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No creas ni por un momento que conseguirás que retroceda. No me das miedo, espantapájaros con botas y casco. Un mercachifle que trafica con el terror ajeno. Pero mírate, soldadito de plomo. ¿A quién pretendes engañar? Nada te alienta que no sea la soflama vacua de quienes se quedan en la retaguardia, a verlas venir. Esos que ahora mismo estarán, a buen seguro, tomando té con pastas en un jardín con laberintos verdes, faunos de terracota, amorcillos de piedra que mean agua, aleteos de pájaros y risas de infantes. La placidez de los tiranos y el frufrú de seda de sus esposas. Y tú, pobre diablo, te cargas de razones como ídolos que caerán desmoronados a tus pies. ¿Qué quieres, que agache la cabeza y no sea otra cosa que sombra deslizándose, oscura, por La Tierra? No pienso malgastar mi tiempo, efímero y volátil como un elemento inestable. Porque esa soy yo, nube que pasa por un cielo que se carga de truenos y rayos amenazadores. Y siempre me salvo. A veces algo chamuscada, con una rodilla herida que me obliga a doblarme para tomar aliento. Pero me levanto y sigo adelante. ¿Has visto alguna vez el enramado en la ventana de la cárcel a la que tú, y otros como tú, enviáis a tanta gente? Esa planta que se agarra con fuerza a las rejas y que trepa por el muro de la ignominia, lleva la savia de la liberación. Y tarde o temprano conseguirá arrancar barrotes y derribar tapias. Óyeme bien, más te vale cambiar tu uniforme de guerra por pantalón y casaca blanca como paloma de paz. Vuelve a tu infancia, a tu madre, a la vida en fin, porque no voy a dejar que quiebres un tallo más de margarita. Si continúas con tu actitud desafiante, si vas más allá, si lo intentas siquiera, mírame bien, escucha y atiende: será por encima de mi cadáver. ¿Y acaso no te has dado cuenta de cómo has ido achicando hasta convertirte en un ser de chichinabo? Abriré mi boca, te fagocitaré, formarás parte de mí y desaparecerás como persona. Y ya nunca más tendrás la posibilidad de amar.
Qué bueno, Lola. Irradia fuerza. No me extraña que el aludido se achique y se achique.
ResponderEliminarSaludos.
Ole y ole. Ahí nos encontrarán a todos, preparados para la lucha.
ResponderEliminarAbrazos combativos.
En toda relación, incluso en las afectivas, siempre hay un juego de poder. Y muchas veces uno de los dos acepta esta pequeña anomalía como algo normal. Luego, sucede lo que cuentas, y todo se va al carajo. Me gustó mucho el lenguaje directo, duro, áspero, que utilizas para decirlo.
ResponderEliminarAbrazos.
El empoderamiento es lo que tiene, Hugo, que mientras una se crece, el otro se achica.
ResponderEliminarGanando fuerza, Xesc.
Estoy totalmente de acuerdo contigo, Agus. No existe relación sin que haya un desequilibrio de poder.
Triple de abrazos.
Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen. O sí.
ResponderEliminarLa frase final debería hacer reaccionar a cualquiera.
Un abrazo, Lola.
Qué fuerza. Pequeñito, pequeñito le has dejado...
ResponderEliminarMuy bueno, como tu foto.
Un abrazo.
Un relato potente, con una voz casi provindencial. Dies irae.
ResponderEliminarAbrazos
Lola, apúntame al lado de esta protagonista, pues hay que luchar y no dejarse amedrentar por esos que tratan de arrinconarnos.
ResponderEliminarAbrazos de esperanza.
Estoy de acuerdo, a los enanos que destruyen las ilusiones de todos: TRAGARLOS.
ResponderEliminarAl Estado corrupto, violento y embrutecedor le sucede lo mismo que a los golpeadores: nunca pueden predecir cuándo el más chico pasa a ser el más poderoso...
Abrazos, Lola
Bravo Lola!!! Con esas palabras dejas chiquito al más pintao.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Me he imaginado a un antidisturbios frente a ti, Lola, y te lo comías literalmente, aunque lo haces literariamente. Besos.
ResponderEliminarLa historia del soldado menguante. Precioso texto, se queda una más que feliz con su final. Un beso.
ResponderEliminarAlgo debe suceder cuando uno se calza un traje militar. Me sugiere el chiste de aquel que se encontró un tricornio y tras ponérselo le empezó a aflorar una gran malaleche.
ResponderEliminarMe ha impresionado el final del relato, con ese castigo que supondrá no poder volver a amar.
Besos.
Sí, pero no, Miguel Ángel.
ResponderEliminarEl casco, el uniforme y el fusil al vertedero, Carlos.
Potente tu comentario, Susana.
Apuntado, Nicolás.
Hacerlos desaparecer como sea, Patricia.
Chiquito y sin armas, Rosa.
Tu imaginación, Manu, es brillante.
Menguante hasta convertirse en mota de polvo, Mar.
Yo creo, Juan, que es el peor castigo del mundo.
Abrazos y besos a repartir.
Tu micro me transmite una poderosa fuerza y una elección de vocabulario de lo más selecta.
ResponderEliminarLa lucha victoriosa que siembras, amedrentando al teóricamente fuerte para dejarlo bajo suelo sin amor, con esos interrogantes que enfatizan su fortaleza de espíritu, me hacen pensar que únicamente el poder se encuentra en la palabra, en la literatura, en la cultura, en la razón, en el pensamiento, en ... el amor.
;) Me ha gustado muchísimo. ¿Tiene algo que ver con un concurso que organizó el Museo?.
Muchos besos.
El poder de la palabra es infinito. El del amor mucho más allá.
ResponderEliminarAbrazos múltiples, Laura.
PD. Sí tiene que ver.
Después de todas esas palabras dudo que tenga el valor de hacer ni un movimiento. Imposible que no se sienta como un ser de chichinabo.
ResponderEliminarMuy potente, Lola.
Besitos
Me gusta chichinabo, me la apunto :-)
ResponderEliminarEntiendo el ansia de poder como uno de los cánceres de toda relación sana entre seres humanos, quizá el más destructivo. Prende con suma facilidad, pero puede llegar a evitarse...
Besos.
Más le vale, Elysa.
ResponderEliminarLa esperanza nunca se pierde, Alberto, pero de momento es lo que hay.
Par de besos.