Muy contenta. Los productos de Karlovy Vary, muy buenos, el broche, una pasada de bonito y el libro de gran calidad, hacen que sea un buen premio.
Os dejo la página donde está recogido el fallo del jurado y el podcast con el programa donde, además de la entrevista, podéis escuchar a partir del minuto 42:53 la dramatización del relato. Pinchad aquí.
Y aquí el maravilloso vídeo sobre Tharsis que me ha dedicado Juan Leante.
Y aquí el maravilloso vídeo sobre Tharsis que me ha dedicado Juan Leante.
28-agosto-2012
Ahora que estoy a punto de llegar,
remoloneo y voy lenta en el recorrido de los escasos kilómetros que me separan
de mi destino.
Casi un mes. Al principio me costaba
seguir las vías. Me pesaba el silencio humano, los trinos melancólicos de los
pájaros en retirada por las tardes, el enloquecido sonido de las chicharras a
mediodía, el cri-cri de los grillos durante las noches. Pero siempre he gozado de
la plenitud y grandeza de las acampadas, durmiendo al raso, de cara a la
inmensidad de las estrellas.
A dieciocho kilómetros día. Ese era el
promedio. Pero conforme pasaba el tiempo, iba bajando la media. Ni calzado
adecuado, ni buenos calcetines, han evitado las ampollas y las rozaduras. Y
este espantoso calor. Sudo y el sudor atrae a los mosquitos y se pegan a mi
piel. A pesar de la crema protectora, me he quemado la piel de los hombros y he
desvariado varias veces, por algo de insolación. Y sin embargo, qué bello este
paraje.
Me
pesa la mochila. Me cobijo debajo de una encina. Bebo un trago de agua caliente
y como un poco de pan y queso. Descanso un rato, después continúo andando. Sigo
el trazado de las vías. Observo el paisaje.
Parece una herida sin sutura de la que mana
sangre. A trechos, oscura como de cadáver de muchas horas, otros, con tintadas
verdes, de mar profundo. Kilómetros de charcos, bifurcaciones, y lavaderos de
minerales arrancados por manos y máquinas, donde los insectos se ahogan y la
vegetación muere envenenada, seca de vino y sol. Una escalera de hierros
paralelos y travesaños rajados orilla el cauce hasta las minas de cráteres
gigantes. Y la balsa azul que invita al baño, al trago, a quedarse para
siempre, siempre.
Herrumbre y polvo de piedra. Vías muertas
donde se oxidan los últimos vagones. Talleres y oficinas de puertas agrietadas
y ventanas con cristales como cuchillas que salen de los marcos
descascarillados. Radios, botas, máscaras y papeles. Abandono. Tharsis: final
de trayecto.
Precioso, Lola. A mí, que me resultan dificilísimo hacer una buena descripción del paisaje sin caer en los tópicos, me causan mucha admiración este tipo de textos. Parece que estuviera allí. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarMil gracias, Luz.
ResponderEliminarPar de abrazos.
Vaya, esos productos de Karlovy Vary le sientan muy bien a la desolación del paisaje minero.
ResponderEliminarPor cierto, si iba algo de Becherovka entre ellos, espero tu invitación.
Abrazos, siempre
Amando, tenemos que quedar para invitarnos, que tú ganas lo tuyo.
ResponderEliminarUn abrazo con paisaje marciano.
"Una herida sin sutura de la que mana sangre", me encanta. Enhorabuena por el premio. El relato lo merece.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Yolanda.
ResponderEliminarAbrazos otoñales.
Que belleza de relato! Que descripción de paisaje y estados de ánimo del caminante.
ResponderEliminarSiento sed y me duelen las ampollas. Y la plenitud del paisaje y el deseo, como un relámpago de sucumbir a un baño definitivo. Me sosiego al contemplar las estrellas mientras comparto raso. Me dejo llevar por un camino que a ratos asemeja la vida misma. Dolor y placer.
No tengo palabras que no suenen a vano halago, Lola.
Un abrazo
Me encanta que el relato te haya sugerido tanto querida Cora.
ResponderEliminarUn abrazo con plenitud de estrellas.