La víspera, los vecinos
de Roca Grande sacrificaban gallinas, patos y conejos y hacían una gran comida
al aire libre. A primeras horas del día siguiente, en la estación reinaba el
bullicio. Padres arrastrando niños pequeños y maletas, jóvenes y ancianos con
lo puesto subían al tren. Querían cambiar de vida. Prosperar. La máquina y los
vagones, de la época de los dinosaurios, bufaba y se quejaba con un rechinar de
bielas y latón que a todos les encantaba. Pasaba por Roca Mediana donde se
detenía por costumbre, aunque nadie bajaba. Seguía hasta Roca Chica. Allí
paraba para que algunos pudieran salir un rato a estirar las piernas y admirar
de nuevo la colección de fotografías amarillentas pegadas en un gran panel.
Algunos aún recordaban a Román Cerillas,
el fotógrafo oficial del recorrido. Una pena que nadie quisiera coger el
testigo. Iban dejando atrás pueblos y aldeas. Era noche cerrada cuando el tren llegaba
a Roca Grande. Bajaban en silencio, cansados de tanto viaje, cada uno a su
hogar. Las chimeneas escupían humo y el olor a coles hervidas llenaba las
calles.
Vaya por Dios, Lola Sanabria: Menudo espejo para verse una que me queda cerca y, supongo, muchísimos más, con maleta y aún matanzas previas, partir hacia una vida Novísima en el tren carbonero... con billete de ida y vuelta.
ResponderEliminarPérmiteme algo políticamente incorrecto: Eres la Leche!
Bueno, nos queda la... esperanza
Enhorabuena por estas letras tuyas, cuajadas de pensamiento.
Eso que dicen de salir de Málaga y meterse en Malagón. Así parece ser, todos queriendo escapar de la ratonera para volver al mismo estado o peor.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Gracias, querida Cora, por esa leche que me has regalado. Abrazos a mogollón.
ResponderEliminarLo has pillado, Juan. El tren, quiero decir. Besos, muchos.