31/12/10

UN AÑO. UN APUNTE DE VIDA.


¡¡¡FELiZ AÑO VECINOS!!!



Mientras en Irak se sigue muriendo y El Gran Criminal duerme sin conciencia, voy de casa al trabajo y del trabajo a casa, con un embrión de carta en mi cabeza. Tecleo, borro, vuelvo a teclear. Vuelan pájaros de largo recorrido.
Mientras los muertos se secan al sol, mi hermana y yo celebramos nuestro cumpleaños alrededor de una paella.
Mientras un ojo a ras de suelo sólo ve barro, yo veo estrellas corridas y metamorfosis en parras.
Mientras una niña saca de un pozo un cubo de agua enlodada, yo abro el grifo, lleno un vaso y lo dejo cerca de la pantalla del ordenador donde Estrella vende los mejores percebes del mercado.
Mientras África llora, yo río la ocurrencia de una chica de mi centro de trabajo.
Mientras la soberbia intenta cargar sus muertos sobre otras espaldas, yo cocino frutos del mar.
Mientras asaltan un barco de ayuda a Gaza, doy los últimos toques a una historia de mares embravecidos y naufragio de pateras.
Mientras la burbuja inmobiliaria estalla y vuelan los buitres con los bolsillos llenos, yo me enfado con las palabras que no quieren venir en mi ayuda.
Mientras unos cuerpos revientan con la metralla y sus madres lloran, yo sonrío cuando sorprendo al mayor acariciando al menor de mis hijos.
Mientras un niño tira de la teta desinflada de su madre, yo preparo unas verduras al vapor.
Mientras un indigente es fagocitado por sus costras en California, yo me manifiesto contra la reforma laboral y la privatización de la sanidad.
Mientras cada segundo mueren niños de hambre, yo intento calcular en la cola de la pescadería por cuánto me va a salir el arroz con bogavante de fin de año. Un año. Un apunte de vida.


(En la columna de la izquierda podéis leer los relatos que hicieron y hacen conmigo personas con discapacidad intelectual en los Centros Ocupacionales por donde voy pasando)

Y bueno, aquí un enlace por si queréis leer algún relato navideño mío: http://proyectosetra.blogspot.com/



28/12/10

FINALISTA DE "CUENTA 140"


Me jugué el décimo en la última timba. Le supliqué una muerte rápida, pero ella era muy suya.

25/12/10

CARCOMAS

Su poquito de cambio en estas fechas tan entrañables.


Un tirón de la cinta de la persiana y caen varias filas rotas de luz sobre la colcha. Agarra una silla por el respaldo, la levanta, la coloca al lado de la cabecera y antes de sentarse, arregla el embozo alisando los pliegues de la sábana con la mano derecha. Luego le pregunta cómo se encuentra esa mañana y, sin esperar respuesta, le regaña por el trocito de pan que dejó en la bandeja de la cena.

- No somos ricos y no se puede desperdiciar la comida. Mire a esos pobres niños de África comiditos por las moscas. ¡Cuánto darían por ese pan que usted despreció!

Busca con el reproche de sus ojos, la vergüenza del padre en las dos grietas que se abren entre las arrugas de la cara. Luego suspira muy hondo, entrecruza los dedos de las manos y las deja sobre el regazo. Pasan unos segundos de silencio con pespuntes de sierra en la madera del armario.

- Ahora mismo le traigo el desayuno. Café y el cuscurro de pan que dejó anoche, bien tostadito. Café poquito para que no se ponga nervioso.

Libera las manos, las baja y las cierra en los bordes laterales del asiento. Impulsa el cuerpo hacia delante, mueve la silla y las patas golpean y arrancan polvo rojo de los ladrillos desgastados. Acerca los labios a la oreja del padre.

- Con lo bien que habríamos estado los dos solos después de la muerte de madre. Pero no, tuvo que buscarse la compañía de esa mujer. Bien que le ha sacado los cuartos, no lo niegue. Iba a pagar a un abogado para que le pleiteara la casa que usted le dejó, pero me han aconsejado que no lo haga porque me puede salir más caro el collar que el perro. Sé que es una chabola pero, chabola y todo, era mía. ¡Cómo pudo, padre, hacerme eso!

Se levanta, introduce una mano en el bolsillo de la bata y saca un cuaderno, un papel de reintegro bancario y un bolígrafo. Lo deja todo sobre la mesilla, incorpora al padre, dobla la almohada y se la coloca en la espalda, acerca el cuaderno, pone encima el documento y le deja el bolígrafo entre los dedos de la mano derecha. Cuando el padre firma, lo guarda todo en su bolsillo y se aleja hacia la puerta.

- Sepa usted que esa mujer ha tenido el atrevimiento de venir con la intención de verlo y que no la he dejado pasar del umbral. Mientras yo esté aquí, ella no pone los pies en esta casa.

- ¡Mala puta!

- ¿Ha dicho algo?

- Nada.

- Me había parecido. Ahora mismo le traigo el desayuno.

23/12/10

OTRA VEZ NAVIDAD

Como os ha dado a todos por el tema navideño, pues ahí va una contribución.

El ángel se columpia suspendido de un hilo sobre el tejadillo y las madres trabajan lavando pañales infinitos en el río y el pastor cuida la oveja coja y mamá oca lleva detrás a sus pequeños a nadar en un río de papel plata y tres camellos soportan con elegancia a tres Reyes Magos con su estrella guía sobre la cabeza y la Virgen mira embobada al Niño en cueros y con cara de no pasar frío y San José aguanta el tipo y el burro y el buey están un poco descascarillados pero siguen caldeando el Portal de Belén con su aliento y una mano de la tercera generación de la familia incluye una nueva figurita en el Nacimiento: señor abonando el musgo y todos lo miran con recelo. Otra vez Navidad.

20/12/10

DIFUNTOS


Saqué el vestido, las medias y la rebeca, todo negro, y lo dejé preparado sobre la silla. Les di betún y restregué bien los zapatos; quedaron como espejos de carbón. Bien ordenados debajo del asiento. Hasta un lazo de seda color azabache, compré. Todos los años veía pasar desde mi ventana a las vecinas, con los ramos y las coronas calle abajo, hacia el cementerio, y yo sin ningún muerto a quien llorar. Fui a la cocina, me agaché, cogí los polvos debajo del fregadero y eché una cucharada en la sopa de mi querido esposo.

17/12/10

VUELO DE LARGO RECORRIDO (incluido en el libro "10 CARTAS DE AMOR" )

Querida Eloísa:

Nunca me gustaron las palomas. Tampoco pensé que un día abandonaría mi casa. Tú siempre quisiste a las palomas. Yo odiaba el zureo en el alféizar de la ventana, su andar a pasitos cortos, la voracidad que las hacía pelearse entre ellas por una miga de pan, lo sucias que eran que lo dejaban todo perdido de porquería líquida. No acabo de comprender como tú, tan pulcra, puedes tenerles tanto aprecio. Al poco de mudarte, te vi en el rellano de la escalera de la mano de tu madre. Ibas con los zapatos brillantes, los calcetines rosas y el vestido de flores, que parecías una princesa. Miraste mis botas embarradas y arrugaste la boca con ese mohín que te sale cada vez que algo te desagrada. Fue la primera vez que me hiciste sentir mal. Luego vendrían otras. Pero esa la recuerdo porque conocí la vergüenza. Escupí sobre el cuero, saqué el pañuelo blanco del bolsillo y las limpié con él. Aquello me costó un fin de semana castigado en casa. Tuve tiempo para pensar en ti, también para ahuyentar a las palomas del alféizar de tu ventana con las piedras de mi tirachinas. Tú asomabas una mano con cuatro hoyuelos y muchas pecas, la abrías y dejabas caer las migas de pan. Luego ocurrió lo del accidente; porque eso fue Eloísa, un desgraciado accidente. Nunca quise darles. Pero ahí estaban, apelotonadas, voraces, picoteando tus migas. Tiré a bulto y la piedra le rompió una pata a la paloma. A ver qué otra cosa podía hacer ¿enterrarla? Eso hubiera sido un desperdicio. Ya sé que lloraste y que yo no debí decirte aquella estupidez de ave que vuela a la cazuela. Si pudiera volver atrás, no la cogería del parque donde cayó, ni se la llevaría a mi madre para que la guisara. ¡Hay que ver cómo son las madres! Todo lo cuentan a las vecinas. Me odiaste, lo sé. A mí, en cambio, cada día me gustabas más. Me distraje tanto contigo que no atendí a otros alicientes de la vida. No, no es un reproche. Pero quiero que lo sepas. Iba de la escuela a casa. Merendaba a bocados rápidos y enseguida estaba en la ventana, esperando a que tu mano saliera a alimentar a las palomas. No lo creerás, claro, porque tú no puedes ver maldad en ellas, pero yo observaba cómo se picoteaban unas a otras en la cabeza hasta hacerse sangre, todo por tener un sitio en ese comedero en que convertiste el poyo de tu ventana. Durante estos años, he visto asomar la piel suave de tus manos, con pequeñas pecas doradas, y los dedos largos aleteando como mariposas. Las he visto con manchas pardas, los nudillos hinchados y la piel abultada por ramificaciones azules. Siempre a las mismas horas. No podías descuidar a tus palomas. Tampoco yo podía descuidarte a ti. No puedes imaginar mi inquietud cuando no vi tu mano asomar a la misma hora de otros días. Se me hizo eterno el tiempo que tardó tu hija en venir a abrir la puerta. ¡Ay, Eloísa, qué testaruda eres! Tú y tus manías de poner cada cosa en su sitio de siempre. El tarro de las lentejas, arriba, en el último estante del mueble de la cocina. Y, claro, tuviste que subirte a la escalera. Date cuenta de que esa obcecación tuya te ha llevado a donde estás. Pero no, no quiero hacerte reproches. Siempre fuiste así: ordenada y pulcra. También muy testaruda. Yo en cambio. Bueno, ya lo sabes. Por eso no entendía lo de las palomas. Tampoco por qué te casaste con él. Os veía salir y entrar del portal, agarrados del brazo como dos amigos. No te ofendas, pero nunca vi ni un asomo de pasión entre los dos. Lo tuyo con los chicos era un ir y venir. Algo así como el cambio de vestido. Cuando tu madre dijo que te casabas, pasaron muchas cosas por mi cabeza y creo que llegué a odiarte un poquito. O mucho, no sé, ya no me acuerdo. En cambio sí recuerdo con qué fuerza deseé que lo aborrecieras como te había ocurrido con otros. Pero no, seguiste adelante. En medio de mi desconsuelo, saber que te quedabas a vivir un piso más abajo, fue un alivio. Continué espiando tus manos. Sólo tenía que asomarme un poco más. Luego nació tu hija y salías con ella al parque. Ahí cogiste la costumbre de llevarte el pan duro en una bolsa para seguir alimentando a las palomas. Te cubrían, insolentes y voraces. Picoteaban tus zapatos, incluso tus manos, conocedoras de que nunca les harías daño. Pero ellas a ti sí, porque pude ver alguna marca cuando las abrías para soltar la carga de migas en la ventana. Te seguí al parque y cuidé de tu niña. Porque a veces, ni cuenta te dabas de que ella se echaba de cabeza por el tobogán, tan ensimismada estabas con tus palomas. Luego él murió y volviste a ser mi vecina de planta. Vigilaba tus salidas a través de la mirilla para hacerme el encontradizo, sólo por escuchar tus buenas tardes; secas y distantes, sí, pero eran mías, las decías para mí. Te ayudaba a plegar el carrito para que pudieras bajar en el ascensor con la niña. “No se moleste”, decías, aunque me dejabas hacer. No sabes cuánto detestaba ese tratamiento de usted. Tú bajabas primero y luego yo, y aún quedaba un rastro de colonia en el ascensor. Fui a una perfumería y mareé a la dependienta con frascos y más frascos hasta que di con ella. Todas las noches echaba unas gotas en mi almohada y era un poco como tenerte a mi lado. Ahora ya lo sabes. Aunque yo creo que algo sospechabas. Porque a veces, cuando ibas sola y bajábamos juntos, olfateabas el aire y me mirabas a hurtadillas con una pregunta en los labios que nunca llegaste a formular. Yo seguía tus pasos, y cuando tu hija se fue y tu andar se hizo torpe, estuve atento a quitar cualquier estorbo en tu camino; pero no podía evitar lo que ocurriera dentro de la casa. Tu hija contrató a una sudamericana para que cocinara y te llevara al parque todas las mañanas, y yo me hice amigo de ella y así pude sentarme en tu mismo banco y competir contigo por las palomas. Tú abrías la mano y llenabas el suelo de pan; yo de arroz. Y ellas rodeaban mis zapatos. Supongo que estaban hartas de pan. Entonces quisiste saber qué les echaba y tuvimos nuestras primeras palabras más allá de los saludos fríos del portal y la escalera. Aquella noche puse muchas gotas de tu colonia sobre mi almohada y te sentí más cerca que nunca. Después vinieron otras mañanas y la señora nos dejaba solos en el banco mientras ella charlaba con sus compatriotas. Llegué a rozarte ¿recuerdas? Fue cuando me pediste un poco de arroz y puse mi puño sobre la palma de tu mano. Me demoré y tú no la retiraste. Desde entonces, fue como si tuviéramos una cita diaria en el parque. Te ibas a mediodía y ya sólo podía ver tus manos por la tarde, cuando le dabas de comer a las palomas en la ventana. Pero estabas tan cerca, a diez pasos de mi puerta, que cuando te acostabas, casi podía oírte respirar al otro lado de la pared. Tú y mi casa, eso era todo lo que yo quería. Porque ya te lo he dicho, nunca pensé en abandonarla. Mi vida, mis recuerdos, todo está entre estas paredes y me habría gustado quedarme hasta el final. Eso era lo que yo deseaba Eloísa, pero tú has tirado siempre de mí sin saberlo. Y ahora ha llegado el momento de seguirte al lugar donde tu hija te ha llevado para que no pases las noches sola, ni vuelvas a subirte en una escalera con un tarro de lentejas. Me voy contigo. Dejaré el piso cubierto de arroz y migas de pan y la ventana abierta para que las palomas puedan entrar y salir de mi casa. Y en unos días, cuando esté contigo, guardaré el pan de cada comida, bajaremos todas las mañanas y todas las tardes al pequeño patio de la residencia, tomaremos el sol y echaremos migas al suelo. Ya verás como en poco tiempo vuelves a tener a tus pies a tus amigas las palomas.

Tuyo: Alberto Rojas.

14/12/10

FINALISTA DE "CUENTA 140"


Mi madre tenía un oído muy fino. Cada vez que abría el cierre metálico de su monedero, me pillaba. Le regalé un tambor a mi hermano.

10/12/10

ESCARCHA EN LAS MANOS (finalista del concurso de poesía convocado por ArtGerust)



 




La cebolla es escarcha 
de la mañana.
Espuma dulce en las encías.
Piel de las manos.
Gachas de madre
con picatostes
sobre las trébedes.
Crecen los cuentos infantiles.
Suben fatigosos, ancianos.
La juventud,escarcha tierna,
se desvanece.
La oscuridad se desmiga
sobre nuestras cabezas.
Se lleva amores
adolescentes.

DOLOR DE VIDA



A su derecha pasa una ventanilla de coche. Medias gafas sobre el caballete de una nariz y una patilla enganchada en una oreja, una goma recogiendo el pelo en una coleta, un hombro, el brazo y la mano sujetando un volante. Acelera. Al frente, las líneas de la carretera unidas bajo un horizonte turquesa que se estira en morado y expande en violeta. Torres de acero, puentes colgantes de cables y boyas, salvavidas para no ahogarse en un mar de cielo. Una franja blanca de avión rasga el papel de la tarde. Acelera. Nada a dónde agarrarse. A su izquierda, un torreón derruido y un pájaro que vuela en círculos sobre dos cuernos en un campo yermo. Delante, una lona amarrada a la caja de un camión. En un lateral asoma la cabeza de una oveja llorona. Acelera. Dos rectángulos de caucho estriado en zigzag. Luces de frenado. El morro bajo el camión y él sobre el asfalto.

Toca la rugosidad del suelo. A un lado, la oveja muestra el interior de su vientre. Una mancha roja sale de algún lugar de su cuerpo de hombre roto, escurre, alcanza la del animal y ambas se mezclan. La oveja bala su dolor. Él pierde peso y se aleja de la frialdad del asfalto. La noche viene con luna llena. Amanda y la playa. Arriba se desdibuja el día. Amanda echada sobre un banco de sueño. La nada. Dormir y no despertar nunca más al vacío. Siente el aliento en la cara y el calor húmedo de una boca que rodea la suya y lo invade con bocanadas de aire tibio que le obligan a respirar. Siente, y una gota se abre paso en su interior de muerto, llega al lagrimal y lo desborda. Cosquilleo de lágrima, sobre un trocito de piel, que se extiende, invade, penetra y entra a borbotones en el caudal de su sangre. Dolor que se transforma y brota en angustia. Quiere y se aferra a esa boya, antes de que se la trague definitivamente la noche.

6/12/10

FINALISTA DE "CUENTA 140"



Presentó una reclamación en la oficina del consumidor por unas sardinas en mal estado. Murió de viejo. La reclamación sigue su curso.

2/12/10

REVISTA A-Zeta


LA COLADA DE LOS LUNES

Los lunes había colada. No me cansaba de mirar, desde mi terraza, las prendas íntimas, negras, rojas, blancas y rosas, cogidas con pinzas de colores del tendedero vecino, Al atardecer, como por ensalmo, desaparecían.

La última noche de vacaciones, mis amigos y yo nos armamos de valor y visitamos el lugar prohibido. Elegí a la chiquilla de pelo corto y piernas largas. Se quitó el vestido. Delimitando el vientre plano, las caderas estrechas y los muslos tiernos de niña, descubrí una de aquellas prendas. Intenté tragar saliva. Fue como si un hueso de albaricoque se hubiera atravesado en mi garganta.

AMAGOS

Estoy preparado, dijo. La abuela siguió con el ganchillo. Mamá se fue a la compra. El tío Antonio se despidió hasta el día siguiente. Mi hermano se encerró en la habitación y puso la música a tope. En cambio yo, esta vez creí a papá. Abrí el armario y saqué el traje gris marengo, la camisa blanca, la corbata azul, los calcetines y los zapatos negros. Luego me senté a esperar. Enseguida se le puso cara de muerto.

30/11/10

GANADOR DE CUENTA 140 (la rueda)



El capo era un apasionado de la Biblia. En lugar de un bloque de hormigón, ató a los pies del chivato una rueda de molino.





Y aquí los otros dos que seleccionó:

Mientras las niñas jugaban a la rueda, los niños nos tirábamos al suelo para jugar a las chapas. Y mirar para arriba y verles las bragas.



En la última rueda de reconocimiento, mamá no supo quién era yo. Siempre sospeché que, de sus seis hijos, a mí era al que menos quería
.





29/11/10

LA HOGUERA DE LAS VANIDADES




El presidente del jurado subió al podio, se caló los anteojos sobre la nariz, rasgó el sobre con un abridor de plata, aclaró la garganta, bebió un trago de agua, tosió y luego dijo con voz alta y clara el título de la obra y el nombre del ganador.


Todos aplaudieron mientras giraban medio cuerpo hacia la mesa que ocupaba el galardonado. Subió al estrado, recibió el trofeo y el cheque, e inició su discurso improvisado.

En una mesa del fondo, el finalista ahogaba su frustración frente a una botella de whisky mientras colocaba su mejor sonrisa para las miradas de reojo de algunos de los asistentes. Después de unos cuantos vasos, estaba considerando que quedar finalista entre miles de participantes era algo muy honroso, cuando se le acercó su amigo del alma, el de toda la vida, aquel con el que había compartido piso, novia y pluma, y le dijo con cara de muchísima pena que sentía mucho que no hubiera ganado. Inmediatamente acusó el golpe, de hecho se tambaleó, de pie como estaba al recibir el abrazo del amigo.

Una vez hubo dejado al finalista, el amigo se apostó cerca de donde terminaba su discurso el ganador y antes de que todos los congregados se lanzaran a darle la enhorabuena, se adelantó él. Abrió sus brazos en cruz, ladeó la cabeza sobre el hombro, compuso su mejor sonrisa y lo acogió contra su pecho. "Escribes muy bien y te lo mereces. Todos sabemos lo que pasa con estos premios, lo del año pasado fue una vergüenza ¡dárselo a un escritor de novelas policiacas! Pero claro, todo está pactado. Ahora, tú te lo mereces. Enhorabuena" Palmeó varias veces la espalda del galardonado se dio media vuelta y salió de la sala, dejando tras de sí una risa espeluznante, como de hiena.


(Este es el inicio de un relato colectivo de otro foro. Como intervinieron varias personas, algunas con las que ya no tengo relación, lo dejo aquí. Parece que la historia se repite. Es cíclico esto de las vanidades de los plumillas, y los ninguneos y los comentarios amargados, y...)

27/11/10

LA CAZA


Debí evitarlo. Y lo intenté. Pero tenía una lengua tierna, ensalivada y dulce. Dejó su rastro por mi cuello y subió a mi boca. Caramelo líquido que envolvió mi labio inferior como una crisálida. Rendida, le franqueé la puerta de entrada a mi casa. Hice mi recorrido nocturno cerrando todas las ventanas. Esfuerzo inútil. Después de la media noche, él se dio cuenta de que los postigos estaban abiertos de par en par y se fue para no volver sino a través de palabras que se liaban en las creencias de las buenas gentes del pueblo y llegaban a mí entrampadas. Se afianzó mi fama y cada vez que las señoras, pañuelo negro anudado al cuello y escapulario morado sobre tetas descolgadas, pasaban delante de mi casa, se santiguaban y aligeraban el paso de sus zapatillas de lonetas reventadas por juanetes. Nadie quiso desde entonces regalarme una caricia ni un beso. Y sin embargo, con el canto del gallo, amanecía entre sábanas arrugadas, con los muslos húmedos de deseo cumplido y la boca sin jugos, como secada por besos.

Dormía desnuda sobre un lecho de telas revueltas cuando escuché una algarabía de viejas plañideras. Me vestí y salí a la calle. Miraban hacia arriba, bajaban las cabezas, se persignaban, pasaban las cuentas de sus rosarios con uñas de luto, lloraban, gemían y clamaban al cielo pidiendo ayuda. Con un ala atrapada entre los cables de la luz, el cuerpo colgando, la cola oscilando entre las patas algo torcidas, un pequeño ser cornudo intentaba alcanzar con una mano de uñas largas y afiladas, los cables para soltarse. Las viejas me recibieron con insultos y escupitajos y tuve que refugiarme dentro de casa. Las oí arengar a los hombres. Escuché sus gritos cuando el diablillo les chamuscó el pelo con llamaradas de agonía. Eso les oí llamarlo, diablillo. Eso dijeron. Sé lo que hicieron con él. Sé lo que piensan hacer conmigo. Salgo al patio. El cielo arde. Bombas incendiarias que corren de un lado a otro, cruzándose en caminos de sangre. Levanto una mano, luego la otra. Doy un salto pequeño, subo unos metros, bajo. Cojo impulso, arriba, más alto, vuelvo a caer. Escucho los golpes en la puerta. Deprisa. Voy hacia la escalera pegada a la pared del pajar. Peldaño a peldaño, llego a la entrada. Doy una patada a la escalera. Los oigo. Están al lado. Veo sus cabezas asomar desde el patio vecino. Él me mira y sonríe torcido. Echa una pierna hacia este lado del muro. Voy a saltar. Cierro los ojos y salto.

25/11/10

ME QUIERES, NO ME QUIERO





Mi madre vivía para la familia. Eso era amor, decía. Planchaba al atardecer, cuando el cielo se iba morado por la loma. Entre ascuas, saliva en el dedo, y algún canturreo, dejaba las camisas blancas sin una arruga. Cuando terminaba ya era de noche y mi padre no había vuelto del café y la partida de cartas con los amigos. Repetían la misma discusión entre las sábanas húmedas de invierno y empapadas en sudor de verano. Yo me tapaba la cabeza con el embozo para no oírlos y me iba quedando dormida con la última entrega de Kit Carson y su amigo Toro, de la sesión matinal del último domingo. Entendía a mi madre. Ella sólo quería que él pasara más tiempo en casa. Eso era amor, repetía. Dejaron de ir juntos al cine: yo en medio, cogida de sus manos, dando saltos, bajando la calle Real mientras las canciones de Antonio Molina nos llegaban cada vez más cerca.

Mi madre se fue un verano. Era solo por un tiempo. Mi padre estaba cada vez más enfermo y no podía sacarnos adelante. “Dos meses de trabajo y vuelvo con dinero para todo el año”. Se fue un día de julio de madrugada y él no dejó de llorar en toda la mañana. Nos quedamos los tres: mi padre, la abuela y yo. Tres vidas que no se encontraban en los rincones de la casa. Cada uno arrastrando su soledad. Yo pasaba la mayor parte del tiempo en la calle. Llegaba de noche y nadie parecía echarme en falta.

Mi padre dejó de hablar y perdió el apetito. Caminaba cada vez con más trabajo. Se apoyaba en un bastón y tardaba mucho en recorrer el trayecto desde nuestra casa al café. En los últimos días de julio, dejó de ir a su partida con los amigos.

A mediados de agosto, el cartero comenzó a traer cartas de mi madre dirigidas a mi padre. No podíamos abrirlas para leerlas. Y él pasaba el tiempo rellenando cuartillas de una raya que arrancaba de mis cuadernos del colegio. Cuando el mes estaba a punto de acabar, ella anunció que volvía y él recuperó el habla y también el apetito.

Unos días antes de su regreso, mi padre me dijo que me pusiera guapa que iba a llevarme al cine. No recuerdo qué película daban pero sí que la actriz era Lana Turner. A mitad de la cinta, lo miré de soslayo: seguía con los ojos encendidos los movimientos de la rubia. Descubrí que, además de mi madre, existía otra mujer para mi padre.

Cuando ella volvió, no dije una palabra de la salida al cine, ni de lo que había descubierto. Era un secreto entre mi padre y yo, aunque él no lo sabía. Mi madre siguió pensando que mi padre no la quería y él, aunque no volvió al café ni a las partidas de cartas, se refugió en la radio y pasaba las horas escuchándola. Pero cuando llegaba la noche y los dos se acostaban, él no dejaba de hablarle, quedo, paciente, intentando convencerla de que no había nadie en el mundo a quien quisiera más. Y yo, desde la cama de mi habitación, corroboraba por lo bajito: “Ni siquiera a Lana Turner”.

23/11/10

FINALISTAS DEL CONCURSO CUENTA 140

Esta es la última vez que colgaré varios. Como sabéis, después de una buena algarada, se ha quedado en que se enviarán los que se quieran pero con un solo nick y él elegirá uno, si es que le gusta. El de la bordadora lo incluyo porque fue el que eligió en un principio y creo que merece estar aquí, aunque luego colgó el de las gallinas como finalista.
Le dijeron que el Cuerpo de Verdugos estaba al completo. Tuvo que hacerse un hueco.


Para verdugo, "la Florera" que mataba gallinas a destajo con un golpe de muñeca.
Su madre ponía siempre la guinda en el pastel. Ella también era detallista: bordaba las capuchas de las condenadas rematándolas con vainica.

19/11/10

INMORTALIDAD (Finalista del concurso de abogados de julio del 2010)

El viejo magistrado sacaba el reloj del bolsillo de su chaleco y le daba cuerda. El viejo magistrado tenía una habitación llena de devoradores de tiempo. El viejo magistrado quería ser inmortal. Pero el tic tac del reloj de pared y el siseo de la arena deslizándose por el hocico pequeño hacia la panza de cristal, eran su condena a muerte. “Polvo eres...” recitaba entre dientes, con los ojos húmedos, antes de golpear con el mazo sobre la mesa. Luego, en la sala reverberaba la última sílaba de su justa sentencia. El viejo magistrado, mi mentor, según el informe médico, murió de viejo. Pero ahora sonríe, sentado en el pequeño sillón forrado de terciopelo rojo, frente a la pequeña mesa de madera, en la diminuta sala de justicia. Aún me falta un fiscal, un miembro del jurado, un asesino en serie, un corrupto... pequeños detalles para completar mi maqueta.

16/11/10

FINALISTAS DEL CONCURSO DE MICRORRELATOS CUENTA 140

 
Al jubilarse como funcionario de correos, el padre instó al hijo a sacar la plaza. Flojo en el estudio,se empleó como correo de un narco.




Él era, ante todo, creyente y caballero. Cumplió su palabra y lo envió para el otro barrio con una carta de recomendación.



12/11/10

INVITACIÓN A LA VIDA


Se fue en silencio, con paso suave, sin riñas. Un golpe de viento cerró puertas y ventanas y dejó la casa a oscuras. Se movía en la penumbra, tanteando la vida. De la cocina a la sala, de la sala al baño, del baño a la habitación. Habitación condenada de tristeza. Dejó de regar y las malas hierbas se tragaron los pensamientos que ella había cultivado.
Quiso sentir su dolor único y no atendió ni al sueño ni al hambre. Se olvidó del jabón y del peine, de la maquinilla de afeitar, de la pasta de dientes. La lavadora con las juntas resecas. El frigorífico vacío y aquel círculo de ketchup que ella dejó en el primer estante. Arrastraba el almohadón por los rincones, acercándolo a la nariz y, cuando el agotamiento lo tumbaba y hundía la cara en el olor de las sábanas, entretenía la angustia repasando con un dedo el nombre bordado mientras sus labios deletreaban: I-N-É-S. Borró la cinta de “Esplendor en la hierba”, de tanto ponerla. Rayó el disco de Blowin’ In The Wind, de tanto escucharla. Rompió las hojas de “El Aleph”, de tanto pasarlas. Días como siglos. Repasaba las cintas, los discos, los libros. Se hartaba. El círculo ennegreció en el estante del frigorífico y el olor de Inés se cubrió con el sudor de su cuerpo.

Amaneció un día un triángulo blanco asomando por la rendija de una ventana. Abrió un poco y una lámina de luz alumbró “El transcantábrico”. Leía entre motas de polvo suspendidas en haces luminosos. Escuchaba. Fuera, la cuerda fustigaba con ritmo la calle.
- Te convido.
- ¿A qué?
- A pan y vino, sopa de cocido, copa de aguardiente, fuerte, fuerte, fuerte...
Abrió un poco más la ventana y vio las trenzas y la falda volar. Apoyado en el quicio de la puerta, mirando de reojo el barrido de la cuerda bajo las suelas de los zapatos, calcetines caídos, palitos de piernas y huesos de rodillas, estaba él o alguien como él. Sonrió, abandonó la habitación, fue hacia el baño, enchufó la maquinilla y comenzó el afeitado.

9/11/10

FINALISTAS DEL CONCURSO DE MICRORRELATOS CUENTA 140

 

 Yo los cazo, los desuello y seco sus pieles; y los chinos las cosen en el taller del sótano. Se venden muy bien estos abriguitos de humanos.


 



 

“¡No pienso guisar más tus pajaritos!”, gritó ella. “No te conviene pensar”, dijo él enrollando un extremo del cinturón en su mano derecha.





5/11/10

ABRACADABRA (Finalista del concurso sobre abogados. Enero 2010)



“El rapto de Europa”, me aclaró don Julián, cuando vio que miraba fascinada el cuadro que colgaba de la pared de su despacho. Mamá sacó los cubos de colores y dijo que los fuera encajando, que enseguida volvía. Luego don Julián la cogió de la mano y, como si se tratara de un mago, la hizo desaparecer con él, detrás de una estantería. Cuando reaparecieron, yo estaba dormida sobre la alfombra. El día del señalamiento para la vista oral, don Julián parecía un cura dando la absolución. Dijo que, a pesar de su vida, mamá era una buena madre y debía quedarme con ella. Hace unos días que mamá me dejó y me quedé sola en el mundo. Don Julián insistió en que fuera a visitarlo a su despacho. Mientras lo esperaba me quedé embelesada mirando el cuadro y, sin saber cómo, desaparecí detrás de la estantería.

2/11/10

FINALISTA DEL CONCURSO DE MICRORRELATOS CUENTA 140




El nenúfar hacía pompas para captar la atención de su amado. "¡Deja de mover el agua!", gritó el narciso desde la orilla.

1/11/10

INVASIÓN




El rayo había caído muy cerca y el supermercado se quedó en penumbra. Sólo las luces de emergencia rescataban de la negrura el brillo metálico de los carritos de la compra, el reflejo de un anillo, las sombras tropezando con las estanterías. Creí que había superado el pavor a la oscuridad y a sus criaturas. Pero ahí estaba de nuevo. Me quedé junto al mueble de los congelados, sin mover un músculo. Una sombra cruzó muy cerca con un aleteo suave. A mi derecha, una pareja se movía de un lado a otro. Escuché el murmullo de sus voces, el ruido de una caja al caer dentro de un carrito. Oí a la chica quejarse y maldecir una esquina con la que se había golpeado. Luego, el chirrido de las ruedas se alejó por el pasillo. Entonces se repitió lo de otras veces, sólo que ahora no podía escapar ni llamar a mi madre para que diera la luz y espantara los picos que me hacían cosquillas en los labios. Un aleteo y otro más. Miles de aleteos quebraron la penumbra en jirones de noche que subían al techo y bajaban batiendo el aire cada vez con más fuerza. Los cuchicheos subieron de tono. Me acuclillé detrás de los congelados. La algarabía de alas se mezcló con las voces y los golpes de las carreras y las caídas. Cerré los ojos y la boca y cubrí mis oídos con las palmas de las manos. Sentía los pequeños cuerpos pasar cerca, rozándome el pelo, los ojos, los labios. Entonces aquella pluma hurgó en las ventanas de mi nariz. Apreté los dientes en un último intento por sellar mi boca, pero la abrí para soltar el estornudo. Sentí su pico en el paladar, luego la bola suave bajando por la garganta. Después nada. Se encendieron las luces. Todos siguieron con sus compras. Tenía hambre. Fui a la sección de comida para animales, cogí un paquete de alpiste y pasé por caja.

30/10/10

INSOMNIO







Quizá fue el café de las siete de la tarde. Tal vez la discusión acalorada con mi marido. Es posible que la visión de la fotografía de la niña con una mosca bebiendo el jugo del lagrimal. El reloj de la vecina acaba de dar la una. Me giro hacia la izquierda. Duerme. Pasan secuencias de mi vida y la fotografía que vi esta noche en la televisión. Todo se mezcla dentro de mi cabeza como si fuera una batidora. Mi padre en calzoncillos con un zapato en la mano. La niña respirando miseria. Una mancha de patas y sangre en la pared encalada de la habitación. Papá matando mosquitos a las dos de la madrugada. Moscas amontonadas en la miel del tirabuzón que cuelga del techo. El olor penetrante del matamoscas con que mi madre fumiga la cocina. El zumbido aleteando en mis oídos y el pinchazo. Mi hermana llorando y llamando a gritos a mi madre desde la mecedora. “Como tu padre no saque el estiércol, nos van a llevar en procesión”, escupe la abuela las palabras con rabia, desde su cuarto, al pasillo de la casa. Paños de vinagre para espantar a las pulgas. Mi hermana huele a vinagre. La niña tiene metido en la boca el pezón de una teta larga y seca. Abre los ojos y llora sin lágrimas: la mosca se bebió el jugo del lagrimal. La televisión sigue encendida en mi cabeza. Las tres de la madrugada en el reloj de la vecina.

Me levanto y voy al salón. Desde la ventana veo los edificios del barrio y las farolas abriendo puntos de luz en el hollín de la noche. Hace meses que no llueve. La lluvia limpiaría el ambiente. La lluvia aleja a las moscas del pan y la sopa. Sopa de ajo sobre las trébedes y cucharas rebañando el fondo de la sartén. La lluvia haría crecer la hierba para las cabras. Las cabras darían leche y cubrirían de carne las piernas de la niña. Me siento en el sofá y enciendo la televisión. Gregory Peck se viste con el traje de Atticus. La hija es especial. Todo es cierto en la memoria de la hija. Un padre estupendo. Imperfecto. Diferente. Lloro un poco al final de la película. El rectángulo de la ventana se aclara. Amanece.

Apago el televisor y voy a la cocina. Abro el frigorífico y saco el helado de chocolate. Hay una nota pegada a la puerta con un imán. El jueves tengo cita con la ginecóloga. Chocolate, negro como la niña. Cierro los ojos y dejo que se derrita en mi boca. Vuelve la niña de la fotografía. Imagino que asoma una manga blanca con una mano que espanta la mosca. Dos golpes de párpado y la mano sale del rectángulo y vuelve a entrar con una cuchara. Tres golpes de párpado y la niña come. ¡Qué bueno está el chocolate! Abro los ojos. Mañana, ginecóloga, me avisa la nevera que evita que las moscas estén sobre la carne. Acabo con el helado.

Los animales fuera de las casas. Las casas no tienen pulgas. El lagrimal drena líquido transparente. La niña come. Tengo sueño. Vuelvo a la cama y lo abrazo por detrás. Enredo mis dedos en el vello suave de su pecho. Huele a tabaco, limón y mandarina. Acerco mis labios a su oreja izquierda. “Quiero que hagas esa cuna”, le digo. El reloj de la vecina acaba de dar las cinco. Duermo.

28/10/10

PONERSE EN SU LUGAR


"Johnny Turtle me pisaba los talones. Primero cayó One-Eyed Tony al beber de la botella envenenada. Después Litle Big Stupid con el agua infectada de sanguijuelas. Quedábamos tres: Johnny, Lilí Snake y yo. Tenía la lengua rasposa como la de un gato. La pasé por mis labios resecos y lamí unas gotas de sangre. Necesitaba llegar a las rocas cuanto antes. "¡Hija de puta!", gritó el Turtle agarrándose las tripas con las manos. Entendí para qué machacaba Lilí cristales en el mortero. Alcancé el botín sin aliento: veinte garrafas de la reserva del Water Bank. Me bebí media sin respirar. Después fui a buscar a Lilí Snake. Seguro que tenía preparado algo para mí".

Cerré el archivo, corrí a la cocina y metí la boca debajo del grifo. Ella esperó a que me saciara. Luego, enseñó sus dientes de piraña con una fea sonrisa y dijo: - Y bueno, baby, ¿para cuándo una historia en la que muera el protagonista?

24/10/10

EL OJO



Hacía tiempo que lloraba el ojo triangulado. Una rija que lo desbordaba en diluvios y nublaba su visión. Así era imposible distinguir un abrazo de un cuerpo a cuerpo en combate, mucho menos al inocente del culpable. Era alarmante ver cómo se llenaba el Infierno de inocentes y cómo campaban a sus anchas por el Cielo, en una suerte de sociedad del bienestar, los malotes. El Todopoderoso necesitaba una cita urgente con el oftalmólogo.

19/10/10

EL ALMA (Finalista de microrrelatos sobre abogados diciembre 2009



Mientras espero en la estación, observo la cabeza del carril, brillante por el paso de muchos trenes. Mi carrera judicial también fue brillante. En nómina en un bufete de prestigio, conseguí llegar a juez gracias a mi tesón. Estoy capacitado para resolver querellas de toda índole, pero nunca imaginé que fuera tan difícil el arbitraje entre Charito y Mario. Tengo los nervios deshechos. El tren asoma el morro y se detiene con un bufido. Se abren las puertas y ella aparece como una diosa con tacones y traje de chaqueta. Renace mi admiración de cuando la conocí, aumentada en su ausencia porque he descubierto que ella es el alma del carril por donde se desliza suavemente la familia. - No fui capaz de hacerme con los niños, Esperanza. Tuve que llamar a tu madre- le digo con un temblor de emoción en la voz mientras la abrazo.

15/10/10

ADAPTACIÓN




“Bicho malo, nunca muere”, decía mi vieja. Y mira que lo intentó. Saltos, carreras, fajas... Pero yo me agarré como una garrapata a su cuerpo. El resto lo pasó llorando. Me dejó una sequía de la que nunca me recuperé. “Bicho malo, nunca muere”, repetía entre rechinar de dientes. Silencio y agua, sólo pido eso. La callé con un tajo limpio de mi navaja. Igual que al vendedor de melones, voceando la mercancía en el sopor de la siesta. Y al colega de la moto sin silenciador, que reventaba mi sueño de madrugada. Una noche, me pilló el picoleto echando la bolsa al río. Dijo: “Se te cayó el pelo, mamón”, y no dejó de darme hostias hasta el cuartelillo.
Por los cadáveres me cayó una condena en el trullo que nunca cumplí. Era peor lo de la contaminación de aguas. Me desterraron al desierto con una cantimplora. Y aquí sigo, cada día más parecido a los cactus de los que bebo. “Bicho malo, nunca muere”. ¡Cuánta razón tenía mi vieja!

13/10/10

PREVARICACIÓN (Finalista del concurso de microrrelatos de abogados - mayo 2009)

 

 - Luego usted, a pesar de la veda, cazaba patos contraviniendo la ley- afirmó el juez. - No, señoría. Yo estaba agachado cerca del riachuelo, buscando espárragos- aseguró el demandante con la mayor diligencia. - ¿Entonces cómo pudo alcanzarle la bala en el hombro? - Porque al oír el alto me incorporé. - Sin embargo, la declaración del testigo afirma que usted corrió cuando le dieron el alto. - ¡Pero es su compañero! - Su testimonio es tan bueno como cualquier otro. ¡Caso sobreseido!- resolvió el juez golpeando la mesa con el mazo. Y dirigiéndose al guardia civil, le ordenó quedarse. Una vez solos, le hizo acercarse y lo cogió del cogote:- Dile a tu padre que te lleve este fin de semana a la cacería que da el señor marqués, a ver si pegando unos cuantos tiros te tranquilizas, o no habrá boda con mi Enriqueta.

9/10/10

8/10/10

DULCE TRAICIÓN (finalista del concurso de microrrelatos sobre abogados -febrero 2009


El letrado hizo todo lo posible para que el osito de menta encontrado entre los matorrales, al otro lado de la valla donde trabajaban en el diseño de un nuevo cohete, no se presentara como prueba. Sin embargo, allí estaba, dentro de su bolsa de plástico. Veinte años ejerciendo de espía y ni un solo fallo. El acusado intentó despegar con la punta de la lengua la fresa adherida al paladar, mientras el portavoz del jurado leía el veredicto. El juez lo miró por encima de sus gafas correctoras de presbicia, sin un atisbo de clemencia. Sería duro con la sentencia. José Rodríguez, apodado “El gominola”, recordó la advertencia de su madre. Se había quedado corta: su adicción a las chuches no solo le destrozó la dentadura, también, y lo que era peor, estaba a punto de arruinarle la vida.

6/10/10

TRÁFICO AÉREO (finalista del concurso de microrrelatos sobre abogados -diciembre 2009

El magistrado dejó a su paso un rastro de nieve cuando entró en la sala. - Señoría, circulaba por mi derecha- dijo el de la capa de armiño. - ¡Yo también!- replicó el del traje rojo. El caso se presentaba difícil. No había nada legislado al respecto, nada en la Constitución. Mientras reflexionaba, los demandantes llegaron a las manos obligando a intervenir a los funcionarios. El juez ordenó un receso. Se puso el abrigo como prevención contra un catarro y salió fuera. Necesitaba consultar con su colaborador. -¿Qué hago?- le preguntó nada más verlo. - Un veredicto salomónico es lo mejor- dijo sin un titubeo. Papá Noel compraría un camello al rey Melchor, y éste pagaría el reno y una mano de pintura al trineo. El magistrado dejó lo acordado en el platillo y volvió a la sala. Mientras, el abogado en paro guardó los cien euros y echó a andar en dirección al metro.

5/10/10

Todo por el niño (Finalista del concurso de micros sobre baloncesto)

¡Claro que te apoyo, mi niño! Y por supuesto que estoy muy orgullosa de ti. De que llegarás lejos en el baloncesto, no me cabe la menor duda. La NBA está a la vuelta de la esquina. Tienes cuerpo, ¡ya lo creo que lo tienes!, paso mis apuros para encontrarte tallas; y pies tan grandes, que deben hacerte los zapatos a medida. Tu padre, en el paro, pero no escatimamos gastos si de tu futuro se trata. Todo es empezar, ya lo sé. Que tienes que practicar, también lo sé. Pero no encestando los huevos en el carro de la compra. Porque, ya me dirás, hijo, con qué vamos a hacer esta noche la tortilla de patatas.

2/10/10

ALMUDENA


Ayer me enteré cuando volvía de dejar a unas usuarias en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para hacer un curso de calcografía. Debería estar vacunada contra estas cosas, porque es frecuente que estos chicos se vayan así, de sopetón, pero no lo estoy. Y me impresionó la noticia. Almudena había muerto. Justo cuando iban a darle el alta en el hospital. De puro agotamiento. Era una luchadora, el tipo de personas que no se quejan, que aguantan hasta el final, como el día en que reclinó su cabeza sobre mi hombro, bajando en el ascensor, y se echó a llorar de dolor. Pero ya no pudo más y su corazón se paró sin más, porque estaba muy cansada. Recuerdo que cuando la vi la primera vez, pensé en una pitufa, azulados los labios, la piel, los dedos, por su cardiopatía, tan chiquita, con los ojos expresivos y las cejas que levantaba cuando quería hacerte un guiño, una señal simpática.
La última vez que la vi fue en la entrega de premios de la Fundación Anade, en el mes de enero. Fue a recoger el suyo, ya con una botella de oxígeno. Y estaba tan feliz, tan orgullosa, como lo estaban sus hermanas. Me quedo con ese día, con ese momento, con esa pasión suya por los ordenadores que tan bien reflejó en su relato. Aquí lo dejo. Por ella. Para ella.




El ORDENADOR FANTÁSTICO



Luisa siempre soñó con ser informática. Cuando tenía dieciocho años, empezó a trabajar en un despacho de un Centro de Datos de Escritura. Al terminar el trabajo se iba a su casa a descansar, y después de descansar, encendía su ordenador y navegaba por Internet buscando juegos.
Un día encontró un juego muy divertido. Hacían una película y ella era la protagonista de una historia de amor. Luisa se enamoró del chico y quiso hablar con él y acariciarse. Entonces cerró los ojos con fuerza y cuando los abrió se encontró dentro del ordenador como si fuera un personaje. Se quedó a vivir allí para siempre con su novio.

Almudena Ruiz Heredia.





1/10/10

EL SOL DEL MEMBRILLO




Dicen que aún es verano. Abro la tabla y enchufo la plancha. Los colores se amontonan encima de la silla. Enciendo el televisor y veo en la pantalla un lugar de hielo con arroyos de sangre que se escapan por las grietas del suelo. Los esquimales desuellan focas. Estiro un pantalón sobre la tabla, paso la plancha y el vapor suelta su carga de flores envasadas. Hace calor. Voy a la cocina, abro el frigorífico, cojo una cerveza, tiro de la anilla y doy un trago. Vuelvo a la plancha y cambio de canal. Woody Allen mira aterrado una placa con zonas ciegas y círculos de luz. Cojo una camiseta. Blanca como las nubes que corrían por el cielo en las mañanas de playa. Dejo la plancha y bebo otro sorbo de cerveza. Cambio de canal. Premios de fotografía: 1957, Douglas Martin capta la entrada de una de las primeras estudiantes negras en la Universidad Harry Harding. 1968, ejecución de un miembro sospechoso del Viet Cong por Eddie Adams.1972, Ut Cong Huynh: Niños huyendo asustados de un bombardeo con NAPALM.1981, Manuel Pérez Barriopedro muestra una instantánea del secuestro del Parlamento por Antonio Tejero.1994, Kevin Carter gana el Pulitzer con la fotografía de un niño acosado por un buitre y después se suicida. 2003, Jean-Marc Bouju, capta la imagen de un hombre iraquí acunando a su hijo en un centro de retención para prisioneros de guerra ...Sudo, mi mano tiembla y deja la plancha insegura al borde de la tabla. Cierro la caja de Pandora con el mando a distancia. Oigo la llave girar en la cerradura. Entra, me da un beso, se quita la blusa y la tira sobre el sillón. Bebe de mi cerveza. Tiene la piel dorada y brillante de sudor. Dejo sobre la mesa la última camiseta con el Partenón estampado. Desenchufo la plancha, saco el cinturón de la hebilla, me desabrocho el botón del pantalón y bajo la cremallera mientras la sigo hacia la habitación. El sol se retira a trozos de los edificios. ¡Qué guapa está mi mujer!

28/9/10

YO TAMBIÉN VOY



Yo voy

ALMUDENA GRANDES 27/09/2010


Porque no quiero que mis hijos vivan peor de lo que he vivido yo. Porque no es justo que los trabajadores paguen la cuenta de una crisis que ha enriquecido a sus responsables. Porque este Gobierno no ha reinstaurado el impuesto sobre el patrimonio, no ha gravado a las grandes fortunas, no ha incrementado el tipo impositivo de las Sicav, donde los más ricos invierten el dinero que les sobra para contribuir a los gastos del Estado con un mísero 1%, y a cambio, ha castigado a los más débiles con una reforma laboral inadmisible. Porque no se puede admitir que un empresario despida a sus empleados con cuatro días de antelación, solo porque "prevé" pérdidas para el próximo ejercicio, ahorrándose de paso más del 50% de la indemnización. Pero, además, porque la crisis está sirviendo para enmascarar un cambio de ciclo destinado a liquidar el Estado de bienestar. Porque si no hemos sido capaces de exportar nuestro progreso a los trabajadores de las grandes potencias emergentes, como China y la India, lo que nos espera es la importación de sus espantosas condiciones de trabajo. Porque Occidente ya ha recordado que esclavizando a la gente se gana mucho más dinero. Porque detrás de los recortes de derechos laborales, vendrán los de derechos civiles. Porque siempre habrá una agencia calificadora, o un premio Nobel, que proclame que los retrocesos son imprescindibles para avanzar.


· Y, sobre todo, porque digan lo que digan Zapatero, Salgado o el sursuncorda, los trabajadores somos el motor de la economía. Porque ni los bancos, ni las multinacionales, ni las grandes cadenas pueden subsistir sin nosotros. Porque si nosotros paramos, se para todo. Porque hemos heredado, junto con nuestros apellidos, la experiencia de que no existe otra manera de proteger nuestros derechos. Por todo eso, yo voy a la huelga general del 29 de septiembre.

26/9/10

LA PIEL




Cuando me secaba con la toalla después de la ducha, me di cuenta de que la piel se estaba separando de la carne del empeine de mi pie derecho. Le puse mucha crema, la cubrí con un calcetín negro y bajé a la calle. En el jardín, las varas de los rosales se habían coronado con los primeros capullos, y a cada lado de la calle las mimosas pintaban con lunares amarillos un cielo sin nubes. Abrí el coche y antes de ponerlo en marcha, volví a mirar mi pie. La piel se había marchitado hasta el tobillo. En la oficina, me levanté cada media hora de mi silla de trabajo para ir a los servicios, quitarme el zapato y el calcetín y comprobar el avance del proceso. A eso de las doce, había llegado hasta la rodilla. Salimos a tomarnos unos sándwichs y retoqué mi maquillaje varias veces para poder observar mi cara en el espejito de la polvera. A las cinco de la tarde, cuando bajábamos apretados en el ascensor, sentí el roce de la piel seca en el tejido del pantalón, a la altura de la cadera. Volví a casa deprisa, me desnudé frente al espejo y evalué la situación. Fui al teléfono y avisé a Maribel de que me encontraba enferma y no iría al día siguiente al trabajo. Por la noche, me preparé un sándwich de lechuga y tomate, vi un rato el canal Natura de la televisión y después me fui a dormir. Soñé con camaleones de uñas largas y escamas con los colores del arco iris, que sacaban sus lenguas enrolladas, las soltaban como un látigo y silenciaban el canto de los grillos. Soñé que yo babeaba por uno de aquellos grillos. Por la mañana, el proceso había llegado hasta los brazos. Mientras desayunaba un café con leche y una tostada, aplasté una hormiga que caminaba por la mesa. Me llevé el dedo hasta la boca y chupé la hormiga pegada. A media mañana mi cara estaba envuelta en un pellejo parecido a las tripas para hacer chorizos. Me desnudé y volví a mirarme en el espejo. El proceso se había completado. Me senté en el suelo y con las dos manos comencé a subir desde los pies, como hacía con las medias, aquella piel muerta, hasta sacarla por la cabeza. Acabé a mediodía. Eché la muda a la basura, me vestí y salí de casa. Fui a la consulta del médico para pedir el justificante y mientras esperaba, sonreí al imaginar que al día siguiente, como venía ocurriendo todas las primaveras, ellas comentarían con envidia el aspecto delicado de mi piel, igual que la de un recién nacido, y me pedirían consejos y el número de teléfono de mi esteticista, y ellos se acercarían a mi mesa para intentar conseguir una cita
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23/9/10

ÚLTIMA NOCHE DE FERIA

Cada noche, pego la almohada a mi cuerpo, el brazo izquierdo debajo, el derecho arriba, en ángulo con la cabeza, los dedos cerrados en un mechón de pelo, tirando un poco; la pierna derecha flexionada, encima. Así me acerco al sueño, tonteando con él, sin decidirme a dejar atrás el día. Noto el salto y toco la bola de pelos a los pies, que tampoco duerme, atento a los tacones y las risas en la calle, y la música que llega en oleadas desde la plaza. Otro salto al poyo y allí se queda mirando a través de las ranuras de la persiana. Sueño. Empujo la puerta de hierro, entro y recorro los caminos de tierra. Me detengo ante las letras doradas, la ñ rota como si hubiesen descargado un martillazo en la piedra. Al lado, la viuda con el niño de la mano: pantalón corto de franela gris y chaqueta azul marino. “Caídos por Dios y por la Patria”, y varios nombres con el mismo apellido. El niño se suelta de la mano y camina hacia la salida poblada de cipreses. Lo sigo. Se agacha y coge una bola verde y cuarteada del suelo. Huele fuerte. Mete la mano en el bolsillo del pantalón, saca una navaja, la abre y corta la bola en dos, luego me muestra las calaveras en sus mitades. “Ponte en pie, alza el puño y ven, a la fiesta pagana...”un golpe de aire caliente arrastra hasta mi ventana la música y me aleja del niño. En la confusión que va del sueño a la vigilia, estoy en la Plaza de España saltando en un lateral del escenario donde actúa Mago de Oz; luego vuelven los tacones acercándose, las risas, las voces, la persiana golpeando la pared y el gato echado. Miro el reloj: las cinco de la madrugada. Me doy la vuelta arrastrando conmigo a la almohada. “Cartagenera”, “Cerezo Rosa”, “Esperanza”. Van llegando las canciones con claridad. Tarareo, me muevo, atravieso mi cuerpo en diagonal, en la cama, agarro el frío del níquel de los barrotes cuadrados con surcos que repaso con la yema de mis dedos. Hay un descanso. Desde el reloj del Ayuntamiento llega la hora en golpes de metal. “A ver si sabes cuántas campanadas ha dado desde que se colocó en el año cuarenta y siete, teniendo en cuenta que estuvo parado dos veces. La primera durante dos días y la segunda, un mes”. Mi padre y su amor por los relojes. La mesa camilla y, sobre el hule, la caja de zapatos, llena de relojes de cuerda. Y él abriendo la tapa de uno y dejando al descubierto las ruedecillas dentadas. El destornillador pequeñito, la aceitera, las pinzas, y sus dedos deformes doblegados por una paciencia infinita. Los engranajes cogiendo el nuevo pulso de vida. Siento los golpes rápidos del corazón. Taquicardias. El silencio roto por oleadas de gente que se retira de la plaza, se quiebra definitivamente con la voz del vocalista anunciando la nueva tanda de canciones. El gato salta a la cama y se estira. Me doy la vuelta y hago otra diagonal en la cama sin soltar la almohada. Golpeo con las uñas el níquel siguiendo el ritmo de las canciones. Más riadas de gente. Interpretan una pieza de Santana y se despiden. Una moto tritura el silencio, más tarde, dos coches acelerando y frenando, y los gritos de los conductores y la música bacalaera amasada con gasolina que entra en mi habitación. Pasan más tacones, más risas y conversaciones rotas. El pueblo se calma. Duermo. “Vamos María. Los turrones de coco y de nueces, la garrapiñada, la perita en dulce, los mazapanes.... Cinco euros el lote”. Grita el vendedor de feria por el altavoz pegado a la cabecera de mi cama. No dejará el rincón hasta que haya despertado a todos los vecinos de la calle y salga alguno y compre para que se vaya, pienso mientras miro la almohada en el suelo y mis brazos extendidos abrazando tu ausencia.

17/9/10

CADENA SER Radio Castellón. Ganador viernes 17 de Septiembre


Y la señorita dijo: usted no se mueva de aquí, enseguida vuelvo. Y fue tronco sin hojas cuando llegó el otoño. Ramas desnudas, en invierno. Yemas, al alcanzarlo la primavera. Y frutos en verano. Entonces, ella regresó.

16/9/10




ESPONJAS

Mi padre era una esponja azul cobalto que volvía sucia de los Juzgados. Mi madre, una esponja verde hierbabuena que cocinaba suculentos platos en la cocina de nuestra casa. En cuanto él llegaba y se sentaba en su sillón, ella se acurrucaba a sus pies en la alfombra. Entonces él exprimía toda la carga de malos tratos, abandonos y odios y ella los iba absorbiendo hasta cambiar su color por el del hollín, mientras él recuperaba su color natural. Yo era la esponja violeta que andaba de puntillas por sus vidas. Un día mi padre no encontró a mi madre a su regreso y reparó en mí. Me hizo sentarme en la alfombra y me pasó toda la basura acumulada en un día de trabajo. Yo era un niño, no tenía dónde dejarla, ni podía marcharme. Y ahora, señorita, que ya conoce la razón de mi mal aspecto y el porqué de apuntarle con una pistola, entrégueme todo el dinero de la caja.