Tomada de la red. |
Está quieta y
amarilla la tarde. Ni un soplo mueve el rosal. Y sin embargo caen mustias las
hojas. Cuando ella descorre el cerrojo del jardín y se descalza, sus pies
vendimian pétalos. El aire espesa y se emborracha de jugo de rosas. Le escuecen
los ojos, pero están secos. La sequía que él dejó. Avanza hasta el portón y
sale al camino. El acantilado y el mar. Ese mar insolente y traicionero.
Cristal donde a él le gustaba mirarse. Muestra su poder en la calma de la noche
que ya asoma entre nubes cárdenas. Ella se sienta al borde. Cuelgan sus piernas
sobre el vacío. Las balancea, mueve el aire. Apenas. El mar y ella, frente a
frente, todos los atardeceres de su vida. Pero algún día el mar se rendirá.
Será entonces cuando vuelva a llamar a su aliado, el viento. Esta vez no lo
empujará desde el acantilado para hundirlo en el fondo marino. Subirá como
huracán desde sus entrañas y lo elevará sobre el horizonte para dejarlo, de
nuevo, sobre la tierra, a su lado para siempre.
".... sus pies vendimian pétalos...." Qué belleza descriptiva; que "persuasión" inagotable la de esta mujer enamorada que se niega a rendirse a su pérdida...
ResponderEliminarHermoso relato, que me acompaña a la hora de recuperar al fin mi nombre con el que me bauticé para visitarte. 14 meses me ha costado: Los doy por buenos. No quiero intrusos en el descansillo.
Besos
Me alegro de tu vuelta por la puerta principal, querida Cora.
ResponderEliminarUn abrazo a lo grande.