Y entonces te detienes y regresas a los pies de la cama.
Muerdes mi labio inferior y lo repasas con la punta de la lengua. Te descalzas
y, sin soltar tu presa, abres las distintas puertas. Botones de camisa que se
hunden en el ojal, cremalleras con sus dientes separados. Me tumbas con un
empellón de tu mano de muñeca nacarada con uñas de sangre. Y consumas tu
posesión. Bebo el rojo. Palpo el perfume de vainilla, macerado con el calor del
verano. Veo el aullido salvaje. Oigo las mariposas batiendo alas. Huelo el fa
sostenido hasta que estalla. Luego te levantas jadeante. Ajustas la falda de
vuelo, la blusa, te pones los zapatos de tacón y caminas, tambaleante, hasta la
puerta. Tú tienes el poder. Tú mandas. Pero sólo he de gritar no quiero, para
que vuelvas. Tal vez mañana.
sí, el poder, la sumisión. El deseo, la necesidad, quién sabe.
ResponderEliminarDuro y bueno, como siempre.
Besicos
Gracias, Elena. Un placer tenerte por aquí.
ResponderEliminarAbrazos, muchos.