Le rompieron los dientes en una pelea. Quería morirse. No tuve compasión de él. Lo puse en pie y de un empellón lo mandé fuera, a que se buscara la vida. Al principio sólo comía piezas pequeñas. Lloraba y las encías le sangraban. Pero se fueron endureciendo hasta conseguir la consistencia y eficacia de un hacha de sílex. Nunca más lloró. Y ahí comenzó su voracidad. Nada es suficiente. Nunca se sacia. Ha acabado con todos. Sólo él y yo. Ni hermanos le quedan. Se acerca y me agarra fuerte. Oigo el chasquido de mis huesos quebrándose en su mandíbula y me siento orgullosa de ser su madre.
Un texto duro, sin concesiones. Pero que retrata muy bien una manera de educar - o instruir - de otra época. Este método, más propio del mundo animal, trasladado al mundo del hombre da miedo, pavor. Quizás, porque en el fondo no somos tan diferentes. Y no podemos ni imaginar - que aún resulta más inquietante - nuestros propios límites. En fin, una vez más, me quito el sombrero y lo lanzo al aire. Chapéau!!
ResponderEliminarAbrazos, besos y buen fin de semana.
Menuda revancha, encima con madre e hijo... estupendo Lola, ahí compensando el blog.
ResponderEliminarEs muy fuerte
Un beso
Ni finde, ni nada, Agus no se deja un relato sin contestar. Gracias, compañero.
ResponderEliminarYa avisé, Anita, que nos estábamos poniendo muy blanditos. Una de cal y otra de arena.
Lluvia de besos a repartir.
Esa mandíbula es la que necesito yo últimamente. Y partir avellanas, nueces, almendras, y sobre todo chocolate negro del duro.
ResponderEliminarEstá genial. Eso es amor de madre ... y de padre si no lo hubiera triturado.
Un besazo.
Lo que tú necesitas es una dentadura con piezas de acero, querido mío, que el chocolate abre la vía para que los bichos se ceben, y las nueces, esas rompen lo que se les ponga por delante.
ResponderEliminarGracias.
Besos entre tos y tos.
Pero... ¿qué has desayunado hoy?
ResponderEliminarMe gusta. Me gustan los cambios de registro, me gusta cuando como lector no sé qué esperar de un mismo escritor, sólo que me lleve adonde quiera llevarme.
Casi no pareces tu pero eres, eso es fantástico.
Un beso helado.
Pues lo de siempre: café y tostada de pan con aceite de oliva. Será la gripe.
ResponderEliminarBesos agripados.
Me gustó. Y el título complementa perfectamente el texto, duro pero real, directo, con mensaje... que me quito el sombrero como Agus y aplaudo y aplaudo. Hay cuatro o cinco sitios que cada vez que entro parezco un palmero, jeje
ResponderEliminarUn saludo indio
Así se habla, na'más digo; y claro, sustituyendo simbólicamente el tipo de enseñanza.
ResponderEliminarOrgullo materno. ;)
Por otro lado, qué ruda puede ser la vida, ¿no?
Me recordaste al libro "El gen egoísta".
¡Saludos!
Gracias, Indio, desde aquí escucho al palmero.
ResponderEliminarGracias, Edgar. Sí, la vida es dura y blanda, dos caras de una moneda.
Besos y abrazos a repartir.
La dureza lo convirtió en un auténtico depredador, yo tengo dudas de si estaría orgullosda de tener alguien que devora de esa manera. Besos atemorizados.
ResponderEliminar¡Acollonant¡ como decimos en mi tierra. Duro, seco como esa piedra de silex pero muy bueno, Lola.
ResponderEliminarInquietante, como dice Agus. La bestia que llevamos dentro, quizás.
Un abrazo
Si educas de esa manera, Maite, estarás orgullosa de tener un depredador. ¡Cuántos padres se siente muy orgullosos de sus hijos ejecutivos agresivos!
ResponderEliminarBesos tranquilizadores.
Sí, y para poder combatirla hay que sacarla, zarandearla y darle un par de soplamocos.
ResponderEliminarBesos, mil, Élena.
¡Brutal!
ResponderEliminarMe parece una estupenda metáfora de ese aleccionamiento implacable, que algunos padres ejercen sobre sus hijos, con el propósito de convertirlos en personas aguerridas, duras, de provecho..., pudiendo llegar a transformalos en seres muy poco humanos.
Al mismo tiempo, el amor incondicional y orgulloso de la madre me produce cierto repelús, pues considero que en aras del amor (aunque sea el materno, o paterno) no todo es tolerable.
Un abrazo.
Pff, tremendo. Esos eran cuervos de hueso colorado. Genial el cierre.
ResponderEliminarSAludos
Buena reflexión, Nenúfar. Estoy contigo, no todo vale en aras del amor.Gracias por dejarla aquí.
ResponderEliminar¿Cuervos de hueso colorado? Voy a ver si averigüo de qué se trata. Gracias por pasarte por el blog Baizabal.
Gracias, paisano. Pasea todo lo que quieras.
Besos y abrazos a repartir.
Madre mía, qué ferocidad.
ResponderEliminarSin duda tener hijos hoy se ha convertido en algo realmente peligroso...
Un abrazo
No todos, Gemma, por Dioss que no cunda el pánico.
ResponderEliminarBesos entrañables.
Yo conozco un caso de un chaval que cuando le dieron de palos en el colegio su padre le dio una hostia y lo mandó de vuelta a la calle para que se volviera a pelear, amenazándolo con que si le volvían a pegar, él le daría más fuerte.
ResponderEliminarTremendo.
Un beso, Lola.
La realidad siempre supera a la ficción, Tor. Hay personas que nunca deberían tener hijos.
ResponderEliminarPar de besos.
Crítica a la educación del hogar en muchos sentidos, muchos padres quieren que sus hijos se coman el mundo, que pasen por encima de todos para llegar "alto" sin importar cómo. Lo que muchos consideran "tener éxito en la vida".
ResponderEliminarTan duro como bueno.
Besos.
Buen análisis, David.
ResponderEliminarPar de abrazos.
Metáfora pura y dura de la educación de las crías, tan semejantes a las otras, en tu recreación paralela a la de un animal... irracional.
ResponderEliminarQué sería de ell@s sin colmillos, ni garras, ni fuerza suficiente para sobrevivir en un hábitat que ha de ponerles a prueba día a día?
El magnífico e impactante final, transforma a la cría en ser humano. De ahí el orgullo que trasciende el sentirse quebrantad@ hasta los huesos.
Hola, Cora, ya estaba echando de menos tu bisturí diseccionador de relatos. Gracias.
ResponderEliminarBesos, mil.