Había una vez unos ciruelos que todos los miércoles iban a bailar. Metían sus mallas y sus zapatillas en las mochilas y, flanqueados por dos ciruelillas de tres al cuarto, emprendían el camino hacia su destino: el baile de los ciruelos. Y a la orden del ciruelo M: “¡Venga, cántate una!”, las dos ciruelillas con pretensiones de triunfar en el Albert Hall, se arrancaban lo mismo por coplas que por bulerías. “Va a llover”, advertía el ciruelo T, un poco aprensivo, pero, lo cierto era que el viento, encantado o aterrorizado, quién sabe, por los cánticos de ciruelillas y ciruelos, soplaba y soplaba y enviaba las nubes a otros cielos de otras ciudades. Y así, unos cantando, otros sonriendo, los de más allá palmeando, iban acortando el camino hasta llegar a las inmediaciones de una casa mágica de la que salían olores a cordero asado, a verduras a la plancha, a Ribeiro, a café y dulces. Y paraban un momento de cantar para imaginar, con la boca hecha agua, cómo sería darse un festín en aquel lugar. Después continuaban con sus canciones, alegres y dicharacheros, no sin algún que otro traspié porque en todo cuento tiene que haber un escollo que sortear, y alguna caída de cuando en cuando, hasta llegar a la puerta mágica. Ciruela D, satisfecha de haberlos guiado bien, pedía paso franco, después de dar la contraseña, y la puerta se abría dando entrada a los ciruelos bailarines y dejando con dos palmos de narices a las ciruelillas que, resignadas, debían esperarlos tomándose un desayuno andaluz en un café de los alrededores, para, pasada una hora, desandar el camino amenizado con cánticos de diferente pelaje, aunque ya menos, porque los ciruelos iban cansados y cierta ciruelilla algo perjudicada.
Pero un miércoles, por razones que no vienen a cuento, no hubo canciones, el viento no sopló como otras veces y las nubes se hartaron de llorar de pura tristeza. Los ciruelos y ciruelillas intentaron resguardarse de la lluvia con gorros y paraguas, pero cuando volvieron del baile todos venían mojados como pan en la sopa.
Moraleja: Ciruelos, no dejéis que las cuerdas vocales languidezcan, hacedlas vibrar de alegría de camino al baile, con lindas, o no tanto, qué más da, cancioncillas.
Pero un miércoles, por razones que no vienen a cuento, no hubo canciones, el viento no sopló como otras veces y las nubes se hartaron de llorar de pura tristeza. Los ciruelos y ciruelillas intentaron resguardarse de la lluvia con gorros y paraguas, pero cuando volvieron del baile todos venían mojados como pan en la sopa.
Moraleja: Ciruelos, no dejéis que las cuerdas vocales languidezcan, hacedlas vibrar de alegría de camino al baile, con lindas, o no tanto, qué más da, cancioncillas.
¡Que bonito! Gracias ciruelilla L. Me he emocionado un poco, pero solo un poco.
ResponderEliminarGracias a ti ciruelilla M.J. Pronto recorreré contigo el camino de los ciruelos.
ResponderEliminarBesos, mil.