Hace tiempo, en los años de sequía, cortaban el agua durante horas. La daban a mediodía y los vecinos esperaban con los grifos abiertos para llenar bidones, cubos, cántaros y botijos. Se oía un fluir continuo del líquido por todo el edificio hasta que, por encima del ruido del chorro cayendo, se escuchaba una voz aterradora, triturando la orden entre los dientes, cayendo por el hueco de la escalera. - ¡Dejen subir el agua! Detrás de cualquier puerta de los pisos más bajos, se oía a modo de contestación: - Sí, sí, en eso estaba yo pensando, con el chorrito tan bueno que sale ahora.
ANIMALES DE COMPAÑÍA
En la casa del tío Miguel, además de su mujer, su suegra y una tía de su mujer, vivía un gato de nombre "Pichi" que dormía encima del fogón de la cocina con el beneplácito de las tres mujeres. Cuando el tío Miguel volvía de trabajar y se lo encontraba enroscado entre las ollas, se enfadaba mucho. El gato, al oírlo entrar en la cocina, apenas levantaba la cabeza y, según apreciaciones del tío, le sacaba la lengua. “Pobrecito", decía la suegra. "Pobrecito", apostillaba la hermana. "Pobrecito", zanjaba el asunto la mujer. El hombre, en minoría, callaba su rencor y comía ante la presencia insolente del felino que volvía a su sueño apacible. Conforme avanzaban los días el rencor del tío era proporcional al desprecio del gato, quien le sacaba la lengua nada más verlo para ignorarlo inmediatamente. Con la rabia reprimida por las costuras del alma, el tío se encontró un día a solas con "Pichi". Al gato no le dio tiempo a reaccionar, lo agarró y, dejando que la ira reventara de una vez por los costados, lo tiró contra el suelo. El felino se golpeó en la cara con la pata de la mesa, se quedó algo aturdido unos instantes y después salió corriendo a meterse debajo de una cama de donde no salió hasta que llegaron las mujeres. Al día siguiente "Pichi" mostraba un ojo morado. "¿Qué le habrá pasado al gato?", se preguntaban. Y el tío se reía para sus adentros y no contestaba. Desde entonces, Pichi, en cuanto oía la llave entrar en la cerradura de la casa, saltaba del fogón para ir a refugiarse debajo de la cama.
EL MEJOR PREMIO
En los años cincuenta, en lugar de una copa, un diploma, o una medalla, al ganador de una carrera le daban chuletas de cordero. La organizaban en el barrio de mi cuñado y el patrocinador era el carnicero. Salían los corredores de la puerta de la carnicería y hacían un recorrido de varios kilómetros en círculo. El carnicero, mandil blanco con la barriga manchada de sangre, esperaba al ganador preparado con un kilo de chuletas. Antes de entregárselas, abría el envoltorio, levantaba una por el palo y la mostraba para que todos vieran que era de lechal, tierna y sonrosada. El corredor, en cuanto recuperaba el resuello, agarraba el paquete y se iba para casa tan contento pensando en el atracón que se iba a dar. Uno de aquellos años participó el gorrón del barrio. Lo llamaban así porque ya desde el colegio apuntaba maneras. Solía registrar las mochilas de los compañeros y apropiarse del bocadillo de mortadela que encontraba a mano. Por eso, cuando se inscribió en la carrera, todos desconfiaron.
El carnicero dio la salida, como cada año, con un gatillazo de la escopeta con tapón de corcho de su hijo, y todos salieron corriendo como si les fuera la vida en ello, y a tenor de los huesos que mostraban, algo de verdad había. El gorrón se quedó el último y todos los espectadores lo vieron doblar la esquina tan tranquilo.
Volvió el primero, fresco y sonriente y agarró las chuletas sin esperar a las demostraciones del carnicero. Ya se iba con el botín cuando, yo Claudio, apodado así desde pequeño por su tartamudeo y la manía de espiar a todo el mundo, llegó corriendo y, entre atranques y desatranques de palabras, informó a todo el mundo de que el gorrón había subido a un autobús con el que había hecho todo el recorrido.
Cuando el carnicero y los demás participantes que habían ido llegando, estuvieron al corriente de lo ocurrido y quisieron detener al gorrón, el pájaro había volado.
Nos ha dejado este gran cuenta cuentos. Nada escrito podrá igualar a su manera de narrar estas mismas historias que le dedicas. Mil veces las contó y siempre la última parecía un estreno. Su gran humor le acompañó hasta el último aliento.
ResponderEliminarMi recuerdo y cariño es para los herederos de su memoria.
Tienes razón. Lo mejor era escucharlo. A mí me hacía reír a carcajadas.
ResponderEliminarBesos y abrazos a puñados.
Buena serie. Un gran contador de historias ese tío Manolo. Besos mañaneros, aunque ya va siendo hora de salir a tomar la cañita.
ResponderEliminarQue sean dos cañitas, Ern. Gracias por comentar. Sí, era un excelente contador de historias.
ResponderEliminarBesos dobles.
Hace unos meses, me enganché a un documental que explicaba la historia del último cuentacuentos. Creo, no lo recuerdo, que era en Marruecos. Antes, se solían reunir en una plaza cientos de cuentistas, ahora sólo queda uno. Del cuento que contó no me acuerdo, no me enteré, pero me quedé pegado al televisor mirando aquel hombre gesticular, mover los brazos, hablar con los ojos, era impresionante. Una delicia.
ResponderEliminarAbrazos.
Frescas y que nos recuerdan otras tantas historias que nos sucedieron hace tiempo. Me gusta tu manera de contar.
ResponderEliminarBlogsaludos
Tres pedacitos de sencilla vida cotidiana narrados con amabilidad.
ResponderEliminarAbrazo.
P.D: qué relatos tan cariñosos escriben los chicos y chicas de los C.O. El que tienes ahora: AMOR, es una ricura. Las muchachas, aparte de que serán guapísimas, son muy listas.
Ya van quedando menos cuenta-cuentos, Agus. Mi padre era uno de ellos y Manolo también.
ResponderEliminarHola Adivín Serafín, binvenido al blog. Gracias por comentar las historias de Manolo.
Ese "pedacitos de sencilla vida cotidiana" me ha gustado mucho, Nenúfar.
Besos agradecidos a repartir.
Me alegra, Nenúfar, que te gusten los relatos de los chicos del Magerit. Ahora que lo han cerrado y los han derivado a centros diferentes, cobra mucha importancia tenerlos y difundirlos.
Bello homenaje, Lola, a este cuenta historias incansable y divertido que fue Lolo, cuya facultad para que nos parecieran verídicas, solo era comparable a las fantasías descacharrantes conque las iba sazonando con el paso de los años.
ResponderEliminarSeguro que descansa en paz.
Siento que me pierdo muchas cosas, como a este cuentacuentos. No lo conocí en vida, promete honrarle interesándome por sus cuentos.
ResponderEliminarUn saludo indio
Hola Menor. Eres muy buena pero muy pesada, que te diría él.
ResponderEliminarGracias, Indio por pasarte y dejar tu comentario. Te habrías reído de lo lindo si lo hubieras conocido y te hubiera contado sus historias.
Besos a repartir.
Muchas gracias Lola por recordar estas historias que nos contaba mi padre que tantos buenos momentos nos hicieron pasar y que ahora quedan dejas escritas en su memoria.
ResponderEliminarHola Alice Silver, gracias a él que me hizo pasar muy buenos ratos aunque también algún dolor de tripa de tanto reír.
ResponderEliminarBesos y abrazos con mucho calor.
Ahora he encontrado la entrada Lola, menos mal, me habría fastidiado habérmela perdido. Aprovecho para disculparme porque a veces se me escapan cosillas en la maraña de entradas.
ResponderEliminarCon lo que nos vas contando entiendo de donde sales Lolilla, con un padre cuentacuentos y allegados como Manolo, y con esa infancia que describiste en La Nave, llena de gente y de luz... Claro, así cualquiera ;-)
Mil besos
Gracias Lola, he llorado mucho y luego le he insultado por haberse muerto, estoy como una cabra. El que gano el concurso fue "El Satanas" y se monto en un tranvia y Claudito era el de la mili. A ver si ahora te llega
ResponderEliminar¿Disculparte tú, Rocío? Hay gente a patadas que debería aprender un poquito de personas como tú. Gracias, mi niña.
ResponderEliminarPuñado de besos.
Querida Pilar, tú no dejes de insultarlo por si acaso te está escuchando. Así le das la oportunidad de ponerse en plan víctima para que todos te odiemos.
ResponderEliminarY llora, llora, que llorar descongestiona todo el cuerpo. Luego te hartas de beber agua y verás qué cutis se te queda.
El Satanás subiendo al tranvía, Claudito que me lo traigo, envuelto en una manta, de la mili...licencias que me he tomado. Luego está aquello del Lentejita Pocha que se comía los bocadillos de mortadela, pero esa es otra historia.
Gracias Lola. Miles de gracias por este homenaje que le hubiera encantado a mi padre. Si ha visto a la abuela Concha le habrá dicho que en la tele está saliendo José Feliciano. Y al que quiera escucharle le contará como su "Juanito" dejó la marca de la bota en el cemento de la entrada del ascensor o cómo el tío Miguelito le pedía silencio antes de entregarle los calcetines que le regalaban sus señoritos.
ResponderEliminarSus anécdotas han sido geniales, pero coronadas por tus risas y, las de todos, mucho mejor.
Un abrazo muy grande.
Hola, Elena. Montones de historias se han quedado en el tintero esperando a que sean restadas algún día de la memoria para que permanezcan a través del tiempo. Sí, me imagino a Manolo dando carrete a la abuela Concha, al tío Miguelito y a todos los atléticos que se encuentre por el camino.
ResponderEliminarBesos a puñados.