Caían durante la noche. Rodaban por el tejado. Los tres, escondidos en el sótano, oían cómo chascaban sus huesos y explotaban sus abdómenes hinchados al estrellarse en el porche. Se colaba por las rendijas del tragaluz, el olor de la sangre. Y los dos se rebullían inquietos, tragaban saliva, evitaban mirar al niño, y rogaban para que amaneciera pronto.
28/2/11
26/2/11
"ME ACUERDO DE" (relatos leídos por J.J. Millás)
24/2/11
BREVE QUE TE QUIERO BREVE
Recordad que mañana viernes podéis seguir por Internet el recital Breve que te quiero breve: Pinchar aquí.
DETERMINACIÓN
Después de la intentona, el capitán me encargó de su custodia. Yo vigilaba sus ojos en la oscuridad, él me vigilaba a mí. Pasamos la noche hablando. Yo le conté las fatigas de mi trabajo; él de qué huía. A las cinco de la madrugada vi las hogueras en la costa, guiándolo para darle cobijo en casas de gente anónima. Ocultos por las últimas sombras, estarían los de la Guardia Civil. Le di la espalda y enseguida escuché el chapoteo en el agua.
22/2/11
FINALISTA "CUENTA 140"
21/2/11
ROSAS Y MARGARITAS
Mamá me llevaba a todas partes. Yo era una sombra amarrada a su tobillo, del que no podía soltarme, ni de día ni de noche. Ella se movía por las habitaciones del hotel con el aspirador, el cubo y la fregona, con un apéndice gritón. Nunca puso freno a mis voces, ni a los tirones que daba de su vestido. Tampoco se quejaba cuando le hacía un nudo en el delantal para llamar su atención. Lo importante era que no me alejara de ella. Yo la observaba todos los días frente al espejo de la habitación más grande del hotel, sacándose el guante de látex de su mano derecha, mientras tarareaba y movía las caderas y giraba, llevándome en volandas. Pero cuando el último recuerdo se borró de la memoria de la gran Rita, mamá se quedó en blanco y nunca más hubo representaciones frente al espejo.
Yo no discernía entre el tú y el yo. Para mí era nosotras. Y cuando vino la señora del Ayuntamiento y preguntó cómo me llamaba, contesté sin dudarlo: Rosa y Margarita. Al separarme de Rosa, no supe qué hacer ni a dónde ir. Porque era Rosa la que dirigía mis pasos. Así que me quedé varada en el cuarto al que me llevaron, sin mover los pies. Sólo las manos actuaban por su cuenta. Una goma elástica entre los dedos que trenzaba y destrenzaba sin descanso.
Después de un tiempo, me sacaron del cuarto, y me llevaron a un despacho frente a un señor que me hacía preguntas absurdas. Bajé los ojos y lo vi sobre la mesa, encuadrado con una señora a su derecha, y una niña y su réplica con una sonrisa rayada por un hierro, tapándoles medio cuerpo al señor y a la señora. La niña me fue dictando los síes y los noes y contesté al señor hasta que se debió de cansar y soltó aire y movió una mano hacia fuera para que me retirara.
De mamá no supe nada hasta el día en que me llevaron a verla. Me acerqué, y ni se movió de la silla. Miraba al infinito con una sonrisa boba. Estuve sentada frente a sus ojos que veían más allá de la pared, sin decir nada, hasta que la señorita que me acompañaba tiró de mí. Me llevé la sombra de mamá agarrada a mi tobillo. Era ligera y muy flexible. Si levantaba la pierna, ella se quedaba colgando como una mancha. Si giraba el pie, ella se desplazaba. Hasta que ganó confianza y comenzó a moverse por su cuenta. Al poco tiempo, me llevaron de nuevo al despacho del señor de las preguntas y éste me dijo que mamá ya no estaba entre nosotros, que ya no tenía mamá. No dije nada, pero mamá se retorció en el suelo de risa.
De aquellos años guardo el recuerdo de un espejo con tirabuzones de nata alrededor, donde me desdoblaba, como hacía mamá en la habitación grande. Unas veces era Rosa y otras Margarita. Unas veces reía y otras lloraba. Sobre la cama, girando la muñeca, mirando por la ventana, tumbada en el suelo, iban desdoblándose Rosas y Margaritas, como esos monigotes que se recortan de un papel doblado muchas veces y luego se estiran. Sólo que cada una de ellas era única aunque parecida. Se movían distinto, pensaban distinto, hablaban distinto.
Cuando llevaba varios años allí, llegó un señor que fumaba en pipa, seguido de un joven con una cámara. Pasó por el comedor a la hora del desayuno y paseó entre las mesas, con el joven detrás. Se detuvo a mi lado. Yo bebía mi leche y mojaba las galletas. De vez en cuando paraba y le ofrecía a una de las Rosas o de las Margaritas, y ellas decían sí o la rechazaban. El de la pipa anduvo toda la mañana pegado a mí, como si fuera mi otra sombra y el de la cámara como la sombra del señor de la pipa. No me molestaban. Ya estaba acostumbrada a que las demás chicas me siguieran y se rieran de mis conversaciones con mis Rosas y mis Margaritas. Así que continué hablando y moviéndome como si ellos no existieran.
Al día siguiente, volvieron a llevarme al señor de las preguntas y éste me dijo que si quería ser actriz. Yo no quería ser nada, pero me pareció que debía decir que sí porque hablaba de hoteles y dinero y joyas y pieles, y mi mamá siempre dijo que eso era lo mejor del mundo y que si yo no hubiera nacido, ella habría sido tan buena actriz como la gran Rita y habría vivido siempre en la suite de las estrellas, que era la que más le gustaba. Me llevé a las Rosas y Margaritas y ahora, todas las noches van al teatro y hablan y se mueven libremente en el escenario. Luego vienen los aplausos, los bombones y las flores y hay una gran fiesta en el camerino.
El señor que se ocupa de mis cosas dice que puedo tener una casa para mí sola, una gran casa con todo lo que yo quiera, pero yo lo que quiero es volver todas las noches al hotel de mi mamá, subir a la suite de las estrellas, desnudarme frente al espejo, y dejar que salgan todas las Rosas y Margaritas.
18/2/11
EL BRINDIS (Finalista del concurso de abogados -enero 2011)
Cada vez que papá ganaba un caso, lo celebrábamos con un brindis. Mis padres con champán, yo con gaseosa. Papá era muy bueno en su trabajo, demasiado bueno para no hacerle sombra a su jefe. Lo echó del bufete de abogados. Entre nosotros hubo un pacto de silencio. Nunca hablábamos de deudas, pero yo veía cómo se acumulaban los recibos en el mueble de la entrada. Seguimos brindando por éxitos fantasmas. Ellos con gaseosa, como yo, aunque lo llamaban cava. Debimos abandonar el piso para irnos a un hotel de mala muerte. Mamá se empleó en una empresa de limpieza y papá como conserje de un edificio. Con mucho esfuerzo, conseguí llegar a juez. El primero al que senté en el banquillo fue al antiguo jefe de papá, por malversación de fondos. Ese día, compré el mejor cava del mercado y brindé con mis padres en nuestra nueva casa.
16/2/11
GANADOR DE "CUENTA 140"
10/2/11
SE BUSCA
¡Eran tantos! Derribaron muros y ampliaron la hacienda para acoger a padres, hijos, nietos, tíos, sobrinos, cuñados y primos. Un día Lara Seda decidió explorar el lado este de la casa. Encontró a Ray Capullo en un patio bajo una higuera y se lo llevó a vivir con ella. Desde entonces, no dejan de amarse en su cuarto del lado sur. Sara Beis ya lleva empapelado un tercio de la casa con la fotografía de su esposo. Nadie sabe de su paradero.
Estaré fuera unos días. Feliz finde y hasta la vuelta.
Estaré fuera unos días. Feliz finde y hasta la vuelta.
8/2/11
FINALISTA "CUENTA 140"
7/2/11
6/2/11
LA RECOLECTORA DE LLUVIA
Para mi cuña, querida. Espero que te guste una porción de lo que te gusta la lluvia.
Algunos coleccionan radios antiguas, otros contadores de la luz. Ella colecciona agua de lluvia. Desde el calabobos que escurre de una hoja de eucalipto, a la torrencial de una tormenta de verano cuando reposa en los charcos con olor a tierra removida y raíces de almendros. Se hizo construir un mueble de madera con celdillas donde las iba guardando en botellitas, con la puerta de cristal biselado para que el sol jugara a combinar los colores del arco iris con las diferentes aguas. Y cuando el calor se pone terco y no asoma ni una nube en el cielo y la tierra se abre en múltiples heridas, ella moja, cada noche, un dedo y deja la humedad detrás de las orejas y en el pulso de las muñecas y se duerme con una lluvia fina con olor a madreselva. Pasaba el tiempo recolectando y etiquetando, cuando una mañana, en plena faena, vio desde la terraza a un chico que corría huyendo de un aguacero. Y le sorprendió la idea de que sería bonito tener agua de lluvia de personas. Metió una botellita en el bolso, bajó a la calle y, con el dedo índice, recogió un reguerito que bajaba desde el pelo y corría por la cara pecosa de un niño. Le gustan mucho esas aguas. Espera impaciente a que llegue el otoño y la primavera para guardar unas gotas que tocaron la oreja de un anciano, el mestizaje de una mujer llorando, la cortina que escurre del sombrero de un cantante canalla. Todos colaboran cuando ella les pide permiso para acercar sus dedos, una cucharilla o un bastoncillo de algodón. Todos menos el adolescente. Con él aún no lo ha conseguido. Tiene azogue en el cuerpo, no deja que nadie se le acerque, no le gusta que lo toquen. Pero ella continúa, paciente, un día tras otro, estudiando sus costumbres, siguiendo sus pasos. Ha descubierto que cuando él escucha al petirrojo, se aquieta un momento y mira hacia la hierba con la boca muy abierta como si la vida se hallara a ras de suelo. Algún día coincidirán lluvia, petirrojo y adolescente y allí estará ella para pasar la cucharilla por el hueco de la mano y recoger el agua que escurre de la sudadera, con tanta delicadeza, que ni se enterará de lo que está pasando.
4/2/11
CULEBRONES
Mi mamá saca el pañuelo del bolsillo del delantal. “Pobrecita”, dice mirando a la señora de la televisión, que está muy guapa con su boca pintada, su collar y su vestido azul. A mi mamá se le suelta un rulo del pelo cuando se suena la nariz. Meto un dedo en el agujero de su jersey y ella se vuelve a mirarme. Tiene una mancha morada en el ojo que no le para de llorar. “Pobrecita”, digo cuando la abrazo. Yo también, llorando.