Mamá me ayuda a vestirme. Me peina una coleta y la abraza con un lazo azul celeste. Luego me mira y da su aprobación. Mamá está muy atareada. No deja de ir de un lado a otro. De la cocina a la habitación. Vuelve a detenerse a mi lado, moja sus dedos en saliva e intenta domar el remolino en el arranque de pelo de la frente. Mamá, llamo. Pero no escucha. Va otra vez a la cocina y bebe un sorbo de tisana. Mamá, insisto. Y ella me dice que no tiene tiempo para nada, que se ha hecho tarde y debe arreglarse para estar bien guapa. Se coloca la pamela frente al espejo. Se mira y remira, buscando algo que hacer. Pero no hay nada. Me acerco y la abrazo. No debí aceptar la invitación a la boda de tu padre, dice al fin. Deja caer las manos a lo largo del cuerpo y se echa a llorar.
28/10/11
23/10/11
DEPREDADORES
Se creen inmortales. Suben, confiadas, al coche de desconocidos. Todas iguales. Aunque esta última, no. Tiene una mirada fiera y aprieta los labios con fuerza, como hacía mi hija cuando la castigábamos. Mi pobre niña. Creo que la dejaré ir. Paro el coche. Estoy a punto de abrirle la puerta, cuando levanta los brazos hasta la cabeza y saca el largo punzón de su pelo. Demasiado tarde para coger la pistola de la caja del salpicadero.
19/10/11
INTOXICACIÓN
El peligro estaba fuera, amenazaban. Llenó la nevera y descolgó el teléfono. Llevaba un mes de encierro cuando comenzaron los ataques. Primero fue la puerta blindada derritiéndose como gelatina. Más tarde, los postigos de las ventanas se abrieron con un empellón de ira. Se acurrucó en un rincón. Fue saliendo una legión de tertulianos de aquel artefacto infernal. Armados con palabras afiladas le hicieron puré la cabeza.
10/10/11
ESPECULADOR
Suena la campanilla de la tienda. Es él. Me enseña un fajo de billetes. “Me llevo las que quedan”, dice. “No hay más”, le digo. Se oye un ruido sofocado. “¿Seguro?”, insiste. “Segurísimo”, atajo yo, tamborileando con los dedos sobre el mostrador. Recoge el dinero y sale dando un portazo. Abro la caja de caudales y con el índice y el pulgar las cojo, las levanto y las deposito en las hojas del libro en blanco. Se aparean y multiplican, las palabras.
3/10/11
OTRO RELATO INCLUIDO EN LA EDICIÓN DEL LIBRO JARDINES SECRETOS 2011
JARDÍN DE ROSAS
Llevo días esperándote. Pero no apareces. Me desperezo cada mañana con el sol asomando, tibio, por el horizonte. Pongo todo mi esfuerzo en abrirme, bella y perfumada para ti. Si vinieras podrías acercarte a la pérgola donde se enreda mi tallo sin espinas que escupí, una a una, como los dientes de leche de esos niños que vienen a jugar aquí, con sus mamás satisfechas. Parlotean entre ellas sin cesar, sentadas en los bancos, moviendo los dedos, ágiles con las agujas y las lanas. Todas las tardes disfrutaba con las voces, con los juegos, con las risas. Pero he caído en la melancolía desde que te conocí. Transparente y luminoso, entraste en mi jardín de noche y, bajo el balón de luz de la luna, viniste a mí, acariciaste mis pétalos con la delicadeza de lo etéreo y soplaste un tibio beso salpicado de llanto. Y yo te iba a consolar, enredando mi talle en tu aura, pero no quise herirte con mis espinas. Por eso me las arranqué. Ya estoy preparada. Te espero. Dejaré que me lleves contigo. Habitaremos juntos la casa derruida. Un hombre luciérnaga y una rosa sin espinas.
Llevo días esperándote. Pero no apareces. Me desperezo cada mañana con el sol asomando, tibio, por el horizonte. Pongo todo mi esfuerzo en abrirme, bella y perfumada para ti. Si vinieras podrías acercarte a la pérgola donde se enreda mi tallo sin espinas que escupí, una a una, como los dientes de leche de esos niños que vienen a jugar aquí, con sus mamás satisfechas. Parlotean entre ellas sin cesar, sentadas en los bancos, moviendo los dedos, ágiles con las agujas y las lanas. Todas las tardes disfrutaba con las voces, con los juegos, con las risas. Pero he caído en la melancolía desde que te conocí. Transparente y luminoso, entraste en mi jardín de noche y, bajo el balón de luz de la luna, viniste a mí, acariciaste mis pétalos con la delicadeza de lo etéreo y soplaste un tibio beso salpicado de llanto. Y yo te iba a consolar, enredando mi talle en tu aura, pero no quise herirte con mis espinas. Por eso me las arranqué. Ya estoy preparada. Te espero. Dejaré que me lleves contigo. Habitaremos juntos la casa derruida. Un hombre luciérnaga y una rosa sin espinas.