12/11/10
INVITACIÓN A LA VIDA
Se fue en silencio, con paso suave, sin riñas. Un golpe de viento cerró puertas y ventanas y dejó la casa a oscuras. Se movía en la penumbra, tanteando la vida. De la cocina a la sala, de la sala al baño, del baño a la habitación. Habitación condenada de tristeza. Dejó de regar y las malas hierbas se tragaron los pensamientos que ella había cultivado.
Quiso sentir su dolor único y no atendió ni al sueño ni al hambre. Se olvidó del jabón y del peine, de la maquinilla de afeitar, de la pasta de dientes. La lavadora con las juntas resecas. El frigorífico vacío y aquel círculo de ketchup que ella dejó en el primer estante. Arrastraba el almohadón por los rincones, acercándolo a la nariz y, cuando el agotamiento lo tumbaba y hundía la cara en el olor de las sábanas, entretenía la angustia repasando con un dedo el nombre bordado mientras sus labios deletreaban: I-N-É-S. Borró la cinta de “Esplendor en la hierba”, de tanto ponerla. Rayó el disco de Blowin’ In The Wind, de tanto escucharla. Rompió las hojas de “El Aleph”, de tanto pasarlas. Días como siglos. Repasaba las cintas, los discos, los libros. Se hartaba. El círculo ennegreció en el estante del frigorífico y el olor de Inés se cubrió con el sudor de su cuerpo.
Amaneció un día un triángulo blanco asomando por la rendija de una ventana. Abrió un poco y una lámina de luz alumbró “El transcantábrico”. Leía entre motas de polvo suspendidas en haces luminosos. Escuchaba. Fuera, la cuerda fustigaba con ritmo la calle.
- Te convido.
- ¿A qué?
- A pan y vino, sopa de cocido, copa de aguardiente, fuerte, fuerte, fuerte...
Abrió un poco más la ventana y vio las trenzas y la falda volar. Apoyado en el quicio de la puerta, mirando de reojo el barrido de la cuerda bajo las suelas de los zapatos, calcetines caídos, palitos de piernas y huesos de rodillas, estaba él o alguien como él. Sonrió, abandonó la habitación, fue hacia el baño, enchufó la maquinilla y comenzó el afeitado.
Lola, lo de El transcantábrico no lo pillo.
ResponderEliminarLa creación del ambiente y los detalles, como siempre, buenísimos.
Súbete al tren de la vida...
ResponderEliminarGracias Elisa por pasarte y por tus comentarios.
Besos triples.
Los duelos se terminan, la vida sigue.
ResponderEliminarExcelente relato, Lola; como dice John Gardner en 'Para ser novelista': el detalle es la savia de la ficción literaria. Y vos tenés un ojo afiladísimo...
Abrazos cálidos, en consonancia con el clima de la bahía.
Así, es Mónica, la vida fluye como un río, unas veces revuelto, otras manso... Gracias.
ResponderEliminarIntercambio besos fresquitos por tus cálidos de la bahía.
Describes con precisión ese caer en los infiernos - "tanteando la vida" - y ese resurgir. Me gusta porque todo el texto gira y me recuerda aquella frase que dice que cuando se cierra una puerta siempre permanece abierta una ventana. La vida sigue Lola, y me gusta esa invitación a la vida que nos haces al final con esas imágenes sencillas pero tan tiernas,potentes y emotivas. En fin, que más puedo decirte. Pasar por aquí y leerte es un placer, un lujo. Siempre.
ResponderEliminarUn abrazo y seguimos disfrutanto del finde.
La imagen al inicio y al final son totalmente distintas. Me gustó cómo lo llevó a eso. Me sacó una sonrisa :)
ResponderEliminarUn abrazo, Lola.
Este es un relato de los grandes tejido por pequeños detalles cuya suma nos muestra el pasado, el recuerdo de una manera vívida.
ResponderEliminarAbrazos admirados.
Hola Agustín. Para mí sí que es un lujo que interrumpas tu descanso de finde para dejarme tus valiosos comentarios. Gracias.
ResponderEliminar¿Qué tal Edgar? un placer encontrarme con tu opinión por aquí. Gracias.
Ángeles, mi niña, ¡qué bien sientan tus palabras!. Gracias.
Abrazos calentitos a repartir.
Vida que pasa por delante, y que hay que aprovechar a todo motor...
ResponderEliminarSaludos y un abrazo.
Así lo creo yo también.
ResponderEliminarAbrazos, paisano.
Lola, muy bien contada esa montaña rusa que supone una pérdida, y de la que hay que reponerse y resurgir. Este relato es una historia de vida y esperanza, porque nos anima a continuar y a saber que siempre habrá alguien que nos tienda una mano...o pan y vino, sopa de cocido, copa de aguardiente fuerte, en definitiva, una invitación a la vida.
ResponderEliminarUn besazo de sábado jaquecoso
Bonita metáfora la de la montaña rusa, Maite.
ResponderEliminarCuídate esa jaqueca.
Besos despejados.
Sí, es verdad. Uno puede quedarse varado a cualquier edad, pero por lo general según van pasando los años cuesta cada vez más afeitarse. Encontrar los alicientes es la tarea de cada día.
ResponderEliminarMe gustó mucho este relato.
Besos rasurados.
Varado y sin afeitar. Mal asunto. Cógete el de las cinco que me voy contigo.
ResponderEliminarBesos infinitos.
que buena y bonita forma de contarlo
ResponderEliminarDespués de la depresión... vuelve la calma: Ya sabes que siempre encuentro en tus relatos algo para mí.
ResponderEliminarTambién este me ha gustado recordarle, aún sin dedicatoria.
Que gusto volver a recalar por estos lares
A pesar de mi silencio, a rachas, sigo recordándote y sabiendo de ti por otros medios... incluso los de comunicación.
Volverás a los Hucha ?
Aitor Menta
Leerte es aprender. Gracias.
ResponderEliminar¿Para cuando una novela?
Un beso.
Gracias Jesús. Me alegro de que te guste.
ResponderEliminarAbrazos.
Me enorgullece tu comentario, Torcuato. Aprendemos unos de otros, leyendo y comentando. Y así vamos haciendo camino.
ResponderEliminarNunca digas nunca jamás, pero no está en mi cabeza, ni en mi ánimo escribir una novela. Me va bien con los micros-micros, micros y relatos.
Tres abrazos y cuatro besos.
Memoria histórica la tuya, Aitor. Sí este fue especialmente concebido para quien en ese momento lo estaba pasando mal.
ResponderEliminarBesos de hucha, ¿o es de sello?
Lola, era la única hoja a la que no había dado la vuelta: a la de su vida.
ResponderEliminarUn cálido abrazo.
Gracias Jose Manuel por tu observación.
ResponderEliminarAbrazos, mil.
Tengo un micro parecido pero más cortito. Hay que seguir adelante aún con los recuerdos a cuestas .)
ResponderEliminarBesos de frío que pela leñes
¿Quién no ha sufrido una decepción, un dolor entre las costillas? Es universal y por eso tiene que haber no uno, ni dos, sino mucho relatos sobre el tema.
ResponderEliminarA ver si cuelgas el tuyo, Rosana, me gustará un porrón leerlo.
Besos al cubo (de hielo)
Estaba sofocado por la vida y me encuentro con este micro nada más asomarme al mundo. ¡Espeluznante!
ResponderEliminarAbrazos a medio gas,
PABLO GONZ
¡Ea, venga!, te abro la espita y que salga a todo gas.
ResponderEliminarGracias, Pablo.
Un abrazo y dos besos explosivos.
Jo, Lola, qué placer leerte, después de este relato necesito un café con un cigarrillo.
ResponderEliminarMuchos besos.
David.
Gracias, David. Me apunto al café.
ResponderEliminarPuñado de besos.
Haces sentir su tristeza como si la estuvieramos viviendo... Me encantó eso de "las malas hierbas se tragaron los pensamientos que ella había cultivado"
ResponderEliminarNo acabo de entender ñla frase "mirando de reojo el barrido de la cuerda bajo las suelas de los zapatos..."
Hola Puri, bienvenida al blog. Me alegro de que te guste el relato.
ResponderEliminarLo del barrido, bueno, se me ocurre que tal vez sea una metáfora como barrer lo anterior ¿no? Cada cual lo verá de una manera.
Besos dobles.