ESPONJAS
Mi padre era una esponja azul cobalto que volvía sucia de los Juzgados. Mi madre, una esponja verde hierbabuena que cocinaba suculentos platos en la cocina de nuestra casa. En cuanto él llegaba y se sentaba en su sillón, ella se acurrucaba a sus pies en la alfombra. Entonces él exprimía toda la carga de malos tratos, abandonos y odios y ella los iba absorbiendo hasta cambiar su color por el del hollín, mientras él recuperaba su color natural. Yo era la esponja violeta que andaba de puntillas por sus vidas. Un día mi padre no encontró a mi madre a su regreso y reparó en mí. Me hizo sentarme en la alfombra y me pasó toda la basura acumulada en un día de trabajo. Yo era un niño, no tenía dónde dejarla, ni podía marcharme. Y ahora, señorita, que ya conoce la razón de mi mal aspecto y el porqué de apuntarle con una pistola, entrégueme todo el dinero de la caja.
Me ha gustado mucho esa manera de colorear las esponjas denotando lo que refleja el interior hacia fuera.
ResponderEliminarCierto es que necesitamos válvulas de escape para que no nos afecten las cosas más de lo aconsejable. Pero hay edades donde no se encuentran ni nadie te enseña cómo conseguirlas. Tu cuento es el ejemplo de alguna de sus consecuencias...
Enhorabuena, Lola.
Genial forma de contar uno de los dramas cotidianos y anónimos.
ResponderEliminarVeo un toquecillo de moralina.
Un beso. Lola.
Gran relato Lola, dominio del color y del lenguaje. Me ha chocado un poco el contraste entre el lenguaje preliminar de la historia, donde cuenta su vida (más infantil) y el del final (brusco y adulto) pero luego, al releerlo de nuevo, creo que forma parte de la clave del relato. Un abrazo.
ResponderEliminarEs una obra de arte. Ya es de sobra conocido tu talento.
ResponderEliminarLos microrrelatos buenos son los que al final ves a la propia escritora sentada a tu lado y la miras y de repente, ríes, como diciendo que Esto es arte.
Un saludo.
Muchas gracias Neli. Tú coloreas este blog con tus entradas.
ResponderEliminarHola Torcuato. Sí, algo de moralina, puede que haya.Muchas gracias.
Maite,gracias por tus comentarios tan halagadores. Así da gusto escribir.
Y qué decirte, Daniel,a ti que no te cortas ni un pelo a la hora de utilizar el bisturí, pues que has conseguido que me dé un subidón.Muchas gracias.
Puñado de besos, a repartir.
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ResponderEliminarMe gusta la idea del relato. Como las esponjas absorben y repelen, se empapan y expelen. Y la línea de dolor que trazas y que recorre esponja tras esponja hasta salir a flote. Me recordó la frase de Gandhi: "Ojo por ojo, y el mundo acabará ciego". Excelente.
ResponderEliminarUn abrazo
Una realidad aplastante contada en pocas palabras, es genial, que triste cuando esas esponjas inocentes se quedan con la suciedad de otros que no les corresponde
ResponderEliminarPlas plas plas. Y punto.
ResponderEliminarEnhorabuena Lola.
Un saludo indio
Agustín, qué gusto leer tu comentario. Te agradezco mucho que te hayas pasado por aquí.
ResponderEliminarHola, Corazón Verde, bienvenid@ a este blog. Muchas gracias por tu comentario.
¡Cuánto me dices con tan pocas palabras!. Gracias, Indio.
Abrazos para los tres.
Me gusta sobre todo el primer desarrollo de la historia, es magnífico. El final casi me sobra.
ResponderEliminarUn besazo.
Un millón de desarrollos, digo, de besos para ti, Juan.
ResponderEliminarA mí también me sobra el final.
ResponderEliminarBechos
R.A.
Pues nada, R.A., hacemos un final de quita y pon, adaptado al gusto de cada uno.
ResponderEliminarAbrazos.
Bellísimas y estremecedoras metáforas de esponjas y arco-iris.
ResponderEliminarA esta lectora tuya le joroba ese final.
Puntillosa estoy.
Besos
Si la joroba es de un buen reserva,que no de agua, encantada de jorobarte. A ver cuándo brindamos.
ResponderEliminarBesos, mil.
Si continuo leyéndole me enamoraré pronto, umh!
ResponderEliminarUna vez más, muchas gracias KappieG por tu generoso comentario.
ResponderEliminarSaludos.