Fotografía tomada de la red
Cuando sale del colegio, se sienta en el banco que hay frente al escaparate y, entre bocado de dónut y sorbo de batido de chocolate, le cuenta la última pelea con los compañeros, el borrón en el cuaderno y la regañina de la señorita Elvira. Ella luce cada día un vestido diferente y siempre la misma sonrisa.
Anochece cuando carga con la mochila a la espalda y vuelve a casa. Dentro, la maniquí deja un plato de sopa y un vaso de leche sobre la mesa.
Anochece cuando carga con la mochila a la espalda y vuelve a casa. Dentro, la maniquí deja un plato de sopa y un vaso de leche sobre la mesa.
Ay, qué relato tan triste te ha salido, tan de soledad, de formas de atajarla, tan de domingo. Me gustó. Un abrazo.
ResponderEliminarMe pierdo desde "Dentro...", pero volveré.
ResponderEliminarAsí es, Araceli. La soledad de la generación de la llave al cuello.
ResponderEliminarDentro de la casa... Venga, va, quítate el mono de la pintura, Miguel Ángel.
Abrazos de domingo prenevada.
Has condensado tan bien esa soledad demoledora de la infancia 2.0. La imagen del niño que le habla al maniquí, el cierre. Bueno que lo leí cuatro veces y sólo me sale clap clap clap clap, Lola!!!!
ResponderEliminarHe de confesar que a mí me ha pasado como a Miguelángel. Al llegar a la última frase, no logré darle encontrarle el sentido, aunque entendí que era dentro de la casa.
ResponderEliminarEs posible que la tarde de domingo con granizo no me ayude a estar lo suficientemente lúcido.
En cualquier caso, el micro -hasta la frase del despiste- me parece muy bueno, cargado de la tristeza más dura, la infantil.
Un abrazo,
Conocí hace muchos años, en el trabajo, a algunas compañeras que cuando sus hijos rondaban los diez años, más o menos, me comentaban con cierta amargura que se habían hecho mayores (los hijos) sin apenas disfrutarlos. Entonces se podía, no como ahora, vivir con un sueldo. Despuntaba lo que hoy en día se ha convertido en habitual, niños que se educan fuera de la conciliación familiar. Niños que estén siempre ocupados para que no molesten a sus padres.
ResponderEliminarMe gustó tu forma de plantear esta lacra social.
Besos.
Muy bien reflejada esa realidad de hoy. Los niños se crían solos o con maniquíes, a veces los escuchan más que sus propios padres. Están institucionalizados desde los 6 meses en guarderías. ¿Nos sorprendemos de la falta de valores de las nuevas generaciones?. Yo tengo la suerte de que mis hijas se hayan criado con su padre y conmigo, hemos podido compaginar trabajo y familia. Yo estoy con ellas desde las 3,no las llevo a ninguna actividad extraescolar. Me agotan, me machacan, me agobian, pero están conmigo y creo que el futuro les sirva para tener algo de inteligencia emocional y valores de afectividad. Ahora, yo estoy muerta del todo. ¡Qué tiempos nos ha tocado vivir! Un beso Lola, qué bien lo cuentas todo y qué bien remueves conciencias.
ResponderEliminarLa escena es brutal. El niño solo hablando a la maniquí hasta que anochece...Me preguntó que le espera al llegar a casa. Y ella, encerrada en el escaparate. Genial.
ResponderEliminarAbrazos.
Qué duro, Lola.
ResponderEliminarHay tantos caminos a por los que una madre podría llegar a maniquí, y tantas formas puede encontrar un hijo de hacer soportable ese dolor...
Un micro admirable.
Aplausos!!!
Si demoledora es la soledad de un adulto, desoladora es la de un niño, Sandra.
ResponderEliminarBueno, Pedro, no siempre el que escribe consigue transmitir lo que quiere al que lee. Pero si te quedaste con lo principal del relato, para mí ya es suficiente.
Una pena llegar a eso, Juan. Y si antes ocurría, en adelante, más. Me temo.
Los niños exasperan, desesperan, te dan ganas, a veces, de llorar a moco tendido y maldecir tu suerte, pero son esos locos bajitos a los que quieres darle tu educación, buena o mala, pero la tuya, que no ocurra como con aquel niño que llevaron sus padres al pediatra porque no sabía hablar, sólo una jerga indescifrable, y el médico les dijo que en realidad hablaba, pero la lengua materna de la filipina que lo cuida-criaba. Mar, trifulcas de las gordas tuve yo cuando me negaba en las APAS a que a niños de tres años se les ampliara hasta las seis de la tarde la permanencia en el cole con extraescolares, desde las siete de la mañana.
Pues le espera en casa, Agus, una persona, más maniquí que la del escaparate, poniéndole un plato de sopa. O sea, alimentándole el cuerpo, que no el alma.
Sigue, sigue, Antonio, disfrutando lo que quieras.
Una mujer puede trabajar duro, muy duro, en otros países, pero carga con su hijo a la espalda, Patricia. Eso es admirable aunque no deseable. Lo justo sería que se pueda compaginar la vida laboral con la familiar.
Puñado de besos para todos.
Creo que la frialdad del escaparate nos deja fuera a todos. Qué sensación de exclusión tan potente, Lola. Excluidos de calidez materna.
ResponderEliminarAbrazos admirados.
El cristal, y más en invierno, de un escaparate es siempre frío, Susana.
ResponderEliminarPuñado de besos.
Que tristes y que solos están...
ResponderEliminarBesos desde el aire
Algunos, Rosa, afortunadamente la mayoría tiene quien los escuchen.
ResponderEliminarAbrazos, muchos.
Te recomiendo Lola, el documental Babies. Dura un ahora y poco, se puede descargar de la red y el diector narra con imágenes sin meter baza ni una sola vez la vida de diferentes bebés en diferentes lugares del planeta, y se aprende mucho...
ResponderEliminarA mí también me sale mucho el tema familia alienada, es que al final lo importante no se da, y lo que se da no es tan importante...
Abrazos
Lola, cuanto soledad desprende este micro, tanto del niño como de la madre maniquí. Sorprende ese final.
ResponderEliminarMe gustó, abrazos acompañados.
Qué lastima de niño, Lola,
ResponderEliminarsólo espero que los míos nunca piensen eso de mí (que los nuestros nunca lo piensen de nosotros). Pero soy la primera que si no tengo tiempo los aparco frente a la tele.
Como toque esperanzador, el niño aún tiene fe en que hablar sirva de algo... Ayss, pobrete.
Un beso
Pues mira que yo he visto a esa pobre madre que tiene que criar sola a una hija y para ello tiene que pasar horas inmutable en el escaparate, haciendo de maniquí, mientras escucha a su hija y no le es posible consolarla, o abrazarla, o darle consejos, porque moverse sería perder su empleo, ese con el que por la noche consigue poner un plato de sopa y un vaso de leche sobre la mesa.
ResponderEliminarSi dura un ahora y poco, me lo bebo ya, Ro.
ResponderEliminarEsto de las familias da para mucho.
Has visto algo en lo que nadie había reparado, Nicolás: en la soledad de la madre. Buen ojo.
Alguien dijo una vez que los padres somos un mal necesario, Rocío. En fin que aspiramos a que no nos saquen muchos fallos. O al menos no monstruosos.
Eres la pera limonera, Maite. Has hecho un microrrelato magnífico, mucho mejor que el que te ha inspirado. Me encantaría verlo en tu blog. En serio.
Puñado de besos a repartir.
Lo malo de la sociedad actual, también, es que ha llegado a odiar a los niños simplemente porque les molestan. El sábado una clienta de un restaurante quiso echarnos a y mi hijo y a mí porque el niño (de dos años) se puso a llorar. Empezó a insultarnos y a llamarnos maledudados. Me puso histérico y casi me la como, pero ella estaba convencida de que el niño le estaba jodiendo la comida y tenía que dejarlo fuera atado, como si fuera un perro. Hay mucho nazi suelto, seguro que crían a sus hijos con maniquíes para que no les molesten. Besos.
ResponderEliminarLola, qué placer haberte oído en Wonderland. Enhorabuena. Un beso.
ResponderEliminarGracias, guapa.
ResponderEliminarTres besos para ti.