. Ya llegas, aguanta, me dije, a punto de desmayarme. Pero no, quedaba recorrer medio Madrid perforado. Subí escaleras, las bajé, anduve pasillos interminables, bordeé andenes y al final salí a la calle. Ya está, un poco más y podrás tomarte esa taza de café con la que sueñas. Pero no, en la clínica me esperaba otro exceso de personas para la analítica, para el electrocardiograma, para la audiometría, para la visión, para pesarte, medirte; para todo. El café y las tostadas con tomate, ajo y aceite de oliva, con que me desayuné después, me parecieron un lujo.

11/3/10


CONTROL

Ese tic tac que escuchamos hace rato ahí arriba, acabará por detectarnos. Cuestión de tiempo. Hemos aguantado mucho, conteniéndonos, siempre conteniéndonos. Antes, ellos dejaban que nos extinguiéramos de puro viejos, pero ya no. Un grito, sólo uno, fue suficiente para que se erigieran en dioses y decidieran acabar con nosotros. Les da miedo que no puedan controlarnos del todo. Comienzan los temblores, el llanto ahogado, las toses... bajo esta enorme manta donde nos hemos refugiado, entre bolitas de poliestireno. Pronto estarán ante la puerta del sótano y el detector se acelerará con nuestros sonidos de humanos.

CÁRCELES PARA MUJERES

Ese tic tac que escuchamos hace rato, con los años ha crecido como un latido ensordecedor. Antes apenas nos dábamos cuenta. El salto de las agujas era canción de cuna. Es como cuando se lanza una piedra al río. Ondas expansivas que amenazan con aniquilarnos. Él dice que pasará pronto, que nos adaptaremos como murciélagos a nuestra confortable cueva. Casi no oímos. Casi no vemos. Casi no olemos. Casi no tocamos. Casi no saboreamos. Casi no somos. Podemos quedarnos aquí, arropadas, entre sedas y almohadones, o salir a la calle. Yo, al menos, no esperaré a oír ni un sólo tic tac más de este reloj perverso.

LA ESPERA

Ese tic tac que escuchamos hace rato en el silencio de la casa, acompaña nuestro insomnio. Cuando creo que él ha caído rendido, me levanto y camino descalza para no despertarlo. Me paro un momento ante la puerta con la señal de prohibido, luego paso de largo y llego a la cocina. Abro el frigorífico y saco la leche. Caliento un vaso en el microondas y mientras lo bebo a pequeños sorbos, miro a través de la ventana el porche y la calle que se pierde en una curva. Entonces siento sus brazos rodear mi cintura. Y nos quedamos los dos mirando esa calle vacía.

6/3/10

LA PEQUEÑA






Caminaba todas las tardes con un nido de gracia en el hueco de sus caderas. El cántaro de agua sobre el rodete de su cabeza y una nube de muchachos deseando perderse en el calor de sus piernas. Morena, de pelo largo trenzado hasta la cintura, la piel tostada por soles de años de vendimia, detenía a sus admiradores con el poder de su mirada. Los domingos, tiznaba el contorno de sus ojos con un carboncillo y dibujaba un corazón rojo en sus labios. Un suéter de cuello de barco, falda de tubo, marcando un culo prieto y respingón, levantado sobre unos tacones de aguja y un olor a canela la acompañaban hasta el salón donde alternaba el baile con algún mozo que se le apretaba, encendido, cuando tocaban un bolero, con el twist en solitario, descalza, en el centro de un corro que la jaleaba mientras ella subía y bajaba, arremangándose la estrechez de la falda, su cuerpo pequeño y sinuoso. Reía con ganas, mostrando dos dientes grandes y separados que blanqueaban en los paseos de las noches de verano, bajo un cielo azulón corrido de estrellas. "Pide un deseo", le decía su acompañante. Y ella pedía un buen novio.

Aquella manera de mirarla a la cara y rodearle la estrechez de su cintura, trastornó su equilibrio y le fue minando la seguridad, hasta dejar las riendas de su existencia en manos de aquel tratante de ganado que se cruzó un día en su camino a la fuente. Achicó su alma en los cuatro rincones de la casa a donde él la llevó, lejos de su familia. Un dedo, una mano, la flexibilidad de la rodilla al caminar: poco a poco fue perdiendo la propiedad de su cuerpo. "Que te cortes el pelo", ordenaba él, y ella se trasquilaba como las ovejas que él acarreaba de los caminos. "Cúbrete las tetas bien, que no eres una puta", y cruzaba una toquilla de lana sobre la hondura de su respiración. Arrastraba así una caída que la llevó a no reconocerse en aquella mujer que le devolvía una mirada turbia en el espejo. Días de luto, meses dentro de una mortaja de pasión antigua, años desdibujándose, hasta moverse como una sombra de contornos indefinidos a la que nadie miraba al pasar por la calle.

Lo trajo él. Dijo que necesitaba que le ayudara a trasladar unas ovejas. Era alto, fuerte, miraba con pasión y trataba con ternura a los animales. Dormía y comía en la casa, a la espera de que el cielo se cerrara y pudieran mover el rebaño. Miradas de fuego y roces de seda, y ella volvió a palpar un cuerpo y una risa arrebatados. "Pide un deseo", y en las noches cargadas de agua, ella pedía a las estrellas ocultas por las nubes, días interminables de lluvia. Y el campo siguió mojándose mientras alimentaba un nuevo ser en su interior que iba creciendo y se hacía fuerte y hermoso. Un día no necesitó más lluvias y pidió soles que secaron sus lágrimas. Entró de nuevo, de la mano de aquel hombre, al camino de la vida.

4/3/10


VESTUARIOS

“Entonces es martes, seguro, por lógica. Nos escondimos aquí para evitar a las cotillas de las Torquemada, ¿recuerdas?. Eso fue el lunes por la tarde. Debimos quedarnos dormidas”.
- Pero tanto silencio... No se oye el hilo musical, ni el parloteo de las dependientas.
- Es temprano. Aún no habrán abierto.
- ¡Salgamos!
- Tú primero.
- Adelántate tú que ves mejor.
- Hay tiempo.
- ¿No hueles a quemado?
- Un poco, sí.
- ¡Tu pelo!
- ¡Y el tuyo!
- ¿Salimos?
- Hay tiempo.

SIN RUMBO NI NORTE

"Entonces es martes, seguro, por lógica”. También sabía la hora exacta por el recorrido del sol. El mes, por las espigas del sembrado, las aceitunas del olivo, las nueces del nogal. El año, según lluvias y sequías. Pero cuando unas placas de hielo gris cubrieron el cielo para siempre, y el suelo se volvió estéril, perdió el norte y no paraba de decir que el fin del mundo estaba cerca. Entonces mis padres metieron naftalina en sus bolsillos, lo enrollaron bien, lo ataron con una cuerda, y lo dejaron en un rincón del desván. De vez en cuando, lo sacan al patio para que se airee.

EL JUEGO

Entonces es martes, seguro, por lógica; día de pasar visita en el hospital. Me esperan la bata blanca y los locos de siempre a por sus recetas. Dejo de patear el andén, arriba y abajo. Tengo delante una cabeza rapada, otras con coleta, media melena, con rizos, sin rizos... Cazadora, blazer, abrigo... Pantalón, falda... Zapatos planos, de tacones, deportivas... Elijo a la chica de la coleta rubia, cazadora negra, pantalón vaquero y zapatillas. El tren asoma el morro por el túnel. Unos pasos, y me pego a ella. Acaricio su espalda con el dorso de la mano. Gira la cabeza y mírame; si sonríes, te perdono.