Al principio era un
regate en toda regla para no tocarnos ni un pelo cuando nos cruzábamos en
el pasillo que va a la cafetería. Con el tiempo, fue más un juego entre los
dos, aunque nunca lo hubiéramos reconocido ni en público ni en privado. Tampoco
quería ponerle nombre al abatimiento con que ahora hago el mismo recorrido sin
encontrarme contigo, desde que te desplomaste sobre la moqueta. No echo de
menos tu mirada de triunfo cuando no prosperaba una proposición de ley de mi
grupo parlamentario, tampoco los dardos envenenados que me lanzabas desde un
micrófono; eso formaba parte de lo común. Era distancia.
Te he traído un ramo de calas. Me he molestado en
sonsacar a uno de los tuyos y sé que te gustan. Echo de menos los amagos y los
perdones cada vez que se rozaban ligeramente nuestras chaquetas. Eso era único,
íntimo, personal y nuestro. Quiero que vuelvas. Y de esto, ni una palabra
cuando salgas, que saldrás, de ésta.
Cuanto me gusta el aroma que despide la añoranza de esta adversaria, que no enemiga.
ResponderEliminarEnhorabuena, Lola
¡Ojalá hubieran muchos adversarios así!
ResponderEliminarUn abrazo grande, querida Cora.