Había acabado con la última conserva del refugio.
La serpiente se había tragado el último ratón. Lustrosa y grande, tendría para un mes si la racionaba bien. Agarré el machete y levanté el brazo. Estaba hermosa, dormida, enrollada como una concha de caracol. Imaginarme solo el resto de mi corta existencia, bajo la bóveda de hormigón, me hizo abandonar.
No sé cuánto llevamos sin alimento. Yo no puedo ni incorporarme en la cama, en cambio, a ella la oigo arrastrarse. Se detiene, se yergue, saca la lengua y me mira de frente. Debería aceptarlo, pero no puedo. Mi mano, débil y temblorosa, busca el machete sobre la desvencijada mesilla.
No sé cuánto llevamos sin alimento. Yo no puedo ni incorporarme en la cama, en cambio, a ella la oigo arrastrarse. Se detiene, se yergue, saca la lengua y me mira de frente. Debería aceptarlo, pero no puedo. Mi mano, débil y temblorosa, busca el machete sobre la desvencijada mesilla.
Escogió la soledad y la supervivencia... creo yo.
ResponderEliminarFabuloso relato Lola Sanabria.
Un beso
BB
Sí, yo también lo creo así. Millón de gracias BB.
ResponderEliminarY besos, mil.
¡Sencillamente magistral!
ResponderEliminarAitor Menta
Gracias Aitor. Un placer recibir tus visitas.
ResponderEliminarBesos, mil.
Dios mío, impresionante. Mi más rendida admiración. Ya soy FAN vuestro. Olé!
ResponderEliminarBienvenido, Alfredo. Gracias por pasarte.
ResponderEliminarPar de abrazos.