EXPIACIÓN
Desde jovencita. Levantaba la mirada de la costura y
observaba la caída de la tarde preñada de vencejos que parecían ir a
estrellarse contra el brocal del pozo. Luego remontaban. Disfrutaba con tanta
belleza. Entonces recordaba las palabras del cura, duras como mármol, contra
los pecados de la carne, y agachaba la cabeza, cogía la aguja y el hilo y se
daba una puntada o dos en la piel de un dedo de la mano. Ahora lleva los brazos
cosidos en negro, desde las muñecas a los hombros. Y no hay ser humano que
quiera toda su vida de penitencia.
EL DOMADOR DE ÁCAROS
Los guardaba en
un trapo de limpiar polvo, dentro de una caja de zapatos. Cada vez que
se abría un bote de jarabe, recogía las arandelas de plástico que se
separaban de los tapones, las colocaba frente al trapo y ordenaba a sus
invisibles amigos que saltaran por el aro. A mí aquello me parecía
excesivo pero mi madre lo tenía muy consentido y lo dejaba hacer. Cuando
comencé con estornudos, lagrimeo y congestión nasal, ella tuvo que
intervenir. Me dio algo de pena ver a mi hermano llorar mientras miraba
el trapo girando dentro del tambor de la lavadora.
ELEMENTO
El mar, bravo y salvaje,
allana y pequeñea la media luna de arena. El sol, cegado de nubes,
desdibuja el sombrajo del tragador de infancias. La oscuridad que
acecha, ávida desde media tarde, emerge en el horizonte, se desliza y
arropa la última infamia. El agua, lastrada de sal y polvo de conchas,
juega y tira de un rizo encaracolado de niña. Dale tiempo y trabará su
cuerpo con nudo de algas y redes perdidas de marinero. Poco a poco, como
si de verdad la quisiera, tirará de sus brazos, volteará sus piernas,
la arrastrará y se la llevará entera.
EXPULSIÓN DEL PARAÍSO
Me
acurruco en el rincón más oculto dentro de la gran casa. Meto la cabeza
entre las piernas dobladas y pongo la barrera del sonido con mis manos
en las orejas. Los ojos y labios cerrados y prietos, la pinza en la
nariz y los poros de la piel sellados. Y aun así, entra a borbotones el
cieno de la ignominia. Mientras aquellos que podrían rescatarlos, firman
el desahucio masivo. Mientras en la gran familia que somos, no todos
levantan la voz y luchan. Algunos ríen y besan, como si nada pasara; a
otros, como yo, nos puede la cobardía.
NIÑO SOLDADO
Todavía
algunas veces huele a sangre mi piel, a pesar del humo a cigarrillos y
del hedor de la gasolina; a pesar de la carne perfumada, del queso
fundido sobre la hamburguesa y de las patatas fritas haciéndose. Huele a
niño perverso en mi pesadilla. Siempre la misma, esa en la que levanto
la cabeza y les miro a los ojos mientras disparo a sus pies y espero a
que se pudran las heridas. Luego remato.
Amanece. Lleno la bañera y me hundo en la espuma. Froto con la esponja hasta desollarme y parece que se va. Pero siempre vuelve.
Amanece. Lleno la bañera y me hundo en la espuma. Froto con la esponja hasta desollarme y parece que se va. Pero siempre vuelve.
Este relato me ha dejado el sentimiento en carne viva
ResponderEliminarEnhorabuena por escribir como lo haces y que te sea reconocido una y otra vez.
Mi admiración y cariño.
Gracias, querida Cora. Te envío un poquito de ternura.
ResponderEliminarAbrazos a lo grande.