10/6/17

EN EL CAMINO

Tomada de la red.


EN EL CAMINO

I

Dímelo otra vez. ¿Qué te cuesta? Pero él hace oídos sordos y sigue con la mirada perdida en el horizonte. Yo también miro para que en mi retina se queden las mismas imágenes que él ve. Y ahí están las aspas de los molinos girando con el viento, mientras se mueven sus sombras chatas, como agujas enloquecidas de un reloj, en la falda de la colina arropada de verde. El tiempo se escurre ligero hacia atrás. Salto a la comba. La cuerda levanta polvo y restalla bajo mis zapatos nuevos, y con cada salto, mi calcetín derecho de hilo blanco baja un poco más hasta acabar besando la hebilla dorada. Uno y dos; uno, dos y tres. Cuento. Vuelo. Y en ese instante de plenitud, alzo los brazos al cielo para tocar cualquier hilacha roja que se desprenda del atardecer en llamas, y mis manos se enredan en la cuerda. Caigo. La piel herida escuece. Soplo, ensalivo y lloro. Un gozo, una caída.  Como pañuelos anudados unos a otros, tiro del recuerdo de un crepúsculo de domingo. Sentada en la cama, arreglada para salir. Tacones, falda ajustada y jersey en pico. Se presentó, de improviso y sin motivo, la sinrazón de un vacío cargado de angustia.  Apenas unos minutos. ¡Pero qué intensos! La soledad y el dolor de vida. Trago amargo que pasó con una cucharada de azúcar moreno cuando escuché el silbido de mi primer novio, al otro lado de la ventana. Después van saliendo los pañuelos rojos, enredados de deseo; los azules, oscuros, casi negros, con su carga de fracturas y llantos; los verdes de nuevos amaneceres de esperanza. Adelante, siempre adelante. Y entonces, él.

II


Lo sabe. En la esfera de su reloj y el mío los segunderos marchan acompasados como un latido único.  ¿No es suficiente? Esas tierras  que bajan de la loma, cortadas como trozos de telas de formas caprichosas,  ¡son tan diferentes! La aridez del marrón sin fecundar es esa parcela de etapas duras como terrones que se desmoronan; la del amarillo oro viejo son los raspones de las múltiples caídas; pero ese trapecio verde e irregular donde ha brotado, fértil, la hierba fresca y espléndida con el brillo del cuidado y el riego diario, es promesa de una nueva vida. Y a mi lado, ella.



III

Él retira la mano del volante, le pasa el brazo por la espalda y acaricia con los dedos  la suavidad del hombro.

—¿Te casarías conmigo?

—Dímelo otra vez.

—¿Te casarías..?

—No es eso.

—Te quiero.

—Me caso.

—¿Cuándo?

—Cuando tú quieras.

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