Tomada de la red. |
Él es un tigre. El
Tigre, no Down como lo llama el cartero del barrio. Pero no ataca. Del ataque
se encargan otros. Él defiende. «Defiende, tú defiende la portería», le dicen.
Le repiten en cada partido. Y él pone cara de fiera. Frunce las cejas y mira
con mirada de mala leche. También el cuerpo. El cuerpo es importante, insiste el
entrenador. Le rodea la cintura por detrás y lo obliga a separar las piernas y a
doblarse: la cabeza adelantada, la espalda en tensión, los brazos despegados
del tronco y las manos con las palmas levantadas, como si estuvieran dispuestas
a atacar, aunque él no tiene garras. Él se come las uñas. Pero sirven a la hora
de parar un balón. Eso dice el entrenador. Sin embargo él se aburre de estar
todo el tiempo así. Su equipo es muy bueno. Eso dicen. La defensa no deja pasar
ni un balón. Ni el aire roza la red de la portería. Aunque nunca baja la
guardia y cuando el árbitro pita el final del partido y se endereza y relaja,
le duelen los riñones y los ojos de tanto otear la evolución del esférico por
el campo, de vigilar el avance del equipo contrario. Se le pasa en el
vestuario, cuando el masajista viene con sus manos de curandero y le hace unos
mimos en la zona agarrotada y le echa un colirio fresquito en el lagrimal. Y
así todos los partidos.
Hoy ha ocurrido. Los tigres se han relajado. No creían
que aquel león fuera a llegar muy lejos. Casi han sonreído a su paso. Y uno
tras otro, lo han dejado que fuera avanzando con el esférico porque ya lo
detendría alguno con un simple regate en el último momento. Momento que no ha
llegado porque el jugador ha esquivado con maestría el intento de arrebatarle
el balón un contrario. Durante una eternidad de estupor congelado, los
jugadores de ambos equipos han visto al león plantado frente a la portería.
Tigre ha tensado todos sus músculos preparándose al máximo. Los dos se han
mirado con sus ojos oblicuos, reconociéndose como iguales y a la vez
diferentes, y retándose. El atacante ha calculado por dónde podía colar el
balón. El portero ha aguantado firme hasta que el otro ha golpeado con la punta
de la bota el esférico que ha descrito una parábola para intentar entrar en la
red por arriba. Tigre, haciendo caso omiso del entrenador, se ha estirado y con
un salto de animal salvaje ha parado el balón antes de caer sobre la hierba.
Finalizado el partido, los dos contrincantes han sido
paseados a hombros de sus compañeros. Y antes de volver a casa, han celebrado
su gran actuación compartiendo una pizza con mucho queso y un par de refrescos
de naranja y limón.
Preciosa y estimulante historia de un tigre sin garras, con reflejos de contorsionista, y paciente con los diversos que no ven mas allá de sus narices.
ResponderEliminarMe alegra tu visión de ese tigre sin garras.
ResponderEliminarAbrazos de terciopelo.