Fotografía tomada de la red. |
La compañera de habitación de mi madre tenía un novio que conoció en un viaje a Fuengirola que hizo con el INSERSO. Llegaba a primera hora de la mañana, se sentaba a su lado, le cogía una mano y le daba ánimos. A la hora de la comida, insistía para que tomara un poquito más de sopa, luego le daba una cucharadita de Primperán y echaba un sueñecito junto a ella sin soltarle la mano. Cuando venían las hijas, lo trataban como a un intruso “A tu edad, mamá, haciendo manitas”, la regañaban en cuanto él se marchaba. La madre se defendía diciendo que él le daba compañía y cuidados. “Pero qué te va a cuidar ése, si está para que lo cuiden. Y nosotras desde luego, no cargamos con él, que no es nuestro padre”, seguían ellas regañándola. Poco a poco, la fueron convenciendo del error de aquella relación y ella comenzó a retirarle la mano y a ignorarlo en presencia de las hijas. El día antes de que le dieran el alta a mi madre, escuché a las hijas hablando con el médico en el pasillo. Querían saber cuánto tiempo iba a pasar su madre en el hospital. Tenían sus planes de vacaciones hechos y una residencia para ella.
Terrible Lola y lo egoístas que somos con los mayores. Me ha gustado mucho tu micro, es tan real y doloroso!! Eres genial con las letras.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Ya se sabe, los mayores y los galenos, siempre conspirando para jorobar los merecidos instantes de felicidad de los pobres herederos. Por cierto, prohibiendo, prohibiendo, pronto serán ricos herederos.
ResponderEliminar2014 abrazos, o menos
Estaba claro, clarito. Maldita sea.
ResponderEliminarY que amor más lindo el del viejito, que tierno y dulce.
Lo lamento por él, lo lamento por ella; en cuanto a las hijas... no puede decir tacos, aún estamos en enero.
A mí me pone de mal café, Casa, que los hijos se crean con derecho a decidir sobre los padres.
ResponderEliminarClaro, Amando, es lo que quieren, quedarse con todo y someter a los padres.
Pues yo ya empecé con los tacos, Luisa.¡Para un desahogo que una tiene...!
Abrazos renovados.
Jo, pues qué lástima. Y lo malo, Lola, es que esto pasa demasiado. Que estás contando la pura realidad.
ResponderEliminarUn besazo
Pasa continuamente, Anita. ¿Qué tendrán que decir los hijos sobre este asunto? Nada.
ResponderEliminarPar de abrazos.
No es país para jóvenes y mucho menos para viejos. Aquí sigue imperando lo del muerto al hoyo y el vivo al bollo.
ResponderEliminarBonito y sencillo reflejo de la realidad el que nos has traído.
Besos
Habrá que pelear para que no sea así, Juan.
ResponderEliminarAbrazos renovados.
Puro Lola.
ResponderEliminarUn beso.
Real, muy real. Nos escandalizamos de amor entre personas mayores, como si eso nos ofendiera. Como si ya sólo tuvieran derecho a vegetar...
ResponderEliminarBesos desde el aire
Gracias, Carlos.
ResponderEliminarYo no me escandalizo, Rosa, estoy en edad de merecer.
Abrazos a pares.
Me gustó mucho Lola.
ResponderEliminarAunque nos debamos preguntar si no son comportamientos aprendidos. La ley del péndulo. Me da que pensar.
Abrazos.
Miguel, yo también opino que son comportamientos aprendidos, por eso es tan importante la educación que les demos a nuestros hijos.
ResponderEliminarAbrazos de bienvenida.
Realidad espeluznante si las hay...
ResponderEliminarHabremos sido siempre así los seres humanos o desmejoramos con los siglos?
Beso esperanzado, Lola, siempre se puede mejorar
Sí, nosotros podemos, Patricia. Me refiero a cambiar estas cosas.
ResponderEliminarAbrazos mañaneros.
Hay tantas historias parecidas que te llegan por diferentes sitios. Y me sorprende cómo con esos testimonios que conozco me llega tanto tu historia. Haces Literatura, ese es el secreto, Lola.
ResponderEliminarMil gracias, Miguel Ángel, y mil besos.
ResponderEliminarMe haces ver a una mujer especialmente vulnerable por la enfermedad; asume su derrota, su dependencia, lo que quieran hacer con ella, desde el momento que va retirándole la mano a ese hombre que la acompaña con ternura y al que imagino también víctima del efecto colateral.
ResponderEliminarMe haces pensar, querida Lola, si esto se daría, o ella lo permitiría, si se tratara de una mujer "con habitación propia" más bien mental y con una economía permisiva por lo alto, para luchar en un momento tan difícil.
Efectivamente, los hijos, salvo sentirse dichosos si ven a la madre o al padre felices en esta segunda oportunidad a sus años, no tienen más vela que iluminar que la del respeto ¿o acaso es la del amor?.
Algunos los hay que son así. Aunque con esta moralina cutre que nos impregna, o no ser capaces de sentir el latir de los otros, son las excepciones.
Tenía ganas de pasear sosegada por descansillos, recovecos y escaleras de esta casa tuya: Para encontrarme con lo nuevo y hojear lo que no lo es ya.
Es un lugar de acogida perfecto para la sensibilidad de tus lectores.
Espléndido análisis el que has hecho, querida Cora. Grano a grano, como el fruto del árbol, has ido desmigando la esencia del relato.
ResponderEliminarAbrazos y besos,los que quieras.
La mano que se coge, la palabra que alienta, la presencia silenciosa… qué importantes pueden ser estos gestos y cuánto afecto pueden encerrar. A esta mujer mayor y enferma sus hijas le vedan ese cariño que ellas reducen a “hacer manitas” y que recriminan por incconveniente (para ellas). Esto es triste. Como lo es que, estando en pleno uso de sus facultades mentales, la traten como a una niña a la que hay que regañar, convencer y por quién hay que decidir.
ResponderEliminarUn abrazo, Lola.
Efectivamente, Nenúfar, dan por hecho que una persona mayor no tiene que decidir.
ResponderEliminarAbrazos a pares.