19/8/16

CAMBIOS

Desde que te fuiste, no he vuelto a llamar para que revisen la línea. Y no ha sido porque todos los técnicos vinieran a regañadientes y me echaran en cara que les hiciera perder el tiempo. Tú sabes que el temor a la incomunicación era tan fuerte, aún lo es, que no me importaban los reproches, ni el ahora qué le pasa, dicho con acritud por la horda de hombres y mujeres con mono y destornilladores al cinto, que pasaban por mi, nuestra casa. Pero te has ido, abandonando un teléfono mudo, descargado. Tampoco has dejado dirección, ni fijo donde llamarte. Así que utilizo al correo con la esperanza de que no hayas borrado también la cuenta y te llegue mi promesa de que acabaré con mi obsesión.
     Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá por más que intentes evitarlo, me has repetido muchas veces después de aquello. Pero tienes que comprender que se me quedara el susto en el cuerpo y esa idea que rondaba mi cabeza, como carcoma en el armario, de que podría haberte perdido y de que una llamada lo habría evitado.
     Me gusta el mar. Mucho, lo sabes. Pero también le tengo un enorme respeto y bastante miedo. Una vez más te contaré la historia para que me comprendas, porque no me escuchabas cuando intentaba hacerlo con detalle. Salí a la terraza como cada mañana de un verano tan caluroso que hasta los pájaros, más que trinar, boqueaban. Sentada bajo la sombra del toldo, disfrutaba del primer café del día siguiendo con la mirada tu figura pequeña, en la distancia, en ese paseo que tanto te gustaba dar por la playa. Pensando en tus cosas. Sin mirar hacia atrás, a tus huellas diminutas. Ni adelante. Siempre hacia adentro, buceando en tus aguas. Por eso no lo viste. Pero yo sí. Un mar negro como petróleo. Acharolado bajo el sol. Ni azul ni verde. Negro, negrísimo. Y entonces te detuviste,  dejaste la bolsa con tus cosas en la arena,  y te giraste de cara al agua. Se va a meter, me dije. Y busqué el móvil para llamarte. Sin cobertura. Y mira que lo intenté moviéndome por el apartamento, sacando el brazo al vacío, como si pudiera atrapar la señal a manotazos. Nada. Me fui a por el fijo. Muerto. No sabes el desamparo, la impotencia que sentí. Me quedé de pie, mirándote, viendo cómo entrabas en la espesura de esas aguas. ¿Qué duró, unos minutos? Eso me has repetido tú muchas veces. Para mí fue la eternidad de un te he perdido, nunca volveré a verte. Y entonces sacaste la cabeza, y luego todo el cuerpo. Negro, negro, negro. Bajé a la playa corriendo. Allí estabas tú con un nuevo color de piel. Porque ni duchas, ni jabón, hicieron que recobrara el tostado de antes. A ti no te importaba el cambio. A mí tampoco. Después vino lo del pelo, rizado, rizado. Tampoco me importó. Pero esa jerga que sacaste de la nada, nunca la entendí. Tú querías enseñarme y yo era dura para aprender. Te seguí a los parques donde se reunían músicos africanos; a los garitos donde tocaban. Te regalé un tambor de esos que utilizan ellos. Y aguanté el continuo golpeteo de tus manos, de día y de noche. Nunca te lo reproché. Pero tú ya no aguantabas más la presencia de extraños cada vez que volvías a casa, mi obsesión, mis manías. Y te marchaste, dejándome una nota de despedida sujeta con una piña a la puerta de la nevera, porque no querías dramas. Eso pusiste.
    Vuelve. Te prometo que nunca más haré revisar la línea telefónica, que aguantaré la angustia que me produce la simple idea de no poder comunicarme contigo, con la gente que yo quiero. Te esperaré a la orilla de este mar que ha vuelto a recobrar el color de las algas. Y si tú quieres, me meto de cabeza y aguanto el terror. Lo que sea con tal de tenerte otra vez conmigo. Coge el teléfono y dime algo. Si pudiera llamarte... Ya, que vuelvo a las andadas. Ni una letra más. Me callo y espero. Pero ¡ay!, si yo pudiera...

4 comentarios:

  1. Me ha encantado tu forma de escribir.

    Un saludo

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    1. Muchas gracias por pasarte y dejar tu comentario.
      Par de abrazos.

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  2. Qué desesperación, qué infierno!

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  3. Las dependencias son malas, querida Cora. Pero se pueden superar.

    Abrazo esperanzado.

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