Tomada de la red |
La huelo. Un hombre dice: Ven conmigo, e intenta separarla de mí. Amortiguado por un sollozo, escucho un crujido de madera. Requieren mi atención los golpes secos y la voz áspera ordenando: ¡Quieto, quieto!, que llegan del exterior. De otra habitación escapa el llanto de un bebé. Y de repente la memoria vuelve con un chisporroteo eléctrico. Es mi nieta quien llora en su cuna. Mi hija me abraza y su pelo, con aroma a lavanda, cosquillea mi nariz. Huelo cerca el tabaco de picadura de mi marido. Hacia la puerta, es mi hermana la que gimotea. Y quien ahora le dice: Vamos, vamos, tienes que ser fuerte, mientras mi sillón se resiente bajo su peso, es Virginia que ya ocupa mi lugar. A través de la ventana escucho los cascos de Rayo y el intento de calmarlo de Alberto, mi querido mozo de cuadra. Una bola grande y brillante estalla: risas, besos y cuerpos enlazados sobre el heno. Y poco a poco la luz escapa por un inmenso agujero negro.
Esos últimos instantes que lo son todo y que podrían venir antes...
ResponderEliminarAbrazos lúcidos.
Parece que sale de viaje, espero que lleve el cepillo de dientes...
ResponderEliminarPoderoso texto, poderoso y subyugante. Abrazos, siempre
Va registrando la vida, une olores y sonidos con personas que han sido alguien en su vida, los cuales llevan miles de recuerdos a sus espaldas (casi se intuyen, aunque no se ven).
ResponderEliminarAsí sí. Me apunto.
Un beso gordo que no una despedida
Huele a despedida Lola y, aunque así es, no sé pero me pone algo triste...
ResponderEliminarUn saludo indio
Mitakuye oyasin
Lucidez a tope la tuya, Xesc.
ResponderEliminarLa vida, un viaje de tránsito a la muerte, Amando.
El peso de los que te rodean, Luisa.
A mí también, David, por eso, porque huele a despedida.
Abrazos a repartir.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHay despedidas alegres, pese a lo que digan.
ResponderEliminarPero no es ésta no. Ésta es amarga.
Muy bueno, Lola.
Un abrazo.
Mil gracias, Carlos. Sí, a mí también me lo parece así.
ResponderEliminarAbrazos a mogollón.
Lucidez en los últimos instantes. Es muy visual Lola, tanto que estremece. ¡Que bien sabes arrastarnos por tus letras! Enhorabuena.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Lo has pillado, Casa. Me alegro un montón.
ResponderEliminarAbrazos calentitos.
Me pones los pelos de punta con tu relato por que me haces pensar. No es tanto por la lucidez de tu personaje en el momento de dar el salto, si no por la que me falta a diario para sentir la dicha de que aún estoy vivo.
ResponderEliminarBesos mil.
Hola, he iniciado un blog donde escribo relatos breves. He encontrado tu blog en la lista de blogs de la escritora Elena Casero, en cuya lista aparece también mi blog. Me gustaria añadirte como blog que sigo. Qué te parece si te das una vuelta por mi blog y decides si me sigues tú a mí también?
ResponderEliminarMi blog es: http://pepitas-de-oro.blogspot.com.es
La sesera de cada una, Sanabria, es como es y no hay más vueltas que darle...
ResponderEliminarA la mía le ha costado volver desde la primera visita que te hizo a este Instante porque me dejó desolada, incierta, angustiada...
No todos los días son iguales. No.
Ese salto incierto, esa ¿lucidez? que no es la mía... esa angustia, Lola.
Me ha revuelto los recuerdos, las supersticiones aprendidas, la historia sagrada, humana, el dolor...
Ya ves. No doy para más.
Espero que el próximo se corresponda con uno de esos instantes locos y gamberros con los que tanto nos hemos reído. Como un sana sanita culo de rana....
Besos
Duro ese salto, y duro vivir si te estás plantando a menudo al borde del precipicio, Juan.
ResponderEliminarBienvenido, Rubén, me pasaré por tu blog.
Cora, querida, a mí también me provoca desazón, como poco, este relato. Toca uno gamberro, sí.
Abrazos a pares.
Hay que ser lúcido en todo momento vital.
ResponderEliminarCómo vivimos, cómo morimos.
Ella no fue un cadaver andante (como dice Juan) que eso sí que debería angustiarnos y preocuparnos.
Muás
Buena manera de ver la vida, Ro.
ResponderEliminarDos o tres abrazos muy vivitos.