No compartía mesa conmigo, mucho menos la cama. Me dejaba
corretear por la cocina y, de vez en cuando, tomar el sol cerca de una maceta,
a la entrada de la casa. Hasta que se completó el proceso. Para evitar un
accidente fatal, dijo, me encerró en el cuarto destinado a los hijos que
proyectábamos tener, devenido en trastero. Víctima de una gran depresión, sólo
salía de entre las cajas de cartón al escucharla abrir la puerta para dejarme
comida. Pero cuando llegaron los primeros calores, ella abrió un poco las hojas
del postigo de la ventana. Renací con la primavera. Salí al jardín. Me solazaba
entre una caja de madera manchada de fresas y la monda de una manzana, cuando
la vi brillar debajo de dos huesos engarzados
de cerezas. Me quedé prendado de la rubia. La traje a vivir conmigo. Con mucha
discreción, en un hueco del colchón de goma espuma, preparamos la nidada.
Como te gusta mantanernos en vilo hasta el final, y leer el texto dos veces. Esas frases cortas.
ResponderEliminarBuenos días, buenos besos
No todo lo va a poner el que escribe, Luisa. El que lee también tiene que esforzarse un poco.
ResponderEliminarAbrazos a mares.
Es lo que tenéis los buenos escritores, que domináis a la perfección la ejecución de estos relatos del medio oeste, con sus gasolineras y sus pueblos de arena.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Qué bonito y qué intrigante... Puedo imaginar muchas cosas aunque no sé si acertaré en alguna ¿Nos desvelarás el misterio Lola?
ResponderEliminarAmando, y sus habitantes que se metamorfosean.
ResponderEliminarYashira, los misterios que desvelan otros, seguro que no se acercan ni de lejos a la verdad de cada uno.
Abrazos a pares.