He viajado. Aún viajo. Escucho Angola de África
Lisanga, y la tarde llamea en colores vivos y danzas sensuales entre
plantaciones de caña de azúcar. Pero ninguno como aquél que tantas veces repetí
cuando era niña, durante el silencio sagrado de la siesta, en el patio de mi
casa. En bragas y descalza, acuclillada ante una cubeta de aluminio llena de
agua, con una pluma negra de gallo y otra gris de gallina flotando en la
superficie sobre una hoja de parra. El Capitán Trueno y Sígrid se embarcaban en
una nueva aventura en el Amazonas. Serpientes culebreando en el río. Selva de
árboles frondosos, lianas y pájaros exóticos. Las guerreras amazonas y mi mano
guiando a los héroes en su lucha por rescatar a algún niño o mujer a punto de
ser sacrificado en el altar de un templo azteca oculto por la exuberante vegetación. Y a eso de las cinco
de la tarde, el olor intenso del café saliendo a borbotones, la voz del locutor
en la radio, la llamada de mi madre. Final del viaje.
Muy bonito, me ha gustado.
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