La mañana de su último día, Ángel dormitaba en su silla de ruedas. De vez en cuando, suspiraba. De vez en cuando, un largo hilo de baba pendía de su boca torcida. De vez en cuando abría los ojos, tosía, levantaba una mano para captar mi atención.
- ¿Qué quieres Ángel?
Me agarraba la muñeca y tocaba mi reloj. "Las doce", le decía. Y unas lágrimas sin llanto caían sobre su pijama.
- ¿Qué te pasa?, ¿te duele?
Y él negaba con la cabeza señalando el televisor. A las ocho de la tarde daban un partido. Jugaba su equipo. Pero aún era de mañana y había un programa de manualidades. Presté atención. "Para mis chicos", pensé. Mientras, Ángel volvió a cerrar los ojos.
- ¿Qué quieres Ángel?
Me agarraba la muñeca y tocaba mi reloj. "Las doce", le decía. Y unas lágrimas sin llanto caían sobre su pijama.
- ¿Qué te pasa?, ¿te duele?
Y él negaba con la cabeza señalando el televisor. A las ocho de la tarde daban un partido. Jugaba su equipo. Pero aún era de mañana y había un programa de manualidades. Presté atención. "Para mis chicos", pensé. Mientras, Ángel volvió a cerrar los ojos.
Cuando me fui a las tres, llevaba en mi cabeza unas cuantas ideas para mi próximo trabajo. Atrás quedó Ángel, atrás su último esfuerzo por conseguir unas horas más de vida.
Fuerte, unas horas más para alcanzar a ver el partido.
ResponderEliminarNos vamos cuando nos vamos, no hay espera.
Besos.-
Y después de leer algo así, ¿qué se puede decir? ¿Me gusta? ¿Qué bonito?
ResponderEliminarPues no, yo no puedo, de modo que voy a cerrar el pico, no sin antes darte un achuchón y un par de buenos besos.
Esas dos líneas temporales tan claras, la que se extingue y la que sigue con fuerza y aun la gana a lo largo del texto, causan un impacto profundo, el de la discordancia. Me ha gustado mucho la aparente sencillez de este texto, listo para llegar con fuerza.
ResponderEliminarAbrazos
Inquieta ese desvelo final de la conciencia antes de irse. Y más, cuando todo sigue a nuestro alrededor, con esa cotidianidad tan aséptica
ResponderEliminarEspléndido, Lola.
Abrazos.
Brutal, Lola. Tus escritos empatizan totalmente con el lector. Como siempre un gusto recrearme en cada detalle y en cada descripción de las tuyas. Abrazos con alas.
ResponderEliminarHas dado en la diana, Susana. Porque impacta cómo el tiempo y la vida, tienen un peso diferente para cada uno, según sus circunstancias personales.
ResponderEliminarY llegará, de una u otra manera, Agus.
Eso pretendía, Maite, que empatizaran con el lector. Me alegro de haberlo conseguido contigo.
Triple de besos.
Quizá sólo la prolongación de unas horas, Walter.
ResponderEliminarSí, a veces, Luisa, sobran las palabras.
Doble de besos.
Me ha dolido.
ResponderEliminarO sea, gracias.
Un beso.
En mi lectura inicial encuentro algo en el personaje narrador que me lleva a creer que le ha ayudado a marcharse, algo en las lágrimas de Ángel que me sugiere que deseaba postergar el momento. En definitiva, un relato en el que la compasión y la crueldad se me amalgaman y me confunden.
ResponderEliminarUn micro formidable, de los que me quedo rumiando durante días.
Abrazos,
Así no sé a donde vamos a llegar. Todos interrumpiendo, hasta la muerte no tiene el menor respeto por las personas y cercena la vida en medio de los asuntos pendientes o antes de saber el resultado de tu equipo de toda la vida. Así no hay quien planifique nada, es un asco.
ResponderEliminarEstupenda manera la tuya para reflejar lo cotidiano.
Besos.
Cada lector, una lectura, Pedro.
ResponderEliminarDe nada, Carlos.
Gracias, Juan. Sí, lo cotidiano, que es lo que hace más daño.
Triple de abrazos.
No se llamaba Ángel y no esperaba un partido, sino una telenovela: una historia que cada día lo levantaba de la silla de ruedas y le hacía caminar otra vez por la vida con cuerpo entero y sin sonrisa torcida.
ResponderEliminarAy, Lola, esos fragmentos de vida y muerte que diseccionas tan bien...
Un abrazo fuerte, y como siempre un placer leerte.
¡Si pudiéramos moldear la vida y la muerte a nuestra manera...!
ResponderEliminarAbrazos placenteros.
Solo cada uno de nosotros puede vivir y sentir la tragicomedia de su propia vida. Comprenderlo es vivir mejor.
ResponderEliminarMuacks
El tiempo siempre es relativo y cuando sabes que se acaba supongo que más. Me gustó mucho
ResponderEliminarSaludillos
Te ha salido una verdad como un castillo, Alberto, deberías dedicarte de lleno a la filosofía.
ResponderEliminarSí, ranita, vivimos como si fuéramos inmortales, hasta que nos cae la espada sobre la cabeza.
Doble de abrazos.
Vida y muerte unidas por un deseo y la negación del mismo: Gana la muerte.
ResponderEliminarDe una naturalidad desoladora.
Así, es querida Cora, la realidad viene siempre a apearnos de ese espejismo que nos hace creernos eternos.
ResponderEliminarAbrazos muy calentitos.