Hoy
se me hizo un pellizquito en el bolsillo nada más salir de casa y fui regando
el paseo de migas de pan. La barrita iba entera cuando dejé atrás el parterre
de juguetes de colores donde hormigueaban las flores. Pero ya se sabe que las
cosas tienen vida propia y deciden actuar cuando les da la gana. Y la gana le
dio a mi pan cuando vio a aquellos gorriones picotear la nada de un suelo
estéril de tan limpio por el baldeo de la amanecida. El forro del abrigo
cuchicheó con la corteza y llegaron a un acuerdo. Se abrió un agujero, ni muy
grande, ni muy chico, para que cayera el maná conforme yo iba caminando.
No
me importaba alimentar a los pájaros, que me seguían como perrillos falderos.
De hecho me gustan mucho. Pero el pan iba destinado al perro de mi vecina Puri.
Les cuento. Esta mujer ha sometido al pobre animal a una dieta severísima. Dice
que está gordo y por eso se retrasa todo el rato durante el paseo. Ella no se
da cuenta, o no quiere, de que ve más bien poco y lo que cree que es torpeza de
carnes, es en realidad años apilados sobre los lomos de Vitorino, que así se
llama el perro. Tiene más reuma que ella. Va renqueando, con una cojera tan
grande y desoladora que un día de estos le mando hacer una plataforma con
ruedas para llevarlo. Puri, tira que
tira. Y como también está bastante sorda no escucha las quejas del pobre. Lo
peor es que Vitorino anda hambriento todo el día y comienza a ser peligroso. El
otro día, sin ir más lejos, como ya está medio ciego también, debió de
confundir mi tobillo con un hueso de vaca o algo así y me tiró un bocado. Menos
mal que la dentadura tampoco la tiene muy bien. Aun así, me tuvieron que poner
la antitetánica por si acaso.
El
pan se acabó en un periquete, así que me desvié de mi camino habitual y pasé
por la panadería donde Berta parloteaba con los cruasanes y las pistolas. Me
costó que me vendiera una. Le tiene cariño a su pan y siempre me pone reparos.
Hoy me han salido regular. Mejor comes sin pan, María Antonia, me dice. Pero
ante mi insistencia, no le queda otra que despedirse de una barra con un
suspiro de amiga del alma.
Desde
lejos he visto un bulto sin correa ni perro. Puri estaba sentada en el banco de
todos los días con un clínex desmigado y dolorido encerrado en su puño derecho.
Se nos ha ido, ha dicho nada más verme parada frente a ella. ¿Quién?, le he
preguntado a lo tonto. Ni me ha contestado a la pregunta. Y lo peor, ha seguido
ella con la voz rota por un llanto incipiente, es cómo ha sido. ¡Qué horror!,
¿cómo se le pudo ocurrir? ¡Qué disparate! ¿Dónde se ha visto un perro comiendo
geranios? Se ha deshidratado con la diarrea. Ahí se ha callado. O sea, he
deducido yo, que Vitorino se pasó a vegetariano para no morirse de hambre y las
flores lo han matado. A duras penas he podido controlar la risa. Risa nerviosa,
sí, pero risa a fin de cuentas. ¡Qué barbaridad!, he pensado, mientras me
cubría la boca con la barra de pan. ¿Qué haces?, me ha preguntado Puri. Las
penas con pan son menos penas. He comenzado a cortar con la mano, un trozo para
Puri, otro para mí, un trozo para mí, otro para Puri. Y entre bocado y bocado
el consabido no somos nadie. Antes de despedirnos hemos quedado en ir al día
siguiente al refugio «Tu mejor amigo» a por otro perro, o quizás perra para
variar. Esta vez la cuidaremos entre las
dos. Ya tengo el nombre pensado: Dulce María. Siempre me gustó para la niña que
no tuve.
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