Mi madre vivía para la familia. Eso era amor, decía. Planchaba al atardecer, cuando el cielo se iba morado por la loma. Entre ascuas, saliva en el dedo, y algún canturreo, dejaba las camisas blancas sin una arruga. Cuando terminaba ya era de noche y mi padre no había vuelto del café y la partida de cartas con los amigos. Repetían la misma discusión entre las sábanas húmedas de invierno y empapadas en sudor de verano. Yo me tapaba la cabeza con el embozo para no oírlos y me iba quedando dormida con la última entrega de Kit Carson y su amigo Toro, de la sesión matinal del último domingo. Entendía a mi madre. Ella sólo quería que él pasara más tiempo en casa. Eso era amor, repetía. Dejaron de ir juntos al cine: yo en medio, cogida de sus manos, dando saltos, bajando la calle Real mientras las canciones de Antonio Molina nos llegaban cada vez más cerca.
Mi madre se fue un verano. Era solo por un tiempo. Mi padre estaba cada vez más enfermo y no podía sacarnos adelante. “Dos meses de trabajo y vuelvo con dinero para todo el año”. Se fue un día de julio de madrugada y él no dejó de llorar en toda la mañana. Nos quedamos los tres: mi padre, la abuela y yo. Tres vidas que no se encontraban en los rincones de la casa. Cada uno arrastrando su soledad. Yo pasaba la mayor parte del tiempo en la calle. Llegaba de noche y nadie parecía echarme en falta.
Mi padre dejó de hablar y perdió el apetito. Caminaba cada vez con más trabajo. Se apoyaba en un bastón y tardaba mucho en recorrer el trayecto desde nuestra casa al café. En los últimos días de julio, dejó de ir a su partida con los amigos.
A mediados de agosto, el cartero comenzó a traer cartas de mi madre dirigidas a mi padre. No podíamos abrirlas para leerlas. Y él pasaba el tiempo rellenando cuartillas de una raya que arrancaba de mis cuadernos del colegio. Cuando el mes estaba a punto de acabar, ella anunció que volvía y él recuperó el habla y también el apetito.
Unos días antes de su regreso, mi padre me dijo que me pusiera guapa que iba a llevarme al cine. No recuerdo qué película daban pero sí que la actriz era Lana Turner. A mitad de la cinta, lo miré de soslayo: seguía con los ojos encendidos los movimientos de la rubia. Descubrí que, además de mi madre, existía otra mujer para mi padre.
Cuando ella volvió, no dije una palabra de la salida al cine, ni de lo que había descubierto. Era un secreto entre mi padre y yo, aunque él no lo sabía. Mi madre siguió pensando que mi padre no la quería y él, aunque no volvió al café ni a las partidas de cartas, se refugió en la radio y pasaba las horas escuchándola. Pero cuando llegaba la noche y los dos se acostaban, él no dejaba de hablarle, quedo, paciente, intentando convencerla de que no había nadie en el mundo a quien quisiera más. Y yo, desde la cama de mi habitación, corroboraba por lo bajito: “Ni siquiera a Lana Turner”.
Me ha gustado mucho esta historia. Y el título es contundente. Volveré. Seguro.
ResponderEliminarSaludillos
Hola Puck, me alegro de que te guste la historia. Estaré encantada con tus visitas.
ResponderEliminarPuñado de besos.
Una preciosidad.
ResponderEliminar¿Tiene algo que ver con tu vida?
Un beso.
Tierno, lleno de guiños y bien contado. Un lujo tu escritura. Un abrazo.
ResponderEliminarMe encantan estos relatos tan entrañables y sutiles.
ResponderEliminarBesos.
Qué hermoso relato, Lola. Me gusta mucho cómo lo narrás desde la mirada ingenua de la niña. Me parece muy tierno.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
Lola, una historia triste en muchos sentidos, a pesar del final que podría hacernos pensar que todo se resolvió. Tras el regreso la vida es la misma, sólo que con otros matices.
ResponderEliminarUn abrazo y un beso.
Torcuato, Maite,Juan, Mónica, Jose Manuel, a todos: un lujo teneros por aquí.
ResponderEliminarBesos a repartir.
(Tor, sí, en un porcentaje muy considerable)
Me ha gustado mucho. Lleno de giros y vueltas. Personajes que evoluncionan y se buscan dentro y fuera del alma. Vivir a veces sin saber amar es lo mas triste que existe.
ResponderEliminarLola me impresionó la figura de la madre como el pilar que lo aguanta y lo sustenta todo. Tras su marcha los demás se arrastran por los rincones. Y también la figura del padre vista por los ojos de la niña, con sus defectos y virtudes. Una apuesta valiente de impecable factura.
ResponderEliminarUn abrazo, besos madrugadores y buen fin de semana.
"Tres vidas que no se encontraban en los rincones de la casa", me emocionó esta frase, Lola; me gustó todo el relato, muy bien llevado hasta el final.
ResponderEliminarBesos, unos cuantos.
David.
Gracias Manuel, Agustín, David, por pasaros y dejar vuestros comentarios.
ResponderEliminarSí, es una apuesta valiente, creo.
Besos al por mayor para todos.
Vaya, tremendo. Tiene unas cuentas lecturas sobre la abnegación femenina, la debilidad masculina, el paso del tiempo. Como dirían los críticos pijos: poliédrico.
ResponderEliminar;)
Buen finde
Políedrico. Esa es la palabra.
ResponderEliminarBuen finde, woody.
Besos a pares y nones.
Este texto tiene el sabor de aquellos micros que enviaste a La ventana de verano y que te seleccionaron. Eres única para dotar a tus realtos de vida, se palpa, se huelen los olores, se saborean las cosas y se sienten los sentimientos. Emocionan sin estridencias ni aspavientos.
ResponderEliminarYo también intuía algo de experiencias vividas
Besos(este finde libres de curro?).
¡Qué bien hablas de mi relato! Me encanta escucharte. Porque cuando escribes, yo te oigo, Rosana.
ResponderEliminarBesos triples.
¡¡¡Me toca libraaaar el finde!!!
Preciosa la historia, ya me tienes otro fin de semana entre tus cosillas...
ResponderEliminarSaludos y un abrazo.
Hola, paisano. Hablando de preciosidades, precioso es tu comentario. Gracias y que te guste el paseo.
ResponderEliminarBesos redoblados.
Qué bellas escenas y buen ambiente logra pintar. Me encantó :)
ResponderEliminar(Aun cuando muchos datos desconocía :P)
Gracias Edgar.
ResponderEliminarAbrazos a pares.