Las tres de la madrugada. Salgo con los zapatos en la mano, para no alertar al perro que dejaron de vigilancia. En el vestíbulo tropiezo con la maleta y las cajas. Unos segundos de espera, mordiendo el labio, para que se pase el dolor del meñique, siempre el meñique. Abro y cierro la puerta conteniendo la respiración. Me calzo. Bajo. Ni lobos en las aceras. Camino hasta el final de la primera calle. La corto con la radial, de lado a lado, a lo ancho, la voy enrollando como una alfombra, desandando el camino. Luego otra. Y después la siguiente. Así hasta no dejar ninguna de acceso a mi portal. Fuera de casa, el vacío. Sonrío satisfecho. Vuelvo a la cama. Duermo. Me despiertan los golpes. De un salto, me planto frente a la ventana. Han vuelto a poner las calles. Ya vienen. En las tiras blancas del paso de cebra, cuerpos estrellados como mosquitos. Aún no han tendido las redes. Rompo el cristal y salto. A medio camino me topo con el del quinto. Vamos cayendo, los desesperados.
21/3/13
DESAHUCIADOS
Las tres de la madrugada. Salgo con los zapatos en la mano, para no alertar al perro que dejaron de vigilancia. En el vestíbulo tropiezo con la maleta y las cajas. Unos segundos de espera, mordiendo el labio, para que se pase el dolor del meñique, siempre el meñique. Abro y cierro la puerta conteniendo la respiración. Me calzo. Bajo. Ni lobos en las aceras. Camino hasta el final de la primera calle. La corto con la radial, de lado a lado, a lo ancho, la voy enrollando como una alfombra, desandando el camino. Luego otra. Y después la siguiente. Así hasta no dejar ninguna de acceso a mi portal. Fuera de casa, el vacío. Sonrío satisfecho. Vuelvo a la cama. Duermo. Me despiertan los golpes. De un salto, me planto frente a la ventana. Han vuelto a poner las calles. Ya vienen. En las tiras blancas del paso de cebra, cuerpos estrellados como mosquitos. Aún no han tendido las redes. Rompo el cristal y salto. A medio camino me topo con el del quinto. Vamos cayendo, los desesperados.
Es impresionante la cantidad de imágenes (de España) que has metido. No los detiene nadie, vienen a por todo. Qué bien escribes Lola, cuídalo hasta que te lo prohíban.
ResponderEliminarCuando le vi enrrollando las calles... pensé que se podía salvar. Qué inocente soy. O tú que lista.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho
Lola, que ejercicio literario el de este microrrelato, impresionante. Ese desmantelar las calles para salvarnos de un desahucio es magnifico, aunque bien es sabido, que los bancos nunca lo permitirían.
ResponderEliminarMe gusto mucho.
Abrazos "indignados".
El día que prohiban escribir se armará la gorda, Ximens. O no. Quizá estemos dispuestos a aguantar lo que nos echen.
ResponderEliminarLa única escapatoria es caerles encima. Y no personas, Luisa.
Los bancos son capaces de cualquier cosa, Nicolás.
Mil besos agradecidos.
¡que desesperación Lola, no hay manera de pararlos! La imagen de los cuerpos estrellados como mosquitos en el paso de cebra me impactó. Y la unión de dos despesperados tirándose por la ventana no consuela en absoluto. Grande y terrble tu relato, sin esperanza.
ResponderEliminarQué bueno, Lola. Esa desesperación por parar la desesperación que acaba llegando. Qué buena, Lola.
ResponderEliminarUn abrazo desalambrado.
Un reflejo nítido de la situación con unos planos cortos, contundentes.
ResponderEliminarGrande,Lola.
Seguiremos intentando enrollar las calles.
No sé como se puede contar mejor el drama que viven a diario miles de familias estafadas.
ResponderEliminarTengo que expresarte mi admiración por este alarde de imaginación y por hacerlo en estos momentos donde cada día parecemos más indiferentes ante el alud de dramas sociales que padecemos.
Besos.
Puri, es que la casta canalla nos considera mosquitos.
ResponderEliminarUn bucle del que no se sale, Miguel Ángel.
En ello estamos, Elena.
Tu admiración, Juan, vale un Potosí, porque siempre parte de la sinceridad.
Abrazos a repartir.
Sabiendo que hoy era la primera jornada de micros indignados, hasta aquí quería llegar, Lola, con la certeza de que hincarías los dientes en carne.
ResponderEliminar¡Que micro! Me gusta porque prevaliéndose de la fantasía (formidable imagen la de la radial cortando las calles) plasma todas los escenarios posibles en este drama que no cesa.
Repito lo dicho por Ximens. ¡Qué bien escribes!
Un abrazo,
Muchas gracias, Pedro. ¡Ojalá fueran estos canallas los que fueran cayendo.
ResponderEliminarAbrazos, muchos.
De lo mejorcito que he leído hoy, aunque me suele pasar cuando vengo por aquí. Ritmo, historia, originalidad, tensión, crítica, imágenes potentes.... Bravo.
ResponderEliminarUn saludo indio
Mitakuye oyasin
Qué bien describes esa lucha desesperada.
ResponderEliminarUn saludo
¡Ojalá fueran esos canallas los que fueran cayendo, Lola, ojalá! Pero no como en tu micro, los que caen son/somos todos, tan desesperados nos están dejando.
ResponderEliminar¡Brutal tu indignación, Lola!
Besitos
Una radiografía certera y precisa de la desolación. Brillante, Lola. Abrazos, besos.
ResponderEliminarGeneroso comentario, David.
ResponderEliminarGracias, Mei.
A eso estamos llegando, Elysa, a una indignación brutal.
Pequeño gran análisis, Agus.
Abrazos muy indignados.
Perplejo me deja una realidad, Lola, en la que los gobernantes rescatan bancos y no a personas aplastadas como esos mosquitos del paso se cebra.Desgraciadamente cada pais tiene los políticos que merece. Nosotros hemos encumbrado a los « pata negra» de los canallas y mangantes. Gracias por poner letra y sentimiento a esta injusticia que hasta fuera de nuestras fronteras ruboriza. Un abrazo Lola, desde la membrillera donde vi una piedra con patas y resultó ser el primer galápago de mi corta vida .Y otro solidario muy grande para quién tanto sufre.
ResponderEliminarBuf! desalentadora la fotografía de los mosquitos estrellados en los pasos de cebra.
ResponderEliminarEs como un flash-back de situaciones que parecen irreversibles.
Me voy más enfadada de lo que venía... pero muchos besos por tu pluma de artista. Muchos.
Tienes toda la razón, Salvador.
ResponderEliminar¿Un galápago en La Membrillera? Yo nunca vi allí uno. ¡Qué suertudo!
Es tanta la saturación de atropellos, Laura, que a veces dan ganas de montarla bien gorda.
Doble de abrazos.
Algunas veces queremos tirar la toalla al ver que por muchas calles que cortemos, por mucho que gritemos están sordos y encima nos azuzan a sus perros. Pero seguimos. Seguimos en la lucha, no podemos callar ante tanta injusticia. No callemos, nosotros somos más...
ResponderEliminarBesos indignados desde el aire
Estoy contigo, Rosa.
ResponderEliminarAbrazos, muchos y muy indignados.
Brutal el bombardeo de imágenes pero, sobre todo, esa conciencia del instante en que vive instalado el narrador, y que topa con otras vidas y otros actos sin lógica alguna.
ResponderEliminarEscalofriante.
Besos
Dura conciencia, Susana, como duras son las acciones de algunas personas ¿humanas?
ResponderEliminarTriple de abrazos.
No voy a olvidar el radial cortando fácilmente. Te sales, Lola. Además la velocidad que le pones...Qué envidia das, puñeta!
ResponderEliminarBesos,
Ana
Gracias, mil, Ana.
ResponderEliminarAbrazos muy calentitos.
Sencillamente genial.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarDos palabras que me dan un subidón de ánimo, querida Eva.
ResponderEliminarBesos y abrazos a puñados.