Fotografía tomada de la red. |
Mamá decía que no había nada de malo en darse a los placeres, mientras vaciaba cajas y cajas de bombones, recostada en la cama sobre una pila de almohadones. Dejé el instituto, pero no encontré trabajo, así que tenía que conseguírselos como fuera. Murió con ciento ochenta kilos de peso y costó sacarla de casa. Sigo sus enseñanzas a rajatabla. Las recojo de la calle. Al principio se retuercen y gritan, pero en cuanto las cubre bien el chocolate caliente se quedan calladas y quietecitas. Parecen conguitos. De vez en cuando las lamo un poco y me endulzo la vida.
Este texto es un ejemplo de precisión, de medida, y de generosidad, pues llegas al punto exacto y ahí, sin retorno, dejas que sea el lector el que imagine. Poco importa el objeto en sí, lo fundamental es la inquietud y el desasosiego que transmite la historia, especialmente con esa voz infantil que permanece. Bravo.
ResponderEliminarAbrazos.
Uy a estas horas tu micro me dio hambre, ¡quiero dulces! ¡chocolates! ¡Allá voy!
ResponderEliminarUn saludo indio
Mitakuye oyasin
Bien, bien terrible. Pero lleva razón la protagonista: está exculpada de todo cargo de conciencia, Solo cumple lo que le han enseñado desde pequeña.
ResponderEliminarCuánto cuidado tenemos que tener con la imagen y lecciones que damos a los niños, a nuestros hijos... Con nuestro ejemplo podemos estar alentando o creando mentes desorientadas, desequilibradas.
Terrible y penosa realidad la que refleja tu relato. Con moraleja.
Un besooo
Que repelús le acaba de entrar a un adicto al chocololate como yo. Un abrazo, Lola.
ResponderEliminar¡Ja!, menudo misterio nos dejas ahí, a pedir de boca. Con la miel (o el chocolate) en los labios, vamos.
ResponderEliminarDesde luego, todo se puede exculpar, sobre todo cuando se recurre al árbol genealógico...
Besos
Una asesina muy dulce y contenida, solo las lame un poco, jejejej.
ResponderEliminarBesos desde el aire
jope
ResponderEliminarLola, un relato que aunque se endulce con chocolate no puede evitar que se observe ese lado psicópata del protagonista.
ResponderEliminarMe gustó el ambiente que recreaste para sorprendernos al final.
Abrazos con chocolate.
Ay, Lola, este micro produce el efecto contrario a las últimas palabras de la protagonista.
ResponderEliminar"Se retuercen y gritan" ...mejor no pensar.
Beso estremecido.
Jeje Bien! Cualquier recurso era válido pues urgía calmar ansias.
ResponderEliminarMe hizo recordar a Circe (creo que ése es el título, el cuento de Cortázar, en el que la chica le convida al pretendiente unos bombones muy originales de cucarachas y chocolate.
Un abrazo fuerte, Lola.
Aaaaggggggg, que agggcoooooo! Has escondido muy bien a esos seres repugnantes, y has logrado, sibilinamente, provocar esa mezcla de sonrisa divertida y repugnancia total, que casi sonrojan al que lo siente. Me ha parecido genial, Lola. Solo le pondría una pequeña pega, las rimas de bombones y almohadones. La historia, de diez!! Abrazos apretujados
ResponderEliminarComi bien dices, Agus, permanece el desasosiego.
ResponderEliminarTómatelo con calma, David, que puedes coger una indigestión.
Se autoexculpa y se queda tan ancha, nunca mejor dicho, Petra.
Se trata sólo de mirar que los bombones no traigan sorpresa, Víctor.
Efectivamente, Susana, si la madre era lo que era...
Rosa, es que le iba el chocolate.
Jope, Luisa.
El chocolate también tiene su lado oscuro, Nicolás.
Sí, Patricia, mejor no pensar.
Las ansias se calman muy bien con chocolate, Mónica.
A mí también me dan repelús. Y miedo, Maite.
Abrazos a repartir.
Empezó el relato y me entró hambre de dulce. Pero desapareció ante ese enigmático final. Y me quedé pensando en ese relleno de los conguitos.
ResponderEliminarAraceli, parece que todo es muy dulce hasta que te adentras en el micro y se te pone el cuerpo un poco revuelto.
ResponderEliminarAbrazos madrugadores.
Me has dejado pensativa ...ese se retuercen y gritan...¡ay madre!.
ResponderEliminarMe gusta el tono que has utilizado y la trama misteriosa en la que se desenvuelve la segunda parte, a partir de la muerte.
Un abrazo Lola.
Este es un relato de inquietante narrador. Ese desajuste entre el tiempo real y la voz infantil (como ya dice Agus) que te hace patinar en la imagen del conguito, en ese relamer el dulce cuerpo y seguir a pie juntillas los consejos de la madre, presente en el fondo y la forma de todo el micro, hasta el punto que no sabes si es el espíritu de la madre la que sigue comiendo chocolate en boca del hijo o al revés.
ResponderEliminarExcelente
No augura nada bueno, ¿verdad, Laura?, ese se retuercen y gritan.
ResponderEliminarHay personas que se quedan varadas en la infancia, agarradas a la falda de la madre, pero con un bagaje tan espeso, y no tan dulce, como el chocolate, Xesc.
Doble de abrazos.
Es la escuela que tiene, por tanto sigue las enseñanzas de mamá aunque ello implique... cubrirlas con chocolate caliente.
ResponderEliminarMuy bueno e inquietante, Lola.
Besitos
En qué momento pasaría de las cajas a recogerlas en la calle? En realidad uno empieza tu relato y corre a la despensa a por chocolate y cuando llega al final se le queda este ahí parado, entre los dientes negros...
ResponderEliminarUn abrazo, Lola.
Y lamerlas un poquito, Elysa.
ResponderEliminarEse punto sin retorno, Miguel Ángel, debe de existir, pero cuándo ocurre, ¿quién lo sabe?
Abrazos a pares.