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Invisibilidad de las cadenas
Ni los pies desollados, ni las llagas infectadas de las manos. El ritmo desbocado del corazón. Eso era lo que la preocupaba. No podía detenerse. Ahora no. Vio la luz al fondo. Una claridad diluida en la negrura de aquel nido de serpiente, como llama oscilante de vela. Avanzaba con un soplo de mano en la nuca a punto de agarrarla. No podía creer que hubiera llegado tan lejos. Cuándo ocurriría. Cuándo la devolvería al cautiverio. Sin embargo, cinco pasos, cuatro, tres, dos, uno, y el sol cegando sus ojos maltratados por la oscuridad. Los cerró y levantó la cara al calor. Después bajó la cabeza y corrió. Una carrera corta con parada en seco. Comprendió por qué la había dejado escapar después de, no llevaba la cuenta, años encerrada. Entendió, aterrada, lo ficticio de su liberación.