Tomada de la red.
Voy de la habitación de mi madre a la de mis niños y del
baño a la cocina. Día y noche. A veces me regalan el milagro de unos minutos de
silencio. Entonces echo el pestillo, bajo la tapa y me siento en el váter a
llorar. Ruedan las lágrimas, redondas y pesadas, por mi cara, bajan y se
despeñan en mis rodillas y corren por los cauces secos de las junturas de las
baldosas. La primera vez que lloré aquellas lágrimas que se movían bajo la
presión de un dedo pero no se deshacían, comenté la rareza con el médico y nos
visitó para quedarse embobado con aquellas bolitas parecidas al mercurio.
Vinieron a llevárselas para analizarlas: agua y sal, poco más. Y sin embargo,
densas como metal líquido. Experimentaron con los monos. Ninguno sobrevivió.
Muerte por tristeza extrema, determinó el forense. El ejército me ofreció
comprar mis lágrimas para no sé qué guerra, pero yo no quise. Así pues, cuando
un grito me reclama, me pongo de rodillas y busco bien por todos los rincones,
las recojo y las meto en un termo grande de acero inoxidable y enrosco bien la
tapa para que no lleguen nunca a las manos de mis hijos. Luego salgo dispuesta
a apagar otro incendio familiar.
Muy bueno. Mucho dolor y... que no llegue a manos de los pequeños, por favor.
ResponderEliminarJope, qué duro
Un beso
Es la vida de muchas mujeres: cuidar de los hijos y de los padres, sin descanso y sin ayuda. La ley de dependencia, si no fuera papel mojado en multitud de dramas, sería un alivio, Luisa.
ResponderEliminarAbrazos reconfortantes.
Bueno relato y original idea la de las lágrimas densas y rodantes como mini perlas.
ResponderEliminarUn saludo
Mil gracias, Carmen.
ResponderEliminarPar de abrazos.
Uf, pues sí, que no lleguen.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, Lola.
Besazo
Mil gracias, Ana.
ResponderEliminarPar de besos.
Es un gran homenaje, emotivo y tierno, para tod@s los que sufren en el más estricto de los silencios.
ResponderEliminarMe encantó tu forma tan imaginativa de contarlo, es genial.
Besos.
ResponderEliminarQué significativa y hermosa me parece la imagen de las lágrimas letales. Cuánto contenido encierran.
Penosa labor la de las cuidadoras (suelen ser mujeres). Y este relato tuyo, Lola, me gusta porque de manera original y bella valora la labor de estas mujeres, su capacidad de resistencia, de sacrificio… y de amor. Como dice Juan: "un gran homenaje".
Un abrazo.
Un subidón ese genial, Juan, que sé que es muy sincero.
ResponderEliminarMe encanta tu comentario, Nenúfar, por lo que capta del microrrelato.
Abrazos a pares.
Madre mía, ¡cuánto lo he disfrutado! Enorme el modo en que condensas tantas sensaciones y mágicas esas lágrimas, hay mucho mensaje en tu relato, mucha verdad.
ResponderEliminarMe encantó.
Muchísimas gracias, Yolanda.
ResponderEliminarUn abrazo inmenso.
Cuando esta mujer termina de contarme el peso de sus lágrimas, pienso en la carga agotadora que comparte en solitario y recuerdo aquello de "quién cuida al cuidador?"
ResponderEliminarTu metáfora la siento como un grito desgarrador contra la indiferencia.
Un brillante ejercicio literario que debería ser debatido en un parlamento regenerado.
Un abrazo.
Muchas gracias, querida Cora, pero me temo que en el parlamento no están para estas "bagatelas".
ResponderEliminarUn abrazo gigante.