DESDE EL DESTIERRO
«…Sartén antiadherente. Un poquito de aceite. Tenedor.
Juego de muñeca. El movimiento enérgico cuando batías el huevo. La espumadera
volteando y envolviendo. La cadencia de tu voz avisando: comemos ya. Tortilla.
Y el cuchillo cortando la masa dorada y esponjosa. Yo te daba a ti. Tú me dabas
a mí. Manos cruzadas y un chorrito fuerte de amor. La combinación perfecta y renovada.
Caían los flecos del mediodía y seguíamos remoloneando. Una miga que rodaba
bajo la yema de tu dedo corazón. Una copa de vino. Pan, vino. La risa de ayer.
La placidez del sábado. Picoteaban los gorriones en el patio. Revoloteaba la
hembra y volvía al grano. A pasitos, la seguía el macho. Nuestras vidas como
anillos, entonces siempre enlazados».
Extracto de la
carta de Gerardo Galán a Juana Méndez.
TEMBLORES
«Como esas gotas,
que brotan de tus dedos,
y calman el deseo
de mis labios sedientos,
cuando te alzas majestuosa
del rumor del río.
Como saliva templada,
tus besos,
dejan temblores de ensueño
en la vigilia de mis días».
Del Poema para Aisa.
Autor desconocido.
MERODEADOR
«Me llaman perro. Un pobre diablo amarrado a ti por
una cadena invisible de pasión. Mi madre dice que eres bruja y hace conjuros
para que me dejes libre. Mi padre se queja de que por tu culpa se perderá la
cosecha de algodón, que ya vienen las lluvias y yo sigo en la luna, aún más que
cuando era poeta, sin centrarme en el trabajo. A mi tía Eloísa le duele que las
flores ya no sean para ella y reza para que se deshaga el hechizo. De mi
antigua novia Carmelita me llegan rumores de llanto sin fin y pérdida del
apetito. Algunos vecinos se avergüenzan de mí. Aseguran que un hombre tiene que
ser muy hombre y no andar nunca pegado a las faldas de una mujer.
Pero qué
puedo hacer yo si la fiebre me entró de golpe, nada más verte bajar del autocar
aquella mañana de verano, cuando el viento venía templado y jugaba con un rizo
que escapaba del pañuelo de colores anudado a tu cabeza. Tus hombros, colinas de
seda, son los culpables de que ahora ande encelado a todas horas, buscando la
ocasión para poder acariciarlos hasta que la piel de mis manos se sacie de ti.
Aunque no creo que un deseo tan grande se apague con nada. Y sólo entretiene
esta desazón el merodeo. Te sigo al mercado. Entro y me coloco a tu espalda, y
mientras tú pides un kilo de naranjas, yo olfateo el aroma de tu cuerpo. Seco
el sudor de mis manos en el pantalón y
las cierro en un puño que blanquea mis nudillos, para resistir la tentación de
subirlas a tus hombros y deslizar las palmas por ellos. Recoger luego con un
dedo esa culebrilla salada que baja pareja al latido de tu cuello, y mojar mis
labios con ella. Tú lo sabes. Igual que sabes que paso las noches merodeando tu
casa, bajo un cielo estrellado que si cayera en ese momento, ni me daría
cuenta. Con una luna burlona que ríe mis aullidos mudos de lobo herido. Eso
también lo sabes. Te creces y embelesas con el fuego que lame tus postigos. Ya
no puedo aguantar más. No importa que me llamen perro hasta el final de mi vida.
Pero tú, esta noche, ábreme la puerta».
De la carta de
José Cardona a Dulce Ramos.
Querida Aurora:
Para tu
cumpleaños me pediste una carta de amor, pero yo soy parco en palabras. No
tengo ese don. Además no podría acercarme ni de lejos a lo que expresan las
letras que te copié más arriba. Por tanto, te ruego que leas las tres opciones y
te quedes con la que más te guste. Hazte a la idea de que te la he escrito yo.
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