El
primer día tiró, distraída, el agua del cubo al patio. El segundo, le
pareció que el hombre a quien iban a fusilar era el de la víspera. El
tercero, se acercó con precaución, aplastando a la abeja que proyectaba
una sombra fija en una baldosa. No se movía un pelo de aire. El cuarto,
limpió con el trapo del polvo la gota de agua de la mejilla del reo.
Después enfermó. Cuando volvió, sólo quedaba una salpicadura de sangre
en la pared del patio.
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ResponderEliminarHacía tiempo que no visitaba tu casa.
ResponderEliminarDespués de haberte leído tantas veces, desisto de expresar a que lugar de la emoción me llevan relatos como éste. Desisto. Me puede esta oscura tragedia tan breve como intensa.
Siempre admiración y cariño
Agradecida quedo, querida Cora.
ResponderEliminarUn abrazo muuuuuy grande.