30/1/11
LITERALIDAD
29/1/11
ARAÑAS
27/1/11
ALBOROZO
26/1/11
EL PODER
25/1/11
FINALISTA DE "CUENTA 140"
22/1/11
EL MIEDO (finalista del concurso de microrrelatos sobre abogados de diciembre del 2010)
La primera pena la doblé y la escondí en el bolsillo del pantalón. Fue cuando mataron a mamá en plena calle, la única forma de destruir aquella columna de granito que era ella y acabar con su persecución implacable de las mafias en nuestro país. Con la segunda pena, otro doblez. Fue cuando “la Mandarina” consiguió el sobreseimiento de un caso de asesinato eliminando al testigo. La tercera ocurrió cuando ya ejercía como juez. Sonó la campana de la entrada y apenas tuve tiempo de echarme al suelo. Murió una niña que compraba dulces en la pastelería. Un nuevo doblez de pena. Y entonces el bolsillo reventó y fue el vencimiento de todas las penas. Dejé de ceder ante el miedo, de titubear a la hora de una condena. Ahora, blindado con la armadura de la justicia, hago prevalecer la Ley. Nada ni nadie podrá con Ella.
21/1/11
CRÍA CUERVOS
20/1/11
JUANCHO
Hace tiempo que Nena se marchó. De vez en cuando, Mami entra en la habitación, se sienta en la cama, me coge, me estrecha contra su pecho y se queda así un rato. Yo también la echo de menos.
19/1/11
NADA
En septiembre comenzaba el curso. El primer día, la maestra nos iba nombrando de dos en dos para que ocupáramos los pupitres. A mí siempre me ponía de compañera a Rosa. Ni yo le gustaba a ella, ni ella me gustaba a mí. Trazaba una línea con el lapicero para dejar claro cuál era su espacio, muy limpio, pues pasaba las mañanas lijando la madera. El mío, en cambio, siempre tenía manchas de tinta y rayas de lapiceros. Lo que más me desagradaba de ella, era su cara blanda y rosácea de lechoncillo. Tenía un plumier de madera de dos pisos y le gustaba abrir la tapa del primero y girarlo para descubrir en el segundo las pinturas de colores Alpino. Y así lo dejaba todo el tiempo, para que yo lo envidiara.
17/1/11
BROTES
A papá le gustaba cazar y a mamá la muerte la volvía loca. De vez en cuando ella se quedaba ausente frente a una liebre desangrándose en el fregadero, y no volvía al sol ni a las caricias, ni a las llamadas. Entonces desaparecía durante una temporada y papá y yo la íbamos a visitar los domingos a la residencia que había al final de una carretera algo tortuosa, colina arriba, entre campos muy verdes y lagunas de orquídeas custodiadas. Papá siempre decía que no debía tener miedo de ver a mamá en aquel estado en que no me reconocía, que era porque necesitaba un tiempo de descanso y que esa era su manera de descansar; pero no me gustaba su mirada hueca, tampoco que no contestara a papá cuando le hablaba. Deseaba tanto su regreso que cuando lo hacía, no me importaba que durante unos días estuviera regañando por el desorden que encontraba en la casa.
Las ausencias de mamá fueron cada vez más largas, más profundas, y poco a poco, papá y yo nos acostumbramos a vivir solos, aunque él siguió yendo puntual, cada domingo, a hablarle de los últimos brotes de las flores de nieve que a ella tanto le gustaban, mientras veía caer la lluvia en el jardín, y se unía a los chorretones de llanto que escurrían en el cristal de la ventana.
Cuando me fui, mamá ya había muerto de una muerte dulce, en mitad de una noche muy oscura y manchada de estrellas, de una primavera empapada de agua y flores. Papá quiso quedarse en la casa, tan grande y vacía de presencias pero llena de fantasmas de colores cálidos que caminaban con él por las habitaciones y le hablaban y removían una y otra vez las brasas de los recuerdos.
Ahora he vuelto para cuidarlo. Nada serio dice él mientras la tos le corta el aliento. Nada serio dice el médico. Pero yo creo que el deseo aletargado despertó y que pronto será tan fuerte que nada podrá detenerlo.
13/1/11
CÓMO HACER UNA PAELLA SIN ABRASARTE
(Este microrrelato es mi pequeña aportación a la propuesta de Agus)
Para hacer una buena paella campera sin correr riesgos, hay que contratar un pinche de cocina. Fundamental porque será el encargado de buscar la leña y encender el fuego. También estará atento a echar el conejo en la paellera, sobre todo si hay hígado, por si salta y abrasa alguna mano. Es importante que sea éste el que retire troncos ardiendo o ascuas, si el fuego está muy vivo; nos evitaremos así pisarlas y quedarnos sin gomas en los zapatos, o ir arrastrando de por vida un carbón incrustado que raye el suelo de negro. Luego viene lo de echar el caldo. También se encargará él porque puede ocurrir que la paellera tenga el culo combado y se nos venga el caldillo azafranero hacia los pies. Una vez cocido el arroz, será el pinche el que lo retire del fuego, todos sabemos lo difícil que es coger la paellera de las asas sin que se te queden los dedos soldados al metal.
Mientras el arroz reposa, le damos al pinche la pomada para las quemaduras que se haya podido producir, luego le pagamos lo convenido y lo largamos con una palmada en la espalda y una sonrisa.
Con los guantes de cocina, el delantal del gallo, regalo de “Avecren”, y la cabeza muy alta, cogeremos la paellera y la llevaremos a la mesa donde toda la familia aplaudirá al cocinero. Desde ese momento tendremos la tarde libre. Después de comer y escuchar las alabanzas de todos, podremos extender la manta en la hierba y echarnos una siestecita, que nos la hemos merecido. Eso si las hormigas, moscas, avispas y otros animalitos camperos dan su permiso.
CORAZONADA
Él esperaba, tumbado en un banco. Me senté al otro lado, cerca del túnel. Colgadas del techo, las pantallas tiraban frases cortas y machaconas, como anuncios de colonias. Hablaban de muertos. De la espesura llegó el trac-trac de los raíles vencidos por el peso de las ruedas. Se levantó. Yo hice lo mismo en el otro extremo. Llevaba una gabardina arrugada que me hizo sonreír al recordar a Colombo. El convoy asomó el morro y fue aminorando la velocidad hasta detenerse. Pulsé el botón y las puertas del vagón se abrieron. Una pareja de jóvenes besándose, una rubia con zapatos de tacón de aguja y falda ceñida, y un par de mulatos con un radiocasete y la música alta, viajaban conmigo. Me senté, apoyando la cabeza en el respaldo del asiento. El tren era un pasillo largo, sin separaciones entre los vagones. Giré la cara y miré hacia el fondo. Él avanzaba con las piernas algo abiertas, buscando el equilibrio, hacia donde yo estaba. Desde lejos, más que Colombo, me pareció un loco, pues sólo a un perturbado se le ocurriría ir con gabardina en el mes de agosto. Me sobresaltó ese detalle. Conforme se iba acercando, reparé en la boca del periódico enrollado bajo el brazo. Tuve un pálpito, uno de esos presentimientos que me vienen de golpe, y vi los cañones recortados, la pareja de jóvenes agonizando en sus asientos, los mulatos y el aparato lanzados contra la chapa del vagón y la rubia despatarrada cerca de la puerta. Me puse en pie intentando mantener la calma. Conté el sonido de sus pasos amplificados en mi cabeza. En sordina la música rapera. Calculé. Veinte segundos para entrar en la estación. Tenía la espalda empapada. Sobre todo, no pierdas la serenidad, me dije. El metro tomó una curva y él tuvo que parar y agarrarse a una barra. Una bolsa vacía de patatas, plateada y verde mar, barrió el suelo. Cuando él reanudó el paso, el tren aminoraba la marcha. Me levanté, puse el dedo en el botón aguardando a que se detuviera y, en cuanto las puertas se abrieron, salí corriendo. Al llegar a la escalera mecánica, mis piernas se doblaron. Caí sobre los primeros peldaños, que tiraron de mi cuerpo hacia la salida.
11/1/11
FINALISTA "CUENTA 140"
7/1/11
MICRORRELATO EN LA NAVE DE LOS LOCOS
6/1/11
IMAGINEMOS (Para Juan Leante en nuestro aniversario)
¿Y si pasáramos un paño por nuestras vidas, como cuando limpias el cristal de una ventana? ¿Y si nos asomáramos a ver pasar a la gente? Tal vez pudiéramos observar a lo lejos a esa chica de pelo corto, vaquero, camiseta, chaleco de borrego y sandalias, caminando calle abajo. Y al joven de melena, botas lustradas y guerrera verde oliva viniendo del otro lado. Atentos al paso, al momento único, al encuentro rozándose apenas un brazo. Y luego seguirían, sin volver la cabeza, cada uno en su mundo recién estrenado, o casi, cada uno en su ilusión. Y él se movería por el barrio, buscando, siempre buscando. Y ella pasearía por los colegios mayores, buscando, siempre buscando. Tal vez un día él encontraría a una chica y se iría a vivir con ella y tendría hijos y se movería por su mundo. Quizá ella conociera a un chico y se iría a vivir con él y tendría hijos y se movería por su mundo. Y se borrarían la rosa, la canción, el tirón de pelos, los besos, los abrazos, los encuentros, los desencuentros, los hijos, las fatigas, las alegrías, las penas, los regalos, la pasión, el dolor, el bálsamo, la ilusión, las caídas y las levantadas, los viajes, la mirada de frente un día en un piso, el baile, el cortejo; lo vivido, en fin.
Pero entonces ¿qué sería de nosotros? Rebobinemos. La ventana se queda como está, algo rayada quizá por el paso de los años, algo empañada también, pero si pasamos un papel secante con cuidado quedará impregnado de colores vivos, colores de vida. Treinta y siete años juntos. Y más.