Me recibía sonriente, agitando su pelo de color remolacha.
Yo deslizaba bajo el cristal de la ventanilla el papel y ella metía su uña
naranja y arrastraba la instancia. Luego me decía le falta esto o lo otro,
¡como si yo no lo supiera, estudiante aventajado de derecho! Tuvimos nuestra
primera y última cita un sábado por la tarde. A ninguno nos gustó. Yo quise que
compartiera mi retahíla de leyes, ella que la escuchara sobre sus barras de
labios y cremas faciales. Se retiró pronto con una disculpa.
Seguí yendo
todos los días a verla. En cuanto abría, allí estaba yo con mis papeles. Me
recibía con esos morritos encantadores y el entrecejo fruncido. Comencé
a seguirla hasta su casa. Huyó al pueblo. Alquilé una casa y hasta allí la seguí.
Y aquí la
tengo, dentro de una caja con abertura y candado, en el sótano. Cuando yo consiga
ser juez, ensayaremos los juicios. Yo sentado en mi mesa. Ella detrás de su
ventanilla.
Si queréis escuchar el audio del programa clicad aquí
A partir del minuto 36:07
ResponderEliminarEscalofriante relato, Lola.
Un abrazo. Y que tengas un año propicio para lo que necesites.
Igual te deseo, Nenúfar.
ResponderEliminarAbrazos cálidos.
violencia de género pura y dura,que pone los pelos de punta. O mía o muerta de hecho o en vida. El pan nuestro de cada día.
ResponderEliminarComienzas contándonos un cuento y terminas llevándonos a los infiernos
Qué maestría para describir el horror en un suspiro.
Enhorabuena
Tendrá que llover mucho, querida Cora, para acabar con este horror.
ResponderEliminarUn abrazo con un rayo de sol.