Tomada de la red. |
Criaturas celestiales.
Divinas. Perturbadoras y livianas, más que andar, flotaban por las calles. Los
hombres perdían el juicio a su paso. Uno dejó a su mujer y a sus hijos y acabó colgándose
de la rama de un chaparro, ante el rechazo de su amada. Otro, extasiado con la
contemplación de la más tierna de ellas, ni se enteró de que se había rebanado
el dedo corazón de su mano izquierda mientras cortaba mortadela. El pueblo
vivía en un calor continuo y asfixiante de invernadero. Incluso se colaba en el
patio de mi casa donde reinaba la exasperante soledad.
Una tarde de bochorno previo a la
tormenta, leía «Cien años de soledad» cuando la luz se abrió paso dentro de mi
cabeza. Tuve claro lo que debía hacer. Envié un paquete con unas bolsitas de té
y un ejemplar del libro, a las seis jóvenes doncellas, y me senté a esperar.
Las malas lenguas dicen que murieron
envenenadas, pero yo sé que no fue así. Todas se elevaron y alcanzaron el
Cielo, siguiendo los pasos de Remedios, la bella.
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