7/12/19

BICHO

Tomada de la red

Se puede decir que somos los últimos de una estirpe. En concreto la tuya, Bicho, nació y morirá contigo. Mejor.  La de mi familia viene de lejos. No toda está recogida en fotografías y legajos. Una vergüenza a nada que eches la vista atrás. Guerras, saqueos, quebrantahuesos terrenales para exprimir las entrañas de este planeta que reverbera y duele verlo ahora de tan bonito y sano como está. ¡Qué culpa vas a tener tú de lo que pasó! No te me pongas de morros. Yo te acepto igual, ya lo sabes. Aquella lava blanca y sedienta la trajimos nosotros. Se arrastraba por la tierra reseca, entraba en sus grietas, buscaba vida. Agua. ¡Ja!, agua. Se pagaba a precio de oro. Y aquel ejército se colaba por las rendijas de nuestras puertas, encontraba los aljibes, los pozos y los veneros y los secaba. Más de un pellejo humano vi tirado en el suelo sin sustancia alguna, pues hasta la sangre llegaron a beberse. Los jóvenes, Bicho, ellos, que llevaban tiempo encerrados día y noche buscando soluciones a nuestros problemas, se organizaron y pulverizaron la invasión con manguerazos de una sustancia corrosiva. Muy corrosiva, sí, lo sé Bicho. Pero tú te salvaste; en realidad fue cosa mía. Verte escurrir debajo de la puerta casi me mata de un infarto. Me preparaba para arrearte un escobazo cuando te plantaste delante de mí, temblando como un copo de nieve a punto de desprenderse del alero de la casa un día de Navidad, y no pude liquidarte. Pero eso ya lo sabes. Como sabes también que he compartido contigo todo lo bueno y malo de esta vida. Oculto, eso sí, porque una no sabía si mis amigas, que venían a casa a jugar todos los jueves al cinquillo y a merendar chocolate con churros, lo entenderían. Tenía que esconderte en el sótano hasta que se iban. Has conocido la Tierra renacida en todo su esplendor. El cielo soleado, el gris y negro con sus aguaceros y sus tormentas; los castaños dorados, las petunias en el jardín… ¿Te acuerdas cuando te dio por comer setas venenosas? Casi te mueres. Pero, hijo, eres tan tóxico que ni eso te mató. Hemos sido felices los dos a nuestra manera ¿verdad, Bicho?  No te me pongas sentimental ahora. Nos queda poco tiempo para desperdiciarlo en llantos. ¿O no? ¿Por qué me miras así? Yo tengo noventa años. Tú… ¡Pero qué tonta! Tú no tienes edad. Siempre te veo igual. No has degenerado nada de nada. ¡Con lo bien que te he cuidado, mira qué lustroso estás! O sea que yo me voy y tú te quedas. ¿Cómo que no? ¡Ah, de ninguna manera te voy a meter en ese líquido desintegrador! Que no quieres vivir sin mí, que a ver quién te cuidará cuando yo no esté. Seguro que tú solo te las arreglarás de maravilla. ¡Bueno, bueno!, déjate de mimos. Haz lo que te dé la gana. Que sí, que yo también te quiero, Bicho.

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