Abarco con la mirada la plaza. Terrazas abiertas a la risa
y la conversación animada en torno a unas jarras de cerveza y unas patatas
fritas. Parejas cogidas de la mano. Pandillas de adolescentes que gritan el
orgullo insolente de su juventud. Ancianos que caminan despacio, parándose de
vez en cuando a descansar. Un hombre estatua se lleva el sombrero a lo Charlot
a la cabeza y da dos pasos hacia delante con sus zapatones, cuando un niño echa
una moneda en el pañuelo extendido en el suelo. La vida sigue. Y yo expulsada
del paraíso. Yo sin mi niña.
Qué dolor gordo se cuela en tu micro. Y qué cierto. Cuantas realidades juntas, sin revolverse, y qué distintas.
ResponderEliminarFelis Año
Gordo y real, Luisa. No creo que exista dolor más grande que el que provoca la pérdida de un hijo. Quería despedir el año con este pequeño homenaje a quien perdió tanto hace tan poco.
ResponderEliminar¡Feliz año!
Tras la primera, y dolorosa, lectura, me cerca una reflexión sobre los posibles paraísos: los ficticios, los íntimos, los impostados, los perdidos, los que todo lo ofrecen y los que nada albergan...
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Estoy de acuerdo contigo, Amando, hay muchos posibles paraísos. Y algunos los podemos elegir.
ResponderEliminarAbrazos de bienvenida al año.
ResponderEliminarLa última frase es como un mazazo. Un recorrido amable por la plaza y… de pronto te caes en un agujero profundo.
Desgarradora esa pérdida, Lola, mucho. Y sentirse fuera del paraíso (por la razón que sea) me parece desolador.
Abrazos.
Sí, Nenúfar, esa pérdida es desgarradora. Duro seguir viviendo así.
ResponderEliminarAbrazos renovados.
Leo tu homenaje a quien, dices, tanto perdió, y me viene al sentimiento Miguel Hernández:
ResponderEliminar"... tanto dolor se agolpa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento"
Un cálido abrazo
Querida Cora, un dolor así debe de doler hasta cortarte la respiración.
ResponderEliminarAbrazos de año nuevo.