Tomada de la red. |
TRANSFORMACIÓN
Ahora cimbreo mi talle a su paso. Su bufanda me roza. Pero
él no me ve. Pasa ligero, arrebujado en el abrigo que le regalé, con la cabeza
gacha, tal vez vencida por el viento, quizá por el peso de la tristeza.
Sabíamos del peligro. Ocurría cuando no podías esquivarlos porque no los veías.
Un último brote
de rebelión me llevó a salir de casa cuando aún no clareaba el día. Cruzaba el
parque ya sin farolas encendidas, en ese momento donde la luz del sol no se
decide a entrar a la vida y la oscuridad muestra sus dientes afilados. Estaba a
punto de conseguirlo cuando mis pies se levantaron del suelo y llegó el abrazo
enramado, el tránsito a tronco y raíz.
Me he
encontrado con los vecinos y su niña. Espero, paciente, un descuido de él para
traerlo conmigo mientras me entretengo atrapando a los que se atreven a
desafiar la ley de la frontera.
Fantástico, y nunca mejor dicho. Yo también me presenté, siendo mi ciudad. Pero nada. El año que viene.
ResponderEliminarUn abrazo, Lolaza.
Por cierto, pedazo jurado el que había!!!
ResponderEliminarYa sabes, Miguelángel, que con los relatos ocurre que unos llegan al jurado y otros no, aparte de que sea un buen jurado.
ResponderEliminarAbrazos acogedores.
Muy bueno, ¡enhorabuena!
ResponderEliminarFastuosa tu habilidad para crear atmósferas. Se masca el desasosiego, a ambos lados de esa frontera de luz.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Mil gracias, Rubén.
ResponderEliminarDesde ahora, Amando, no te acerques a un árbol cuando llegue la noche. Advertido quedas.
Abrazos a pares.
Excelente, coincido en lo que comentan por aquí de la inquietante atmósfera que envuelve no solo el relato, sino también al lector.
ResponderEliminarFelicidades y a seguir triunfando.
Terroríficamente agradecida quedo, Yolanda.
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