Desde su ventana, espía otras
ventanas. Un señor se masturba, sentado frente al televisor donde un antílope
se desangra en la selva. A la derecha, una mujer, desnuda frente a un espejo,
observa los moretones de su cuerpo. A la izquierda, un niño gatea en una
alfombra azul. Se dirige, con un dedo como espada, hacia los agujeros del
enchufe. Nada interesante.
Entrelaza los dedos, los hace crujir.
Levanta las manos y abre las falanges ante sus ojos. A través de los barrotes
ve avanzar al hombre. Se detiene un momento. Mira a su alrededor. Nadie. Cruza
la calle. Y el que mira por la ventana está convencido de que conoce sus
intenciones. A él no lo engaña la sonrisa que muestra por las mañanas, ni la
aparente mansedumbre de su cuerpo curvado cuando saca la basura. Es un
depredador y ha decidido llamar al tuntún a través del contestador automático,
y cuando su víctima le conteste, subirá y perpetrará su delito. Así pues, el
que mira por la ventana, que nació con alma de justiciero, apunta con cuidado y
mata al asesino de un solo y certero disparo en la cabeza.
Grande, eres grande. Y punto.
ResponderEliminarAbrazo a más no poder.
Gracias Miguelángel. Tienes un poco de astigmatismo porque lo ves todo el doble, no te gradúes que a mí me viene muy bien.
ResponderEliminarUn abrazo bestial.
ResponderEliminarParece que lo realmente interesante, para tu protagonista, ocurre en el interior de su cabeza, en ese mundo personal, premonitorio, incontestable, ajeno a la realidad… pero que él considera real.
Me espanta su mundo y su afán justiciero.
Terrible relato, Lola
Abrazos
Estoy contigo, Nenúfar, aterradora la posibilidad de caer en manos de un desequilibrado.
ResponderEliminarAbrazos, muchos.